4

A la mañana siguiente debía llamar a mi contacto de Inteligencia. Siempre seguíamos el mismo procedimiento. Quédate en el piso franco hasta haber acabado el trabajo. Espera el momento adecuado. Llama a Inteligencia para que te den la próxima misión. Utiliza siempre teléfonos fijos. Asegúrate de que no te esté escuchando nadie.

Yo llamaba y la mujer que respondía hablaba como la telefonista de una compañía cualquiera. Cuando contestaba el teléfono, yo le pedía a tres operadoras sucesivas que me pusieran con tres personas distintas. Tras cada petición me pasaban con la siguiente operadora. Por lo que había podido deducir, ninguna de las personas por las que preguntaba existía. Solo era una clave. La lista de personas me la proporcionaban al final de la llamada anterior. Desde el principio aprendí a memorizar los nombres para no escribirlos. Si nos olvidábamos de ellos, no podíamos ponernos en contacto con Inteligencia y nos quedábamos solos hasta que alguien de Inteligencia nos encontraba. Una vez finalizado el trámite, ya podía hablar con mi contacto.

—Eh, Matt —dije cuando por fin oí su voz familiar. Había muchos tipos de Inteligencia que se llamaban Matt. Durante mucho tiempo no supe por qué. Aunque no tardé en descubrirlo.

—¿Qué tal va, Joe? —preguntó Matt. Había sido mi contacto durante más de cinco años—. ¿Has enseñado a los muchachos cómo se sobrevive en el mundo real?

—He hecho lo que he podido.

—¿Estás listo para tu siguiente trabajo?

—No —contesté.

Matt estalló en carcajadas, pero como creía que bromeaba siguió hablando.

—Tengo una misión para ti en Montreal. Esta es importante. Te la han adjudicado a ti especialmente. Al parecer, alguien de arriba ha reparado en tu trabajo.

—No bromeo, Matt —dije—. No estoy listo. Necesito un descanso. Basta de cadáveres. Al menos durante unos días. Basta de sangre. Solo unos cuantos días, así podré volver con energías renovadas.

—¿En serio? —Era la primera vez en cinco años que le pedía un descanso a Matt. Me lo debía—. ¿Qué quieres que haga?

—¿Puede esperar el trabajo de Montreal? —pregunté.

Matt guardó silencio durante un minuto. Oí ruido de papeles. No tenía ni idea de qué hacía.

—¿Cuánto tiempo necesitas? —preguntó al final. Matt era un buen tipo. Cuidaba de sus agentes. Imaginé que mi petición lo obligaría a hacer ciertos malabarismos.

—Te llamaré dentro de cinco días. Entonces me das los detalles de la misión.

—¿Adónde vas? —preguntó. No se lo podía decir. En teoría no podía organizar ningún tipo de actividad con otros soldados que no hubiera sido aprobada de antemano. No lo permitía el protocolo. Era peligroso.

—Fuera —fue lo único que le dije. Playas con arena, agua caliente, sin muertos.

—Cinco días —repitió Matt, pensando para sí, intentando hallar un modo de concederme el deseo—. Luego no me jodas. Encontraré algún modo de retrasar la misión, pero más te vale estar listo para irte dentro de cinco días.

—Gracias.

—Michael Bullock. Dan Donovan. Pamela O’Donnell. —Los nombres sonaron en el auricular como si Matt hablara en código morse. Los memoricé de inmediato—. Ten cuidado.

—Gracias de nuevo —le dije.

Acto seguido colgó. Hice otra llamada para reservar un vuelo. No tenía intención de dejarlo tirado, pero ocurre que a veces las circunstancias te dan por saco.