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Salida de la Ruta 23

Wayne, New Jersey

25 de marzo de 2011, 21.19 h.

—Tengo entendido que intentas localizarme —dijo Burim Graziani.

—¿Sigues al teléfono, Berti? —preguntó Buda.

—Voy a colgar. Hablad vosotros dos.

Se oyó un clic cuando Berti colgó.

—Sí, necesito hablar contigo —le dijo Buda a Burim—. No nos conocemos, ¿verdad?

—No, creo que no. Pero sé quién eres, por supuesto.

En su profesión, todo el mundo conocía a Aleksander Buda. Iba a ser una conversación complicada, Buda lo presentía. También quería asegurarse de que no fuera demasiado comprometedora. Era fácil intervenir los móviles, hasta los nuevos, como el que utilizaba él.

—Por ese motivo, hemos de ser precavidos.

—Comprendo.

Ninguno de los dos deseaba empezar. La llamada de Ristani había sorprendido a Burim. Iba en su coche, de vuelta hacia Weehawken desde New Jersey, donde había concluido temprano su trabajo. La pregunta de su jefe le había conmocionado tanto que casi había embestido el camión que iba delante. «¿Pia Grazdani?», había repetido en voz alta, y pensó en su mujer, no en su hija. Recordaba su personalidad fogosa, las peleas, las noches en que se iba de juerga y le dejaba solo con la niña. Su repentina furia hizo que no escuchase como era debido lo que le estaba preguntando Berti.

—Tendrá unos veinticinco años —le había dicho Ristani—. Por lo visto es muy guapa. Burim, mierda, ¿me oyes?

La conexión no era buena, se entrecortaba. Fue entonces cuando Burim reparó en que Berti no se refería a su difunta esposa, sino más bien a su hija, Afrodita Pia Grazdani.

Buda se aclaró la garganta.

—Berti me ha dicho que has reconocido el nombre de Pia Grazdani. ¿Existe algún parentesco?

—La recuerdo por un nombre diferente. Afrodita, como yo la llamaba. Su segundo nombre era Pia, como su madre. Era mi hija.

Afrodita. La cría había sido un grano en el culo, igual que su madre, puesto que había heredado su personalidad. Drilon era el único que se llevaba bien con ella. Una criaja miserable que requería mucha atención en un momento en que Burim estaba demasiado ocupado intentando escalar en la organización de Rudaj. No tenía tiempo para la niña. Después de que los servicios municipales se la llevaran, Burim se dijo que iría a recuperarla cuando tuviera los papeles que legalizasen su situación en el país, pero cuando obtuvo la carta verde decidió que era un hombre más feliz sin la carga de la responsabilidad. Después, tuvo que desaparecer como Burim Graziani y nunca logró establecer su nueva personalidad más allá de sacarse el permiso de conducir por si acaso le detenían conduciendo. Imaginaba que ahora tendría que explicárselo todo a Berti Ristani, algo que para él constituía un problema más grande que el destino de su hija.

—¿Crees que la chica podría ser tu hija? —preguntó Buda sin dar crédito a lo que estaba pasando.

—Es posible, sin duda. No es un apellido corriente, y la edad coincide, veintipico años.

Por más que se esforzaba, Burim no podía recordar la fecha del cumpleaños de Afrodita, ni el día ni el año.

—¿Cuál es la historia del cambio del apellido familiar?

Burim le explicó el problema. Buda, que como todos los mafiosos albaneses conocía los detalles de la debacle de Rudaj, lo comprendió. Cuando el FBI intervino, montones de personas pasaron a la clandestinidad.

—¿Perdiste el contacto con tu hija hace mucho tiempo?

—Sí, ya sabes cómo son las cosas en este negocio.

En aquella época Burim era uno de los recaderos de la banda del barrio, muy metida en el tráfico de drogas, y aquello no le convertía en la figura paterna ideal. Tanto Buda como Burim lo entendían. Burim no consideró necesario aportar más detalles. Se daba por supuesto que la poli había ido, se había llevado a la niña para luego derivarla al programa de acogida, que el padre no se había molestado en ponerse en contacto con ella, todo eso. Burim guardó silencio de nuevo.

