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Green Pond, New Jersey

25 de marzo de 2011, 23.15 h.

Lo único que podían hacer los ocupantes de la casa de verano era esperar. Prek estaba sentado al lado de Neri en un sofá, mientras que Pia y Genti permanecían en el de enfrente. Había pensado en atarla, como tendría que haber hecho antes, pero no quería dar una impresión todavía peor. Además, la chica no iba a ir a ninguna parte. Prek había encontrado una vieja camiseta en un armario y se la había dado para que la llevara con uno de los jerséis de los New York Jets que guardaba en la casa. El jersey le llegaba hasta la mitad de los muslos. También llevaba unos calcetines de fútbol subidos hasta las rodillas. Se había echado una toalla sobre los hombros, pero continuaba temblando.

Pia le lanzaba miradas asesinas a Neri. Era el tipo que la había tocado, estaba segura. También echaba miradas furtivas a los otros dos tipos, el que parecía estar al mando, con la gruesa cicatriz en el labio superior, y el tipo de la nariz prominente. No estaba del todo segura, pero creía que eran los que la habían atacado la noche anterior. Había reconocido las voces.

Prek acunaba una pistola en la mano. Se preguntó si tendría que utilizarla aquella noche y, en tal caso, quién sería el objetivo. Todos se lo merecían: Neri por desobedecer una orden de manera flagrante y Genti por no impedírselo. La única persona con la que Prek no estaba furioso era Pia. La admiraba por intentar escapar y por haber llegado tan lejos en su huida. Si tenía que matarla, no sería algo emocional. Sería solo trabajo.

Al menos, aquel fiasco llegaría pronto a su conclusión, pensó Prek cuando percibió que un grupo de coches entraban en el camino de acceso, uno tras otro. Un momento después, oyeron que se abrían las puertas de los vehículos y que después se cerraban en rápida sucesión.

—Ve a esperar en el dormitorio —le dijo a Pia.

* * *

En cuanto Buda, Fatos, Burim y Drilon entraron en la casa, todos se dieron cuenta de que algo iba mal. El ambiente entre los tres hombres que esperaban dentro era muy tenso. Neri estaba sentado en el sofá con la vista clavada en el suelo y no se levantó. Genti no estableció contacto visual, y Prek actuaba como si estuviera muy nervioso. Buda tenía que averiguar qué había ocurrido, y deprisa.

—Caballeros —dijo, y se volvió hacia Burim y Drilon—, he dejado la comida que trajimos en la parte posterior de mi coche. ¿Les importaría? Me gustaría intercambiar unas breves palabras con mis chicos.

Burim y Drilon salieron de la sala y cerraron la puerta. Buda se volvió hacia Prek.

—¿Qué cojones está pasando aquí? ¡Levántate, Neri! ¡Genti, mírame cuando te hablo! ¿Dónde está la chica?

—En el dormitorio —contestó Prek—. Saltó por la ventana, se zambulló en el lago y huyó nadando.

—¿Qué? ¿Hablas en serio?

—Sí, pero la encontramos enseguida.

—¿La ha visto alguien?

—No, estoy seguro. Aquí solo estamos nosotros.

—¿Estás absolutamente seguro?

—Sí.

Los tres hombres de Buda estaban de pie como escolares culpables delante del director.

—¿Y a ti qué te ha pasado? —le preguntó Aleksander a Neri, cuyo ojo se estaba cerrando rápidamente. El joven no habló, pero miró a Prek.

—¿Te lo ha hecho ella?

—No —dijo Prek—. He sido yo.

—¿Por qué? —Buda se inclinó hacia delante, con los brazos en jarras. Fatos estaba de pie junto a la puerta con los brazos cruzados. El mensaje estaba claro: nadie iba a entrar o salir de allí—. Prek, más te vale contarme qué ha pasado ahora mismo, o tendremos un problema serio.

—Atacó a la chica —contestó Prek. Neri se quedó boquiabierto. Tenía la esperanza de que su compañero se inventara alguna historia.

—¿Y eso fue antes o después de que escapara?

—Antes.

—¿Y dónde estabas tú?

Silencio.

—Muy bien, ya me ocuparé de esto más tarde. Todo dependerá de si la chica es la hija de ese. Esperemos que no. Fatos, déjales entrar.

