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Centro Médico de la Universidad de Columbia

Haven Avenue, Nueva York

25 de marzo de 2011, 18.59 h.

George no tenía intención de quedarse dormido, pero lo había hecho. Era el legado de la soporífera conferencia. Por no mencionar el hecho de que no dormía tan bien como de costumbre por culpa de lo que estaba pasando. No solo estaba dormido, sino en una fase tan profunda del sueño que ni siquiera oyó que el móvil emitía su chirrido de grillo. El teléfono descansaba sobre su escritorio, a menos de tres metros de distancia. Tampoco lo oyó cuando chirrió de nuevo veinte minutos después. Pero la llamada le sustrajo del lugar donde se encontraba, porque cuando el móvil sonó por tercera vez, se levantó y contestó.

—¿Hola?

—George, soy tu abuela. He llamado antes, pero no has contestado. ¿Cómo estás?

George se sintió muy despierto de repente. No sabía cuánto rato había dormido y consultó su reloj. Eran casi las siete, y el pánico se apoderó de él. ¿Dónde demonios estaba Pia?

—Estoy bien, abuela, pero tendré que llamarte después, ¿de acuerdo?

—De acuerdo, George. No dejes de hacerlo. Hace tiempo que no hablamos. ¿Va todo bien?

—Sí, muy bien. ¡Te llamo luego! ¡Tengo que dejarte!

George vio que tenía dos llamadas perdidas y escuchó el mensaje que Pia le había dejado la primera vez. Consultó su reloj. Mierda, llevaba catorce minutos esperando. Mientras se ponía los zapatos, intentó llamarla, pero saltó el buzón de voz. Salió corriendo al pasillo, en dirección a los ascensores.

* * *

Prek y Genti estaban sentados en la parte delantera de la furgoneta examinando angustiados a los transeúntes a través del parabrisas. Neri estaba incómodamente sentado sobre la caja de leche, un poco más atrás y entre sus dos compañeros. Lo que antes era fácil, echar un vistazo a los estudiantes cuando pasaban a su lado, en la oscuridad resultaba mucho más difícil. Había una farola en la esquina de Fort Washington con Haven, pero estaba lo bastante lejos como para ser de mucha ayuda. Continuaba lloviendo y estaba mucho más oscuro. Llevaban tanto tiempo esperando que se sentían entumecidos y doloridos, y de muy mal humor.

—¿Dónde coño está esa tía? —preguntó Prek irritado. No esperaba respuesta, y no la obtuvo—. Esto es un coñazo.

Neri, el que tenía menos experiencia, era el que más estaba sufriendo. Al principio estaba muy entusiasmado, pero la espera le estaba deprimiendo. Aunque su papel iba a ser el más fácil, porque sería él quien daría el golpe, nunca había matado a nadie. Tenía la mano derecha en el bolsillo, aferrada a su Beretta M9 semiautomática de origen militar, que llevaba el seguro puesto. Había detonado el arma cientos de veces haciendo prácticas y se consideraba un buen tirador. Pero disparar a un hombre en la cabeza a quemarropa era algo muy diferente a hacerlo contra blancos estáticos situados a siete, quince o treinta metros. No obstante, sabía que debía hacerlo para escalar puestos en la banda. Al igual que Prek y Genti, tenía el pasamontañas de lana sobre el regazo, preparado para cubrirse la cabeza con él y entrar en acción.

Pasó un coche del NYDP, y los tres se agacharon en un acto reflejo. Prek vio por el retrovisor que los agentes desaparecía. Después, pasó otra patrulla, y Prek se puso un poco más tenso. La observó mientras también desaparecía.

—¿Habéis visto eso? —preguntó.

—Por supuesto —contestó Genti—. Es viernes por la noche. Yo no me preocuparía mucho.

—No me gusta ver polis en la zona donde voy a hacer un trabajo. ¿Dónde coño está esa zorra?

—Cada vez cuesta más ver las caras de esos chicos hasta que casi se te echan encima —comentó Genti.

Un grupo de tres estudiantes con bata de laboratorio pasó junto a la furgoneta, seguido por un par de personas que iban solas. Una de ellas llamó la atención de Genti, que se inclinó hacia delante al tiempo que cogía el pasamontañas. Un instante después, se derrumbó en el asiento. Había sido otra falsa alarma.

