Centro Médico de la Universidad de Columbia
Nueva York
25 de marzo de 2011, 20.31 h.
El capitán detective Lou Soldano se sentía frustrado. Estaba de pie en la calle, dentro de la zona acordonada que marcaba la escena del asesinato de McKinley. Toda una unidad de investigadores de la escena del crimen había peinado la zona en busca de pistas, pero sin resultados. Ni siquiera habían encontrado el casquillo de la pistola utilizada para disparar contra el estudiante. Solo tenían una bolsa de la compra que la mujer llevaba cuando la secuestraron. Contenía un aparato que uno de los técnicos identificó como un contador Geiger.
Los agentes estaban tomando declaración a los testigos con la esperanza de reunir información sobre los culpables y sobre la furgoneta que habían utilizado. Los informes que habían llegado a sus oídos eran muy contradictorios, desde en lo referente a la estatura de los hombres hasta a su ropa. Un testigo juraba que solo había dos hombres implicados, mientras que todos los demás afirmaban que eran tres. Lo único en lo que coincidían era en que todos ellos llevaban pasamontañas. También estaban de acuerdo en que la furgoneta era de un blanco sucio, pero no sabían nada de la marca o la matrícula.
George Wilson había aportado la versión más detallada, y hasta le había contado a Lou algo importante y, con toda probabilidad, relacionado con lo ocurrido. Le dijo que habían atacado a Pia en su habitación de la residencia la noche anterior y que la habían amenazado con actos violentos, algo que acababa de suceder. Cuando le preguntaron por qué no había denunciado la agresión, el joven contestó que ella tenía miedo de la policía debido a las experiencias de su infancia. Dijo que aun así él la había animado a acudir a la policía en numerosas ocasiones. Cuando le preguntaron por qué no lo había denunciado él, contestó que respetaba sus deseos y privacidad y que ella le había pedido que no lo hiciera.
La frustración de Lou no solo se debía a la escasez de pruebas en la zona. También influía que la comisaría local del NYDP no hubiese enviado a la escena del crimen el contingente de fuerzas que él esperaba, después de haberlo solicitado de manera específica. Les había proporcionado la descripción de Pia, gracias a Jack y Laurie, y añadido la información de que cargaba con un paraguas y una bolsa de la compra. Había confiado en que la policía o la seguridad del hospital de Columbia hubieran podido recogerla. Le habría gustado detener a Pia no solo para averiguar exactamente qué sabía, sino para protegerla, pero los malos se le habían adelantado. Si los chicos de la zona hubieran hecho lo que les había pedido, tal vez habrían evitado el secuestro.
La única parte de la operación que parecía funcionar bien era el tema de la radiación. Lou sabía que el IML había notificado a las autoridades pertinentes la posibilidad de radiación alfa en cuatro puntos de Nueva York: el Centro Médico de la Universidad de Columbia, el propio IML y las dos funerarias adonde habían conducido los cuerpos del doctor Rothman y el doctor Yamamoto. Pero el IML no podía movilizar a las fuerzas de la ley. Soldano se había encargado de eso, y su grupo de trabajo existía más sobre el papel que en la práctica.
Otra de las cosas que frustraba a Lou era lo mucho que habían tardado en conseguir una foto de la tal Grazdani. El propio Lou había llamado a seguridad del hospital de Columbia para confirmar que Pia era estudiante de medicina. También había pedido detalles sobre Pia, así como una foto reciente, pero al hospital le había costado encontrarla porque estaba cerrada con llave en el despacho de la decana de estudiantes, y la decana estaba ilocalizable. Por lo tanto, hasta después del secuestro no enviaron la foto a las fuerzas de la ley. Era algo así como cerrar la puerta de la caballeriza después de que robaran los caballos.
—Maldita sea —dijo Lou en voz alta por enésima vez.
Daba la impresión de que nada de lo relacionado con el caso iba bien. El único acontecimiento positivo era que habían localizado lo que creían que era la furgoneta blanca utilizada en el secuestro. En aquel momento, otro equipo de expertos forenses iba hacia allí. El capitán no tenía ni idea de si aportaría alguna pista, pero se sentía esperanzado. Entretanto, se había enviado una orden de busca y captura a Nueva York, Connecticut y New Jersey. Lou confiaba en que hubiera suerte. Pero dudaba que la tuvieran. Su intuición le decía que el crimen organizado estaba implicado a fondo. Sabía con absoluta certeza que no se trataba de un rapto por dinero, lo cual significaba que temía por la vida de la joven.
De repente, varias furgonetas de distintos medios de comunicación aparecieron y aparcaron al otro lado de la cinta de la escena. Mientras sus antenas se alzaban, las puertas se abrieron de golpe y de los vehículos bajaron cámaras y periodistas.
Lou emitió un gemido. Sabía que aquello iba a convertirse en un circo mediático, y se preguntó cuánto tardaría el alcalde en intervenir.
* * *
Primero, Will McKinley tuvo mala suerte (dos veces, en realidad), y después tuvo buena suerte otras dos veces. Tuvo mala suerte, para empezar, por haberse visto implicado en el caso Rothman, y por encontrarse con Pia en la calle y ser confundido con George, lo cual dio como resultado que le consideraran un acompañante que sabía demasiado. Will también tuvo la mala suerte de que el arma de Neri Krasnigi se hubiera disparado. Cuando el joven había limpiado y cargado el arma, no había sido tan cuidadoso como creía. Varias motas de arenilla se habían encajado en la primera bala cargada y alojada en la recámara. En diferentes circunstancias, o si los fragmentos de arenilla hubieran sido un poco más grandes, el arma podría haberle estallado en las narices a Neri en lugar de fallar levemente y proyectar la bala a un cincuenta por ciento de la velocidad habitual. Aquel fue el golpe de suerte.
Will tuvo suerte otra vez, si es que puede decirse que la ha tenido alguien que ha recibido un disparo en la cabeza. Había vuelto la cabeza, de modo que recibió la bala en la sien, no en la frente, lo cual hizo que el proyectil le atravesara el lóbulo frontal de parte a parte, un tipo de herida que había presentado milagrosas recuperaciones en el pasado. También podía considerarse afortunado que le hubieran disparado a cien metros de un departamento de urgencias importante, donde se le dispensó ayuda experta de inmediato. Un soberbio equipo de médicos había tratado a McKinley al cabo de escasos minutos de recibir el disparo y continuaba controlándole de cerca. En aquel momento se hallaba en coma inducido, conectado a una serie de monitores y máquinas. Todo el mundo confiaba en que a Will no se le agotara la suerte.