»Burim, Drilon —dijo Aleksander en el tono más cordial que pudo—. Lo que ha pasado es que la chica intentó escapar, pero no lo ha conseguido. Mis hombres están muy avergonzados, como debe ser.

Burim miró a Neri, pero nadie dio ninguna explicación sobre su herida.

—Mi esposa era una tigresa —dijo—. Tal vez esta mujer también lo sea. Señor Buda, estoy preparado para conocerla.

* * *

Buda acompañó a Burim hasta el dormitorio y se fue. Pia estaba sentada en la cama, de cara a la ventana.

—Afrodita. Pia —dijo Burim—. ¿De veras eres tú? Yo soy Burim. Burim Grazdani. Creo que soy tu padre, Pia. Mírame, por favor.

La joven tardó un segundo en volverse. Cuando lo hizo, fulminó con la mirada al hombre; tenía el rostro ensombrecido por la furia, odio en estado puro. La expresión de Burim pasó de la incredulidad al asombro.

—Oh, Dios —exclamó—. Eres la viva imagen de tu madre.

Burim conocía la expresión de aquella cara por la primera Pia, una mujer hermosa llena de odio. El albanés estaba experimentando sentimientos que jamás había tenido, y era incapaz de articularlos.

—Me han dicho que estudias en la facultad de medicina de Columbia. Es asombroso. Debes de ser muy inteligente. —Pia se había vuelto de nuevo, y Burim continuó hablándole a su espalda—. Te pareces mucho a tu madre, ¿sabes? No creo que lo sepas. El mismo pelo, los mismos ojos, es asombroso.

Pia no dijo nada. ¿Era posible que fuera él?

—Creo que nuestro encuentro es un milagro. Pia, di algo, por favor.

Silencio.

—Tu tío Drilon está aquí.

Aquello sí que hizo reaccionar a Pia. Escupió ruidosamente al suelo, junto a la cama. Burim se quedó desconsolado.

—Pia, lamento no haber ido nunca a buscarte. Era joven y estúpido. Quise ir, muchas veces, pero sabía que si lo hacía descubrirían que estaba de ilegal en este país y me enviarían a casa. Así nunca tendría la oportunidad de volver a verte. Estaba trabajando con aquellos tipos, el grupo Rudaj; desmantelaron la organización y Drilon y yo tuvimos que pasar a la clandestinidad. Fue entonces cuando empezamos a trabajar para Ristani, pudimos cambiar de nombre y dejar atrás nuestro pasado. Ojalá no hubiéramos tenido que hacerlo, pero las cosas fueron así. Pia, por favor.

En cuanto Pia vio la cara de Burim, supo quién era. Era el hombre al que había esperado durante años, el hombre que la condenó a los tormentos mientras ella esperaba con ansia que fuera a salvarla. Nunca lo hizo. Ahora hacía acto de aparición, ¿y para qué? ¿Y por qué había llevado a aquel monstruo con él? ¿Qué iban a hacer con ella, matarla? En aquel momento, apenas le importaba.

—Escucha, ya sé que te abandoné, pero de repente, ahora que te veo, es importante para mí que seas mi hija y que estés a salvo.

—¿A salvo? ¿Tienes idea de lo cómo lo pasé en el programa de acogida? —rugió Pia. Burim se quedó sorprendido por el sonido de su voz—. ¿Lo sabes?

—¡Pero vas a ser médico, mira cómo terminó todo!

—Así es como termina todo, imbécil. Pistolas, gángsteres, asesinos. Eso es lo que recuerdo de cuando era niña. Mi madre estaba allí, y de repente ya no. ¿Qué le pasó?

—No lo sé.

—¡Mentiroso!

Pia se volvió y le gritó a la cara. Buda abrió la puerta. Debía de estar esperando al otro lado.

—¿Va todo bien?

—Déjanos, por favor —dijo Burim. Lágrimas silenciosas resbalaban por la cara de Pia. Se volvió hacia la pared. No entendía nada de lo que estaba pasando. ¿Cómo se había implicado su padre con la gente que había asesinado a Rothman, Yamamoto y Will McKinley? Habían estado esperando a que él apareciera, lo cual significaba que tal vez pudiese impedir que la mataran también a ella. Cuando Pia volvió a hablar, lo hizo en voz más baja:

—Es lo único que sé de ti. Que eres un mentiroso.

—Ahora estoy aquí.

—¿Has venido a terminar el trabajo que empezaron ellos?