* * *

Pia paseaba de un lado a otro junto a la escalera del metro, a la espera de que George la llamara, mientras intentaba imaginar dónde podía estar su amigo. Habían planeado reunirse cuando ella regresara del IML. En más de una ocasión, había pensado en dejar de esperar a George y volver sola a la residencia, pero solo hasta que miró la calle Ciento sesenta y ocho y vio que estaba más oscura y desierta que un cuarto de hora antes. Estaba a punto de llamarlo por tercera vez cuando notó que le ponían una mano sobre el hombro y se asustó. Se volvió en redondo y tuvo que contenerse para no abofetear a su presunto atacante. Pero no era un atacante. Era Will McKinley, que había salido del metro y la había visto paseando de un lado a otro. Después de intercambiar unas cuantas trivialidades y condolencias mutuas por el fallecimiento de Rothman y Yamamoto, Pia se había pegado a él para que la acompañara hasta la residencia. A modo de aliciente, como si le hiciera falta, le había ofrecido al chico compartir el paraguas.

Después de recordarse mutuamente los fallecimientos, cada uno había regresado a su propio mundo. Caminaron en silencio hasta pasada la entrada del hospital de la calle Ciento sesenta y ocho. Pia se preguntó qué diría Will si le contara lo que había averiguado. Pensó que, lo más probable, sería que no la creyera.

—Me ha sorprendido verte —dijo Will—. ¿Salías del metro, como yo?

—Sí —contestó Pia. Trató de pensar en qué le diría si le preguntaba adónde había ido, de modo que cambió de tema—. ¿Has visto a George hoy?

—¿A Wilson? No, pero he estado ausente desde la hora de comer. Lesley y yo aún no hemos encontrado plaza para nuestra optativa de investigación del mes. He aprovechado la oportunidad para ir de compras.

Alzó una bolsa.

Pia vio un coche de la policía que se dirigía hacia ellos por la calle Ciento sesenta y ocho. Inclinó el extremo del paraguas para impedir que le vieran la cara; Will reparó de inmediato en ello, pues le golpeó en la frente. La reacción de Pia había sido automática. No la habría sorprendido que la policía fuera en su busca. Aunque no deseaba que la detuvieran, al menos de momento, era la primera en admitir que sería muchísimo mejor que enfrentarse de nuevo a sus atacantes.

—¿Qué pasa, te persigue la justicia? —bromeó Will, que, sin saberlo, había interpretado el gesto de Pia de la manera correcta.

—No creo —dijo ella con una falsa carcajada. Se estaba acercando otro coche de la policía, de modo que mantuvo inclinado el borde del paraguas.

Llegaron a Fort Washington Avenue y esperaron a que cambiara el semáforo. Faltaban solo un par de cientos de metros para alcanzar la residencia. Pia se relajó un poco. No habían visto a ningún hombre con el uniforme de seguridad del centro médico de Columbia. Estaba ansiosa por llegar a la relativa seguridad de la habitación de George.

* * *

Genti fue el primero en divisar a Pia y Will cuando doblaron la esquina en dirección a ellos, iluminados desde atrás por la farola de la calle.

—Allí delante, a cincuenta metros.

—¡Los dos! —gritó Prek complacido—. ¡Fantástico! Esperad a mi señal. ¿Estás preparado, Neri?

—¡Claro! —dijo el joven con más entusiasmo del que sentía. Le quitó el seguro al arma y se puso el pasamontañas. Prek y Genti lo imitaron.

Neri miró por la ventanilla trasera de la furgoneta para ver si se acercaba alguien por la otra dirección.

—¡Esperad! —dijo—. ¿Quién es ese que viene desde la residencia? ¿No es él?

—¿Quién? —preguntó Prek. Se volvió para mirar a George. Después, abrió el móvil y estudió la foto que Buda le había enviado. La única iluminación de la furgoneta procedía de las farolas de la calle, y la imagen era pequeña. Se dio la vuelta hacia el otro lado para mirar al hombre que acompañaba a Pia. Podrían haber sido gemelos bajo aquella luz neblinosa—. Debe de ser el tipo que va con Pia. ¿Qué es esto, el equipo olímpico sueco? Todos son rubios.

Esperó un par de segundos más para que la pareja se acercara.

—Es él. Joder, la rodea con el brazo. ¿Está muy cerca el tipo que viene por el otro lado?

Neri volvió a mirar.

—A unos doscientos metros.

Prek cogió un trapo del salpicadero y lo empapó con una buena dosis del anestésico, Ultane, que iban a utilizar para raptar a la chica. Le lanzó una mirada a Genti y este asintió.

—¡Vale, vamos!