—¿Crees que se acordaría de ti?

—Tenía seis años, creo, cuando se marchó, y supongo que los niños ya se acuerdan de las cosas sucedidas a esa edad.

Burim no pudo por menos que preguntarse por qué un hombre como Buda se preocupaba por aquella mujer que tal vez fuera su hija.

—¿Cómo ha aparecido esa tal Pia Grazdani? ¿Cómo se ha mezclado contigo?

—Está relacionada con un trabajo que me pidieron que llevara a cabo —contestó Buda con vaguedad—. Estudia medicina en la Universidad de Columbia y trabajaba con un investigador que sufrió un accidente y murió.

Burim se sorprendió una vez más. ¿Podía estudiar medicina su hija? ¿Y en una universidad tan famosa? Parecía increíble. Si le hubieran preguntado, habría jurado que la chica había seguido un camino similar al de su madre; que había acabado con un tipo como él, o quizá incluso en la calle. ¿Estudiante de medicina? Se asombró cuando sintió algo parecido al orgullo.

—¿Y es guapa, como dice Berti?

—Yo no la he visto, pero me han dicho que es preciosa. Y, hum, rebelde.

—¿Quieres decir que le gusta pelear?

—Podríamos decirlo así.

—Eso suena bien —dijo Burim con pesar—. Su madre era una tigresa. Entonces ¿de qué va esto?

—¿Dónde estás? Dadas las circunstancias, hemos de hablar en persona.

Resultaba que Graziani se encontraba a solo unos veinticinco kilómetros de donde estaba aparcado Buda, cerca de la salida del túnel Lincoln, en el puesto de peaje de New Jersey.

—¿Conoces el Swiss House Inn? —preguntó Burim. Aleksander lo conocía. El restaurante estaba al lado de la Ruta 80, a mano tanto para Graziani como para Buda, y tampoco muy lejos de Green Pond.

—Quiero que venga mi hermano —dijo Burim.

—De acuerdo —aceptó Buda que sentía curiosidad. Los dos hermanos eran como la noche y el día. Aleksander no lograba comprender para qué quería que fuese el burro de su hermano, pero le daba igual. Al fin y al cabo, era un asunto de familia.

—Yo también iré con un socio —dijo Buda pensando en Fatos Toptani. Si conseguía que llegara a tiempo, pensó—. Una media hora —añadió, y después colgó.

No le gustaba que la llamada se hubiera prolongado tanto, pero no había tenido otro remedio. ¿Qué probabilidades había de que el tal Burim fuera el padre de Pia? Desde aquella perspectiva, se alegraba mucho de haber investigado el asunto. Matar a la hija de un hombre bien relacionado, aunque se tratase de una hija perdida mucho tiempo antes, incluso una hija sobre la que el padre se mostraba ambivalente, habría supuesto un problema grave, sobre todo para un hombre relacionado con la banda de Ristani. Eran más adictos a la violencia que cualquier otra banda que Buda conociera. Para ellos, era como un deporte.

Aleksander telefoneó enseguida a Berti y le hizo un resumen de la conversación.

—Por extraño que pueda parecer, cabe la posibilidad de que esa Pia Grazdani sea la hija extraviada de Burim. —Berti estaba tan sorprendido como cualquiera—. Vamos a vernos en persona —añadió Buda.

—Bien —contestó Ristani—. Agradezco el tacto que estás mostrando con esto. No quisiera que ocurriera nada entre nuestras organizaciones.

—Yo tampoco —respondió Buda, y hablaba en serio.

Después, Aleksander realizó una llamada más antes de dirigirse hacia la cita en el restaurante con Burim. Llamó a Prek. Ahora era más importante que nunca que trataran a Pia con delicadeza. El destino de la chica estaba en manos de Burim.