—Entiendo por qué dices esas cosas, pero has de creerme, he venido a salvarte.

—Tú y tu caballo blanco.

—¿Qué?

—Nada.

—Lo que te estoy diciendo no es ninguna mentira. A esos tipos de la otra habitación les han pagado para que te pongan freno porque estabas investigando unas muertes. Y quieren que dejes de hacerlo. —Pia no dijo nada—. Saben que tu apellido es albanés y preguntaron por ahí si alguien te conocía, y yo dije, «Sí, es posible». Resulta que un albanés no puede matar a otro albanés, al menos en nuestro negocio, a menos que el asesino quiera morir también. Si no fueras albanesa, si no fueras mi hija, ya estarías muerta. ¿Lo comprendes?

—Es muy amable por tu parte.

—La verdad es que sí.

—Asesinaron a mi profesor y a otro médico inoculándoles la fiebre tifoidea y una dosis masiva de polonio. Esta noche han asesinado a un amigo mío de un disparo en la cabeza solo porque me estaba ayudando. ¿Debería estar agradecida con ellos porque me han perdonado la vida?

—No puedo hacer nada por los demás. Lo que sí puedo hacer es salvarte a ti.

—¿Y cómo vas a hacerlo?

—Les garantizaré que abandonarás tu investigación. Y que no hablarás con las autoridades de su implicación. Tómate unas vacaciones. Haz algo. Ya lo arreglaremos.

—¿Tú? No me has visto desde que tenía seis años. ¿Aceptarán tu palabra?

—Si se la doy, sí. He estrechado su mano, y el honor de mi familia está en juego.

—O me matarán.

—O te matarán.

—¿Y tú aceptarás mi palabra de que abandono?

—Si me das tu palabra, sí.

Pia resopló. Daba la impresión de que la única persona capaz de salvarla era su padre, la persona más improbable del planeta, la persona en la que menos confiaba y a la que más odiaba, el hombre que era la causa de todos sus males. Aquella era una situación que desafiaba la cordura, pero Pia intentó hablar de una manera desapasionada. Su organismo aún no había eliminado la droga por completo, era consciente de ello. Se sentía más fatigada que nunca, asustada, disgustada y furiosa. Pero tenía que pensar.

Si quería vivir, tenía que prometer dejar de investigar, pero ¿sería capaz de hacerlo? Quedaba muy poco por investigar. En el IML había demostrado que el polonio era el causante de la muerte de Rothman y Yamamoto, y estaba segura de que los forenses investigarían lo que ella había descubierto. La policía habría invadido Columbia en busca de los asesinos de Will y de sus secuestradores. No podía hacer nada más para contribuir a la investigación, aparte de aportar pruebas y aquel hombre no había dicho nada de eso. Su trabajo había terminado.

—Como si te importara el honor de la familia —dijo.

—Me importa, pero, si no lo crees, acepta mi palabra de que me preocupo por mi honor.

—¿Y eso es lo único que debo hacer, dejar de investigar?

—Pero tienes que abandonar de verdad, tal vez marcharte una temporada. Has de creerme, de lo contrario te matarán. Pienses lo que pienses de mí, debes pensar en la alternativa. Tienes que guardar silencio. Si conduces a la policía hasta Buda, jamás podrás testificar contra él.

Pia comprendió que no le quedaba otra opción. Pero tal vez su padre pudiera hacer algo por ella y subsanar algunos agravios que había sufrido. Pia se volvió hacia él.

—De acuerdo. Pero deberías saber que no todos esos hombres se han portado de manera honorable conmigo.

—Me alegro de que aceptes, Pia, pero ¿a qué te refieres?

—Cuando llegué aquí me drogaron. Pero recuerdo que uno de ellos, como mínimo, me forzó. El joven sin la menor duda. Pero tal vez fueran todos.

Burim reaccionó tal como Pia esperaba. La miró un momento, con el rostro púrpura, y después se levantó de un salto y abrió la puerta.

—¡Señor Buda! Tengo que hablar con usted.

Buda comprendió que Burim tenía ganas de pelea y que lanzaba miradas furiosas a Neri. La chica le habría contado lo sucedido en la casa. Todo el mundo se levantó y la tensión se elevó de inmediato. Aleksander se llevó a Burim a la cocina. Los paquetes de comida para llevar descansaban sobre el horno, aún sin abrir. Burim habló en voz baja, pero con furia reprimida.

