II. Senderos desconocidos…

II

SENDEROS DESCONOCIDOS…

Los eldars oscuros cuyos cuerpos no cubrían el suelo del almacén habían huido. Algunos habían desaparecido a través del portal que todavía resplandecía como un ojo negro sin párpado que enlazaba la realidad con el mundo que había al otro lado. Superada su emboscada y con el regreso de Praetor y los salamandras supervivientes, las intenciones de los xenos se habían visto truncadas. La derrota y la captura del hemónculo fue el acto final que los guió.

—Se los han llevado —afirmó el hermano Honorious—. Al capellán Elysius ya los demás. ¡Se los han llevado a través de eso! —añadió, señalando el portal.

Él el resto de los supervivientes estaban en el almacén con He’stan y los demás dracós de fuego. Les apenaba ver a sus hermanos de batalla muertos. Algunos de los miembros de la 3.ª Compañía ya habían empezado a recogerlos.

He’stan intercambió una oscura mirada con Praetor. Los dos estaban junto a Honorious mientras éste les relataba su informe.

—Tal y como me temía, hermano.

El sargento veterano no llevaba puesto su casco de combate. Su rostro era duro como la piedra.

—¿Qué ha pasado? —preguntó Honorious.

—No hubo ninguna advertencia. Sortearon a todos nuestros centinelas y nuestras alarmas. Salieron de las mismísimas sombras. —Parecía que quisiera decir algo más, pero se contuvo.

—Continúa, hermano —le animó Praetor—. Estás entre amigos. Nadie te juzgará, excepto el primarca.

Honorious se lamió los labios, como si estuviera decidiendo cómo debía proceder. Al igual que Praetor, se destapó la cabeza. Tenía un gran corte en el lado derecho del rostro, donde le había alcanzado una daga. Había dejado una línea irregular de sangre pegada. Tenía abolladuras y cortes en la armadura por todas partes. Había luchado valientemente antes de ser capturado. Estar retenido mientras sus hermanos sufrían no debió de ser fácil de soportar para un guerrero como Honorious. Le era leal al capítulo, tan leal como los demás. Y eso hacía que lo que relató después fuese todavía más duro de aceptar.

—A pesar del ataque sorpresa, los xenos no podrían haber atravesado nuestras defensas sin ayuda.

Praetor abrió los ojos, incrédulo.

—¿Estás diciendo que habéis sido traicionados?

Honorious asintió.

—¿Por quién?

—No lo sé, sargento. Pero yo mismo instalé las balizas y destiné a los centinelas. Era imposible que nos cogieran desprevenidos sin activarlas, o sin que alguien diese la voz de alarma.

Praetor miró a He’stan buscando una respuesta, pero el padre forjador no tenía ninguna que ofrecer.

—Preparad una pira para los muertos —ordenó en su lugar—. Los Diablos Nocturnos y los nacidos del fuego compartirán el mismo fuego. Lucharon y murieron juntos, de modo que deben regresar a la tierra del mismo modo.

Dicho esto, miró a Honorious a los ojos. Al hermano de batalla le costaba mantenerle la mirada a He’stan, pero a pesar de todo lo hizo.

—Reunid a vuestros caídos y preparad los ritos de inmolación. ¿Sabéis cómo hacerlo?

—Se lo he visto hacer a los capellanes Sé lo suficiente.

He’stan le dio una palmadita en el hombro. El gesto pareció infundir en Honorious una fuerza inmediata.

—Ve entonces, hermano. Nosotros nos encargaremos de esto a partir de ahora.

Honorious inclinó la cabeza antes de unirse a los demás en el reclamo de los muertos.

—Están muy afectados —dijo Praetor cuando éste se hubo marchado.

—Sí —convino He’stan—. La 3.ª Compañía ha sufrido mucho durante estos últimos años. —Después miró a Tsu’gan, que estaba cerca vigilando al hemónculo.

La desdichada criatura seguía clavada por la Lanza de Vulkan, emitiendo gritos de placer por su propia agonía mientras se retorcía. Mientras Tsu’gan le observaba, un silbido escapó de los labios del hemónculo. Las extremidades de la criatura se sacudían como si estuviera sufriendo un ataque, pero consiguió alcanzar sus vestiduras y extraer algo de ellas.

—¡Padre forjador…! —gritó Tsu’gan, estirando la mano para agarrar al hemónculo.

He’stan fue más rápido y cogió el atrofiado brazo de la criatura con su fuerte puño de ceramita. Le retorció la muñeca, exponiendo la palma del alienígena a una media luz y obligándole a abrir los dedos.

—¿Qué tenemos aquí? —La voz de He’stan era suave, cargada de amenaza.

El hemónculo mostró una hilera de ennegrecidas protuberancias en lugar de dientes y su boca cosida se separó como un desgarrón en un trapo viejo.

En un instante el portal desapareció, dejando atrás un hedor y una extraña sensación de desorientación allí donde se había manifestado.

—Ha desaparecido —dijo Praetor.