Justo cuando Pia y Will llegaban a la altura de la furgoneta, los tres hombres enmascarados saltaron fuera, Prek y Genti uno por cada lado de la parte delantera y Neri por atrás. El más joven rodeó el vehículo por detrás y Will McKinley se quedó petrificado y boquiabierto delante de él. Neri le apuntó con la pistola a la cabeza y una fracción de segundo después Will reaccionó volviéndose hacia Pia, que había lanzado un grito. Neri disparó, y le metió una bala de nueve milímetros a Will por un lado de la cabeza. Al mismo tiempo, Genti agarró a Pia con un abrazo de oso mientras Prek le cubría la cara con el trapo impregnado de Ultane. Casi al instante, la chica perdió la conciencia y dejó de resistirse.

Neri corrió hacia la parte delantera de la furgoneta y ocupó el asiento del conductor. Entretanto, Genti arrastraba a Pia a la parte posterior y la metía dentro. Cuando Prek corrió para ayudar a su compañero, vio el casquillo de la bala de Neri. Lo recogió de la acera justo antes de saltar al interior de la furgoneta, detrás de Genti, y cerrar las puertas a su espalda. Neri ya había puesto el motor en marcha y, en cuanto oyó el «¡Vámonos!» de Prek, aceleró, hizo un cambio de sentido a toda prisa y se dirigió hacia el norte por Haven Avenue. Habían dado el golpe en unos siete segundos.

Hubo tres testigos que vieron todo lo ocurrido, y ocho más que oyeron el disparo y vieron alejarse la furgoneta. Uno de ellos tenía motivos para no querer hablar con la policía aquella noche, de modo que continuó caminando como si no hubiera ocurrido nada. El segundo era un estudiante de medicina que iba de regreso a la residencia, veinte metros por detrás de Pia y Will. Había contemplado horrorizado el suceso. Al principio pensó que estaban rodando una película, pero estaba oscuro y no había cámaras. Y la sangre que manaba de la cabeza de la víctima parecía muy real. Llamó al 911 y trató con desesperación de recordar qué había aprendido durante los dos últimos años sobre víctimas de tiroteos.

El tercer testigo fue George. Había visto a Pia y Will antes del suceso y se había parado para esperar a que llegaran. Se sintió aliviado al ver a su amiga, pero aquella sensación duró muy poco. Un segundo después vio a los hombres saltar de la furgoneta, disparar a Will y secuestrar a Pia. Sucedió tan deprisa que ni siquiera tuvo la oportunidad de moverse. Parpadeó, como si aquello fuera a devolver la escena al punto en que Pia y Will iban caminando hacia él. Pero no fue así. Solo entonces echó a correr hacia donde el otro estudiante se encontraba arrodillado sobre el cuerpo de Will McKinley.

* * *

Dentro de la furgoneta, Prek utilizó una jeringa que tenían preparada para meterle a Pia, que apenas estaba consciente, una inyección de Valium, lo suficiente para dejarla sin sentido por completo.

—No conduzcas demasiado deprisa —le gritó a Neri—. Ve a una velocidad constante.

Prek y Genti enrollaron a Pia dentro de una alfombra raída. No fue fácil, porque el vehículo no paraba de oscilar y saltar.

A Neri le temblaban las manos y tuvo que hacer un gran esfuerzo para reprimir las náuseas. El hombre le había mirado. Parpadeó con rapidez y se concentró para no salirse de la carretera.

—Por cierto, Neri… —dijo Prek.

—¿Qué?

—Buen trabajo.

En una calle tranquila, justo al norte del puente George Washington, el joven frenó detrás de la furgoneta azul que los estaba esperando y los tres trasladaron su carga a toda prisa. Una vez terminado el trabajo, Prek volvió al asiento del conductor con Genti de copiloto. Le dijeron a Neri que vigilara a la chica.

Tras abandonar la furgoneta blanca, Prek continuó hasta la autopista Henry Hudson para dar la vuelta y tomar el puente George Washington en dirección a New Jersey. Tal como esperaban, el puente estaba paralizado debido al tráfico de la hora punta. Pero a la banda le daba igual. La operación había sido impecable, y estaban satisfechos de su éxito. Era, como dijo Prek, un tributo a la tradición mafiosa albanesa.

—Hasta he recogido esto —dijo Prek orgulloso mientras sacaba el casquillo de la bala de Neri y lo levantaba—. ¿Somos buenos o no?

Después, le entregó su móvil a Genti y le dijo que le enviara un mensaje a Buda para comunicarle que la operación había ido como la seda.