—Es mi hija. Y dice que la han violado. El más joven con toda seguridad, tal vez más. ¿Lo sabía?

—Escucha, me han dicho que un hombre perdió el control un momento, pero no hubo contacto sex…

—Pero…

—Comprendo que esto te afecte, pero existían muy pocas probabilidades de que fuera tu hija…

—Eso no es excusa. Tal vez hubiera sido mejor que la mataran que deshonrarla así. Le he estrechado la mano, pero tal vez tenga que romper el trato.

Buda miró a Burim a los ojos. ¿Hablaba en serio o solo estaba intentando sacarle más dinero? Diez minutos antes el tío ni siquiera sabía que tenía una hija ¿y ahora estaba preocupado por su honor? Aquellos tipos seguían siendo unos paletos.

—Castigaré a esos hombres, te lo aseguro.

Burim negó con la cabeza y se abrió la chaqueta para dejar al descubierto su pistolera.

—La única solución es que yo me encargue del castigo. ¿Quiere que llame a Berti?

—No, claro que no. Te llamé precisamente para evitar este tipo de situación. Un asesinato solo conduciría a más asesinatos: siempre es así. Castigo, sí. Asesinato, no. Le pediré disculpas en persona.

—Dudo que vaya a aceptar cualquier disculpa. Por eso supe que era ella, porque tiene el mismo carácter que su madre.

—Escucha, le pediré disculpas. Os daré dinero a los dos, dinero que les quitaré a esos tres hombres de ahí fuera. Pero no quiero reyertas familiares por esto. No tendría que haber pasado. Lamento la situación. En última instancia, el culpable soy yo. Pero te necesito, Burim, para que cumplas tu compromiso y para que ella abandone su investigación.

Burim hizo una pausa para pensar. Aleksander no permitiría que un hombre de otra banda castigara a sus hombres. Una reyerta familiar no interesaba a nadie, y él no quería ser la causa de una disputa entre Aleksander Buda y Berti Ristani.

—De acuerdo. Déjeme hablar con ella.

Burim volvió al dormitorio. Pia sabía que debía aceptar la ayuda de aquel hombre, por desagradable que le resultara. En aquel momento, lo que más deseaba era salir de allí e ir en busca de George. Burim cerró la puerta y le refirió lo que Buda había dicho. ¿Querría ella renunciar a la venganza a la que tenía derecho? La joven supo que le estaban negando lo que era justo por segunda vez: le impedían denunciar a los asesinos de Rothman y también vengarse de la persona que la había atacado.

—Si ha de ser así, quiero hablar con esos hombres de ahí fuera —dijo.

—De acuerdo —aceptó Burim—. Pero quiero rubricar nuestro acuerdo: un apretón de manos albanés.

El hombre extendió la mano. Pia la miró. Le daba igual. Se estrecharon la mano y se le erizó el vello cuando tocó la de él.

Entraron en la sala de estar, donde todo el mundo seguía de pie, aunque en una postura algo más relajada.

—Voy a aceptar la oferta —anunció Pia—. Haré lo que piden y abandonaré la investigación. Pero tengo que decir un par de cosas.

Pia se acercó a Neri y se plantó frente a él. Él se echó a temblar, miró primero a Prek, después a Buda, y por fin a Burim.

—Eres un pedazo de mierda.

—Juro que no hice nada. No puedo, es imposible…

Pia le hundió el índice en el esternón.

—No eres tan duro cuando la chica está despierta, ¿eh? ¿Sabes lo que va a hacer mi padre contigo? Te va a cortar tu diminuta polla y te la meterá por el culo.

—No, no, yo no…

—¿Perdona?

Pia volvió a hundir el dedo. Neri se había puesto a llorar, grandes torrentes de lágrimas brotaban de sus ojos. Juntó las manos y le suplicó a Pia.

—Y tú —le dijo Pia a Drilon—, nunca más volverás a dirigirme la palabra ni te acercarás a mí. —El hombre miró a Burim y levantó las manos como diciendo «No entiendo nada». Pia se apresuró a continuar—: Ahora voy a hacerle una pregunta a usted.

Pia miró a Buda, que enarcó las cejas.

—¿A mí?

—¿Unos hombres le han pagado para que me asuste?

—Sí.

—¿Unos hombres le han pagado para que me mate?

—Sí.