—Y con él el único modo de llegar hasta el capellán. —Los ojos de He’stan ardían con ira—. Ábrelo, cadáver —rugió al hemónculo.

Tsu’gan agarró el mango de la Lanza de Vulkan, que todavía atravesaba a la criatura. Al tocar el venerado metal, la fuerza de los eones le inundó. La sensación fue fugaz, pero en ella vio la posibilidad de seguir otro camino.

Desde Aura Hieron y la muerte del capitán Kadai se había visto arrastrado hacia una especie de sino. La ira que le impulsaba y que le daba fuerza también le consumía. Era sólo cuestión de tiempo antes de que corroyese su determinación y su honor. Pero la lanza, y por asociación la presencia de su portador, le habían mostrado que había otro camino, que la salvación era posible.

Dejó que la ira le invadiera de nuevo, pero esa vez la dominaba.

—¡Hazlo ya, miserable!

Tsu’gan giró el filo, revolviendo los secos restos de los órganos internos del hemónculo. Sólo consiguió sumir a la criatura en un mayor frenesí. Algo viejo y atroz escapó de su seca boca sin labios. Los Salamandras tardaron unos segundos en darse cuenta que eran carcajadas.

—Dejad que le aplaste el cráneo —dijo Tsu’gan.

Praetor agarró a su hermano del antebrazo.

—Espera.

La risa se apagó y se transformó en una especie de estertor de la muerte, pero el hemónculo aún vivía.

—¿Qué clase de criatura es ésta? —preguntó Halknarr, que se había acercado desde donde hacían guardia los demás dracos de fuego.

He’stan liberó la muñeca del eldar oscuro. Su voz adquirió un tono siniestro.

—Torturadores, asesinos, tecnobrujos, los hemónculos son todo eso y cosas peores. No temen a ninguna de nuestras armas. Este cadáver es un anciano, de los primeros de su especie.

Mientras el padre forjador hablaba, los ojos de la criatura brillaban con maliciosa diversión.

Sabía que no había nada que los Salamandras pudieran hacer.

Un susurro de lenguaje escapó de entre sus labios acompañado de una maléfica sonrisa.

Aunque no podía entender su significado, Tsu’gan sabía que la criatura se estaba burlando de ellos. Se volvió hacia Praetor.

—Voy a partirlo en dos.

—No —dijo He’stan—. Suéltalo.

Tsu’gan sacó la lanza de la pared Necesitó ambas manos y la mayor parte de su fuerza para hacerlo. El lanzamiento de He’stan había sido magnífico. Después le devolvió el arma al padre forjador.

Sin la lanza para sostenerle, el hemónculo cayó al suelo. Praetor lo agarró y lo levantó.

—En pie, miserable.

—Levántale la barbilla para que me mire —dijo He’stan mientras se acercaba. Ahora tenía a la criatura frente a frente.

Lo que sucedió después les sorprendió a todos.

El padre forjador habló en el idioma del alienígena. Era una lengua antigua y áspera que cortaba el aire como si las sílabas fuesen cuchillas afiladas.

El hemónculo respondió, obligando a He’stan a repetir sus primeras palabras, sólo que con más vehemencia.

Esa vez, el eldar oscuro se detuvo. El pentagrama de su palma empezó a girar de nuevo y el portal volvió a abrirse con su fresco e inmaculado lienzo negro.

He’stan ojeó la entrada a la Telaraña. El aire que la rodeaba era viciado y antinatural.

—Tsu’gan —dijo con la mirada fija en el hemónculo de nuevo—. Tu bólter.

Tsu’gan se lo entregó sin vacilar.

—Un trato es un trato… —murmuró He’stan.

Un estruendo atronador resonó por el almacén cuando el proyectil destruyó el cráneo de la criatura. La sangre coagulada salpicó a los salamandras que había a su alrededor antes de que el cuerpo cayera al suelo y se transformase en cenizas en un instante.

He’stan devolvió el arma.

—Gracias, hermano.

Un atónito grupo de los Dracos de Fuego observaba cómo el padre forjador se acercaba hasta donde el vehículo gravítico de los eldars oscuros había realizado el amerizaje en el suelo del almacén.

—¿Mi señor? —preguntó Praetor.

—Organiza a los nacidos del fuego, hermano sargento —respondió—. Diez de nosotros, tú, yo y el hermano Tsu’gan incluidos, nos aventuraremos en el mundo de las sombras. El resto debe fortificar las Regiones de Hierro y reunirse con el capitán Agatone. Necesitará saber todo lo que ha sucedido aquí.

—Entonces, ¿vamos a penetrar en la Telaraña?

He’stan llegó hasta el vehículo gravítico y montó en su cubierta.

—Sí, si queremos encontrar al capellán Elysius.

Praetor le había seguido y se acercó. Tsu’gan estaba lo bastante cerca como para oírles.

—La forman mil mundos, mi señor. ¿Cómo vamos a guiamos?

Alzando la vista de la columna de control del vehículo gravítico, He’stan respondió.

