Green Pond, New Jersey
26 de marzo de 2011, 12.03 h.
Buda les dio a sus hombres la orden de partir. Él volvería al Bronx con Prek y Genti, mientras que Neri se quedaría en la casa para limpiarla, al igual que la furgoneta, con el fin de borrar toda huella de la estancia de Pia. Aleksander fue muy concreto respecto a los productos que Neri debería utilizar y al tiempo que debía dedicar a cada parte de la tarea. Subrayó que quería que Neri hiciera un muy buen trabajo y que aquello le llevaría todo el fin de semana. Así ganaría tiempo para pensar qué debía hacer con él. Antes de abandonar la casa, se guardó las llaves de la furgoneta en el bolsillo. Fatos debía acompañar a Drilon hasta el aparcamiento del restaurante para que recogiera su coche, porque Pia se había negado en redondo a subir al mismo vehículo que él. No estaba dispuesta a explicar por qué.
La joven se sentó en el asiento del copiloto del coche de Burim, con la mirada clavada en el frente, mientras los hombres se despedían en el camino de entrada. Burim y Pia se marcharon en dirección a Weehawken. El hombre encendió la calefacción pensando en Pia.
—¿Cuál es tu problema con Drilon?
—No pienso hablar de ello —replicó Pia.
—Espero que lo hagas más adelante. Bien, esta noche iremos a mi casa.
«¿Está de coña?», pensó ella. Estaba desesperada por apartarse de aquel hombre.
—No, quiero volver al hospital.
—No puedo permitírtelo.
—Claro que sí. Prometí no entrometerme más y no voy a hacerlo. Tendrás que confiar en mí. Es lo mismo esta noche que dentro de una semana o de un mes. He de comprobar algo.
—El lugar estará lleno de polis.
—Tarde o temprano tendré que hablar con ellos. ¿O crees que pienso mudarme contigo y vivir en New Jersey para jugar a las familias felices? Porque va a ser que no. No puedes volver a mi vida así como así, ¿no lo entiendes? Hemos llegado a un acuerdo, eso es todo. Tú has de confiar en mí, yo he de confiar en ti. Nos estrechamos las manos, ¿recuerdas?
—No puedes decirle nada a la policía, como ya comprenderás. Nada sobre Buda o sus hombres, o que nos has visto a mí o a Drilon.
—No te preocupes, no será difícil olvidarte.
Burim hizo caso omiso de la pulla.
—Tenemos que inventarnos una historia sobre lo que te ha pasado.
—La policía sabrá lo mismo que yo acerca del polonio. Pero yo no sé quién los mató, solo sé por qué.
—Cuanto menos sepa yo, mejor.
—Imagino que se darán cuenta de que tengo el organismo lleno de drogas. Por lo tanto, diré que me drogaron y que después me retuvieron en una casa fuera de la ciudad, pero que conseguí escapar.
—¿Cómo volviste a Nueva York?
—Vale, desperté en Nueva York y no sé dónde he estado.
—¿De dónde has sacado la ropa?
—No me acuerdo, y eso sí que es verdad.
—Bien, la cosa quedará así: perdiste el conocimiento, drogada. Unos tíos te llevaron de un sitio a otro, pero no llegaste a ver sus caras. Pararon en una casa y te dieron ropa diferente. Después, te metieron en el coche de nuevo y te abandonaron en Manhattan. Yo no puedo acompañarte hasta el hospital, no puedo correr el riesgo de que me vean. Será mejor que pases al asiento de atrás para que no te graben las cámaras del puente. Yo te dejaré en la parte alta de Manhattan, en Broadway. Allí podrás parar un taxi.
—De acuerdo.
Pia pasó al asiento de atrás y se acurrucó. Estaba agotada y todavía tenía temblores.
—Pia, tenemos que mantenernos en contacto. ¿Cuál es tu número de móvil?
La joven supuso que podría averiguarlo si quería, de modo que se lo dio, y él le dijo que lo recordaría. No se molestó en darle el suyo a Pia.
Burim continuó hablando, le contó pequeñas anécdotas sobre momentos que recordaba de cuando Pia era pequeña. Estaba convencido de que su memoria no se equivocaba, de que aquellas cosas habían ocurrido tal como él las recordaba. Iba concentrado en la carretera, y sabía que Pia tal vez no le estuviera escuchando. Intentaría establecer un lazo con ella, pero no confiaba en obtener una reacción positiva. Al cabo de un rato dejó de hablar y continuaron el viaje en silencio.
Transcurridos cuarenta minutos, Burim llegó a Broadway, en la parte alta de Manhattan. En mitad de una manzana tranquila, aminoró la velocidad y Pia saltó del coche sin despedirse ni mirar atrás. El hombre detuvo el vehículo y vio que su hija caminaba hasta un cruce y alzaba la mano para parar un taxi. Se detuvo un taxi ilegal, Pia se inclinó hacia la ventanilla y le dijo algo al conductor. Antes de subir al coche, Burim pensó que parecía menuda y vulnerable con su absurdo atuendo desparejado. Pero tenía la sensación de que se recuperaría bien.