—¿Son los mismos hombres que le pidieron que asesinara a los doctores Rothman y Yamamoto?

Buda hizo una pausa.

—Sí.

—¿Por qué lo hicieron? Cuando me di cuenta de que las muertes no eran accidentales, no fui capaz de imaginar por qué alguien querría tomarse tantas molestias para matar a dos médicos investigadores. El trabajo que estaban haciendo… Estaban a punto de cambiar el mundo.

Buda miró a Burim. ¿Era posible controlar a aquella mujer?

—Algunas personas habían hecho inversiones que esa investigación amenazaba.

—¿Inversiones? ¿Quiere decir que lo han hecho por dinero?

—Supongo —contestó Buda. ¿Por qué lo hace todo la gente si no?, pensó.

Pia no podía creérselo. Pensó en su charla a corazón abierto con Rothman, que le había parecido el inicio de algo importante en su vida: el padre que nunca había tenido. Recordó la amabilidad de Yamamoto. Y a Will, su vida extinguida también. Entonces recordó haber entrado en una habitación iluminada de azul y contemplar los baños palpitantes de los órganos artificiales, y la enorme emoción que había experimentado. Y la gran alegría que había sentido al ver los páncreas artificiales. Ahora era muy posible que clausuraran aquellas dos salas y dejaran aparcado el proyecto. La investigación continuaría, pero no en Columbia y no con ella. Pia se sentía vacía y desconsolada.

Era probable que los asesinos de Rothman y Yamamoto se encontraran en aquella sala de estar. Pia no podría tocarlos, lo sabía. Su vida dependía de que ellos no fueran acusados de asesinato. Pero no había perdido todo el poder.

—En ese caso, quiero que haga una cosa. Y después, prometo que me desentenderé del caso y me morderé la lengua.

Pia les contó su idea a los hombres. A Buda le gustó: aquel trabajo tenía demasiados cabos sueltos. Burim admitió que aquello satisfaría el honor de su hija. Los hombres volvieron a estrecharse las manos y después todos estrecharon la de Pia.

* * *

Buda estaba contento con cómo se habían solucionado las cosas, aunque le quedaba más trabajo por hacer, y además debía decidir qué haría con sus hombres, sobre todo con Neri, que daba la impresión de haberse desmoronado por completo. Prek y Genti estaban comiéndose la comida tibia, pero el otro seguía derrumbado en el sofá.

Buda localizó un par de zapatillas de su mujer, demasiado grandes para Pia, pero debería conformarse con aquello de momento. Las llevó al dormitorio donde la joven estaba descansando.

—¿Qué vas a hacer ahora?

—¿Cree que se lo voy a decir? —le contestó ella.

—Escucha, lamento que sucediera así.

—Es un poco tarde para eso. Déjeme en paz, por favor.

* * *

Cuando Pia volvió a la sala, estaba llena de humo de cigarrillos. Los hombres charlaban de pie, y un par de ellos reían. Pia se acercó a Buda.

—¿Dónde está mi móvil?

Aleksander miró a Prek, que se encogió de hombros.

—Dáselo. Pero no lo enciendas hasta que hayamos terminado aquí.

—De acuerdo.

Prek se sacó del bolsillo el móvil, la identificación de estudiante y el billetero que Pia utilizaba para llevar la tarjeta de crédito y el dinero, y se los devolvió.

—Estaré fuera —dijo Pia—. Esto apesta.

Sin más palabras, salió y cerró la puerta con fuerza suficiente como para que la casa se estremeciera.

Burim sacudió la cabeza.

—Es clavada a su madre.

—Deberíamos salir. Podría llamar a alguien —dijo Prek.

—No lo hará —aseguró Buda—. Es albanesa, lo ha prometido.

—Es medio albanesa —rectificó Burim—. Y medio italiana. Será mejor que vaya a ver.

Los hombres rieron.

Pia, escondida al otro lado de la furgoneta, había encendido el teléfono, que estaba inundado de mensajes, correos electrónicos y mensajes de texto. Vio que había uno de Lesley Wong.

«Dios te bendiga —decía—. Rezando por la recuperación de Will».

—¿Pia?

Era Burim. Apagó el teléfono y salió de detrás de la furgoneta.

—Nos vamos —dijo Burim.

Pia solo podía pensar en una cosa. ¿Recuperación? ¿Era posible que Will estuviera vivo?