—Con el Sello de Vulkan. Todos los padres forjadores que han sido o lo serán pueden sentir su resonancia. Es más que una reliquia, Praetor. Es una baliza. Oigo su llamada incluso a través del portal; incluso aquí, en el reino mortal. El sello pertenecía al primarca. La lanza, el guantelete y el manto que llevo también le pertenecían. Ellos nos guiarán. Sólo necesitamos encontrar un medio.

Al cabo de unos segundos, el vehículo gravítico cobró vida y se elevó medio metro del suelo. He’stan miró a Praetor de nuevo. Su ánimo era optimista.

—Éste será nuestro medio, hermano. Reúne al resto de los diez. Partiremos de inmediato.

Praetor estaba horrorizado, pero saludó esmeradamente. Después se dirigió a donde estaban los demás para hacer su selección.

Tsu’gan saludó con la cabeza antes de saltar sobre el vehículo. Era extraño flotar en tecnología xenos. Reduciría aquella máquina a chatarra una vez que hubiesen terminado con ella.

—¿Cómo…? —fue todo lo que a Tsu’gan se le ocurrió preguntar.

—He recorrido la galaxia en busca de los Nueve. He aprendido muchas cosas durante ese tiempo. He luchado contra muchos enemigos y he hecho aliados increíbles. Pero los espectros del crepúsculo y sus costumbres son de un interés especial. Ellos fueron los opresores originales de Nocturne. Nuestro vínculo con ellos es muy antiguo, ¿comprendes?

Tsu’gan asintió lentamente, sorprendido al comprobar que realmente lo entendía. Observó el montón de polvo que era todo lo que quedaba del hemónculo.

—¿Qué le dijiste para convencerlo de que reabriera el portal? He’stan dejó lo que estaba haciendo.

—La muerte y el dolor no asustan a los eldars oscuros, y desde luego no a uno tan viejo y venerable como un hemónculo. ¿Sabes qué es lo que, les aterra?

Tsu’gan permaneció callado.

—El hastío. El aburrimiento, hermano. Se alimentan de sensaciones. Sin ellas pronto desaparecerían; se transformarían en cenizas como el cadáver que he asesinado con tu bólter. Ése era anciano y está muy lejos de estar muerto.

—El dedo —recordó Tsu’gan—, y la caja en la que lo metió, no estaban con el cuerpo.

—La ciencia es mera brujería para aquellos que carecen de la inteligencia o los conocimientos suficientes para entenderla. Todo lo que no comprendemos lo calificamos de mítico o imposible. La caja era un portal. El dedo se encuentra ahora en algún laboratorio genético, esperando la resurrección de su propietario.

—¡Es diabólico! —exclamó Tsu’gan. ¿Acaso la depravación de los xenos no conocía límites?

Praetor regresaba con el resto de la expedición que se aventuraría en la Telaraña.

—Y respondiendo a tu pregunta, le dije al cadáver que si no abría el portal, lo encerraría en una cámara sin luz, sin estímulos, sin ventanas ni puertas, y que me olvidaría de él. Con resurrección o sin ella, la criatura no podía enfrentarse a ese destino.

—Mi señor —anunció Praetor—, estamos preparados. —El sargento veterano observó el vehículo gravítico con recelo—. El maestro Argos no lo aprobaría.

He’stan fue pragmático.

—Tal vez no. Pero para penetrar en el nido de avispas lava tenemos que montarnos en su lomo.

—Pues esperemos —respondió Praetor, montándose en la cubierta— que no nos piquen en el proceso.

—Es un riesgo que estoy dispuesto a correr.

Vo’kar, Oknar, Persephion, Eb’ak e Invictese. Tsu’gan había luchado con Invictese anteriormente en el naufragio de la Proteica, donde tanto habían perdido. Aquello le traía dolorosos recuerdos de su hermano de batalla Hrydor. Otros cinco dracos de fuego, el sargento Nu’mean entre ellos, habían muerto en aquella misión. Y habían estado a punto de perder al apotecario Emek también.

Rogó a Vulkan para que esa vez corriesen mejor fortuna mientras se acercaban al portal de la Telaraña y al fin de la realidad tal y como la conocían.

Halknarr y Daedicus fueron los últimos en embarcar en el vehículo gravítico. Tras ellos, las llamas de la pira se elevaban. Todos querían quedarse a observar la ceremonia. Iba a dirigirla Honorious. Pero no había tiempo que perder, y tampoco había modo de saber cuánto tardarían en encontrar a Elysius y en asegurar el Sello de Vulkan. Muchas cosas dependían de ello; tal vez incluso el futuro de Nocturne.

Mek’tar se había quedado al mando y observaba los ritos de inmolación en silencio. Las lentes de su casco de combate reflejaban el fuego.

—Hermanos —dijo He’stan a los últimos en llegar.

Haiknarr tenía un pie en el suelo. El viejo veterano se sentía claramente incómodo ante la idea de montar en el vehículo xenos, por no hablar de entrar en su guarida. Daedicus estaba a su lado y esperaba.

—Necesitamos una cosa más —dijo He’stan, y les comunicó lo que quería que hicieran.