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Green Pond, New Jersey

25 de marzo de 2011, 20.45 h.

Prek entró con cautela en Green Pond, una comunidad privada de Morris County, al norte de New Jersey. Lo que habría podido ser una hora de desplazamiento se había convertido en un viaje de casi dos, en parte por culpa del tráfico, en parte porque él había conducido por debajo del límite de velocidad incluso en los tramos despejados de la carretera. Habría costado mucho explicar la presencia de algunos artículos en la furgoneta en el caso de que le hubieran obligado a parar.

El estanque verde que prestaba su nombre a la población era, en realidad, un lago. Aquella noche, su superficie estaba oscura, porque la luna no había salido todavía. Prek tomó la sinuosa y escarpada carretera de la orilla este, donde las pocas casas que había, situadas al final de largos caminos de acceso, estaban ocultas en su mayor parte por un espeso bosque de árboles de hoja caduca aún desnudos. Había tan solo un puñado de casas sobre los acantilados del lado oeste, a las que solo se podía acceder por barca. El pueblo se hallaba hacia el norte. Al cabo de un kilómetro y medio, la carretera se acercaba al lago y las viviendas de la orilla. Algunas de ellas pertenecían a residentes que vivían todo el año, y en sus ventanas se reflejaban luces incandescentes, cálidas y algún destello ocasional de los sempiternos televisores gigantes. En el extremo sur del lago había cierto número de casas de verano, que estaban a oscuras, con sus muelles amontonados en pulcras pilas y las barcas bajo lonas impermeables.

Prek tomó el camino de entrada a la casa de Aleksander, situada en una península en el mismo extremo sur del lago, encarada a una caleta de unos doscientos metros de diámetro. La casa había atraído a Aleksander por su retirado emplazamiento en una lengua de tierra. Le había complacido averiguar que, durante siete u ocho meses al año, las casas a ambos lados de la suya, en la parte este de la caleta, estaban a oscuras y abandonadas, con la calefacción apagada y las tuberías secas. Solo había dos casas en el lado oeste de la península, y siempre estaban desiertas salvo en los meses de verano. A Buda le encantaba el lugar por su serenidad, sobre todo en invierno, cuando el lago se helaba.

Prek aparcó en la parte posterior de la casa, de cara a la carretera, localizó su llave y abrió la puerta; encendió las luces y la calefacción alimentada con aceite.

—Cariño, ya estoy en casa —gritó Prek, y se echó a reír.

Cuanto más se acercaban al refugio, más alegre era el ambiente que reinaba en la furgoneta. Prek se sentía muy satisfecho de que todo hubiera salido bien. Seguro que el jefe se iba a poner muy contento.

Los tres hombres descargaron la alfombra enrollada que contenía a Pia y la llevaron dentro a toda prisa. La puerta de entrada daba directamente a la zona de estar, donde había dos sofás de cuero, uno negro y otro marrón, encarados entre sí en el centro de la sala, delante de una chimenea de piedra vista. Prek hizo a un lado una mesita auxiliar baja sobre la que había diseminadas revistas de automóviles para que Genti y Neri pudieran depositar allí la alfombra con su contenido. Después, la desenrollaron, hasta que la joven cayó boca abajo, despatarrada sobre la inmensa alfombra persa falsa de la sala.

Prek llamó a Buda. Quería informar a su jefe de que habían llegado y todo había salido bien. También esperaba recibir el visto bueno para liquidar a Pia. Era una noche perfecta, silenciosa y oscura, para arrojar un cadáver al pantano que se extendía a lo largo de casi un kilómetro y medio desde el extremo sur del lago hasta el bosque virgen protegido, que rodeaba un arsenal gubernamental llamado Picatinny. Era el tipo de paisaje salvaje que sorprendía a casi todos los residentes de Nueva York. Desde luego, había sido muy útil para Buda y su banda en más de una ocasión.

Para irritación de Prek, Buda no contestó. No le dejó un mensaje. Su jefe vería la llamada perdida y sabría que Prek estaba intentando comunicarse con él.

El enfado del albanés aumentó cuando se percató de que, a pesar de toda la planificación, habían olvidado llevar comida. Había una tienda siguiendo la carretera, unos ocho kilómetros hacia el norte, pero Prek no consideró buena idea que alguno de ellos se mostrara en público, sobre todo cuando iban a deshacerse de un cadáver. Fue a la cocina y echó un vistazo a la nevera. Había un cartón de leche caducada. Los armarios resultaban todavía más deprimentes. Había una caja de cereales abierta, pero una esquina estaba mordisqueada y se veían excrementos de ratones.

Desalentado, Prek volvió a entrar en la sala de estar. Se hizo un repentino silencio. Imaginó que Genti y Neri estarían hablando de algo y habían enmudecido de repente.

—¿Qué pasa? —preguntó Prek.

Los dos hombres estaban mirando a Pia. Se había producido un desacuerdo.

—¿Cuánto falta para que despierte? —preguntó Neri.

—Lleva encima diez miligramos de Valium, de modo que estará dormida un rato —replicó Prek—. Empezará a despertar, pero se sentirá muy aturdida. Siempre podemos administrarle otra inyección en caso necesario. Buda no ha contestado al teléfono.

—Es guapa —dijo Neri.

—Nuestro joven amigo aquí presente estaba diciéndome lo que le gustaría hacer con ella —dijo Genti—. Supongo que podríamos turnarnos, tal vez hasta sería interesante mirar. ¿Qué opinas tú, Prek? Tendríamos que haberlo hecho cuando estuvimos en su cuarto anoche.

—Me gusta que mis novias participen —explicó Prek—. Y en cualquier caso, no vamos a hacer nada hasta que Buda me dé permiso para deshacernos de ella. Recordad que su apellido es albanés. Hemos de asegurarnos de que no vamos a mancillar el honor de nadie, ya sabéis a qué me refiero.

—Oh, venga, Prek —dijo Genti—, ¿qué probabilidades hay? Hay doscientos cincuenta mil albaneses en la zona, y solo se trata de una chica. Nunca he visto a ninguna tía tan atractiva emparentada con alguno de nosotros. No se parece a tu hermana, desde luego.

Genti y Neri rieron. Prek no. Presintió que, después de que todo hubiera ido tan bien, iban a surgir problemas.

Sus dos compañeros estaban sentados en sofás diferentes. Neri parecía un perro en celo, prácticamente jadeaba mientras intentaba contenerse. Miraba alternativamente a Pia y a Genti, quien también debía de estar decidido a defender lo suyo. Genti Hajdini había ido escalando en los rangos de la banda al mismo tiempo que Prek, pero Buda delegaba más responsabilidad y mejores trabajos en el primero de ellos. Como consecuencia, Prek ganaba más dinero que su compañero, y cuando Buda no estaba, él mandaba. Sabía que Genti estaba resentido por eso, pero nunca había supuesto un problema entre ellos. Prek era consciente de que Genti seguía ofendido porque no le había permitido violar a Pia la noche anterior.

—El chico se ha portado bien esta noche —dijo Genti, y señaló a Neri al tiempo que imitaba el sonido de una detonación. Ambos volvieron a reír y después se callaron y miraron a Prek—. Tal vez deberíamos recompensarle. Tal vez todos deberíamos recibir una recompensa.

Se hizo un pesado silencio en la sala.

—De todos modos, ¿quién te ha nombrado jefe? —preguntó Neri en voz baja.

Prek miró a Neri y luego a Genti, y después al revés. El más joven todavía llevaba la chaqueta negra que había utilizado mientras disparaba al chico en la calle, así que Prek supuso que aún guardaba la pistola en el bolsillo de la chaqueta. Era posible que Genti también fuera armado, hasta donde él sabía. Su pistola, en cambio, se había quedado en la guantera de la furgoneta. ¿Pensaba en serio que Neri y Genti podrían liquidarle? En aquella banda, tal como Prek y Genti sabían muy bien, se habían visto cosas más raras. Prek devolvió su atención a Neri y le sostuvo la mirada impertinente.

—Buda dijo que yo soy el jefe cuando él no está.

Pia emitió un gemido.

—¡Escuchad, capullos! Buda me dijo que esperáramos hasta que estuviese seguro de que no había ninguna familia emparentada con esta mujer. Si la cagáis con ella y Buda se entera de que es la hija o la sobrina de alguien y de que vosotros no habéis sido capaces de guardárosla dentro del pantalón… El tío o el padre, sea quien sea, no se pondrá precisamente contento. Se disgustará mucho con Buda, y eso significa que él se va a disgustar mucho con vosotros.

—Está inconsciente —señaló Neri—. Sin sentido. Ni siquiera se enterará, al menos no del todo. Qué desperdicio. Es como un crimen.

—Claro que se enterará, gilipollas.

—¿Ya no te interesan las chicas, Prek?

Ahora llegó el momento de mirar a Genti. Sabía que la intención del comentario de Genti era sacarle de quicio, pero decidió ignorarlo.

—Es una chica muy guapa, sin duda, pero hay montones de chicas guapas.

—No veo más en la sala —adujo Neri. Miraba a Genti en busca de su apoyo.

—Será mejor que no te conviertas en causa de una reyerta familiar, créeme.

—Por desgracia, tiene razón —dijo Genti. Se levantó del sofá y caminó hacia Prek. Lo rodeó con el brazo y le dio un achuchón—. Solo te estamos tocando los huevos. Si recibimos el visto bueno, Neri recibe el suyo, ¿vale? Yo podría coger el siguiente turno, ¿por qué no?

Genti se acercó al cuerpo de Pia y le levantó la falda con un dedo.

—No está mal, no está nada mal. ¿Qué dices tú?

—Digo que no la tocaremos hasta recibir luz verde para liquidarla. Cuando eso suceda, vosotros dos podréis hacer lo que os plazca. De momento, ayudadme a ponerla sobre la cama para que no esté a la vista. Sois como adolescentes.

Prek se acercó a Pia y la agarró por ambos tobillos.

—¡Vamos! ¡Echadme una mano!

Cuando Genti y Neri la asieron uno por cada brazo, los tres cargaron con Pia hasta el dormitorio y la arrojaron sobre la cama.

—Y ahora dejadla en paz —ordenó Prek, y les indicó con un ademán a sus dos compinches que le precedieran hacia la sala de estar. Mientras Prek les seguía, se preguntó por qué demonios Buda no llamaba.