Centro Médico de la Universidad de Columbia
Nueva York
1 de marzo de 2011, 14.00 h.
El doctor Yamamoto marcó una combinación en un teclado y abrió una sencilla puerta. Aunque no era su intención, Pia se dio cuenta de que se trataba del mismo código que se utilizaba en la unidad de bioseguridad, una secuencia alfanumérica que era la hora y la fecha del nacimiento de Rothman. Yamamoto se apartó para dejar pasar a los tres estudiantes a una moderna y muy bien iluminada sala en la que reinaba el sonido hipnótico y suave del agua en movimiento. La joven sintió que una leve brisa la acariciaba cuando avanzó. Sabía que era la prueba de que la sala contaba con presión positiva, lo cual significaba que el aire salía de la sala, pero no entraba. Ocurría lo contrario que en la unidad de bioseguridad, donde el flujo laminar penetraba en la sala.
Pia se protegió los ojos de la deslumbrante luz azulada que proyectaban las hileras de dispositivos de iluminación de fibra óptica empotrados. Supuso que la luz estaba relacionada con la esterilización de la sala. Se detuvo junto a los demás y contempló la escena que tenía ante ella. Habían entrado en un amplio espacio pintado de un blanco brillante. Se quedó perpleja al ver hasta qué punto el laboratorio encajaba con el resto de los aposentos de Rothman: parecía más grande de lo que podía ser. Al fondo de la sala, una figura vestida con un atuendo protector similar estaba encorvada sobre un carrito de acero inoxidable con ruedas, efectuando algunos ajustes en un panel de control. Había tres filas de aquellos carritos, Pia contó treinta en total. Sobre cada uno de ellos descansaban contenedores de plexiglás rectangulares y transparentes, parecidos a acuarios, de diversos tamaños. Debajo había estanterías que albergaban diversos aparatos. Cada uno contaba también con un poste fijo en el que había un panel de control con una pantalla LED. Uno de los carritos se encontraba a escasa distancia de Pia, hacia la izquierda, y esta se acercó para examinarlo más de cerca. Lesley y Will la siguieron.
Era uno de los baños donde se cultivaban órganos, el líquido que contenía sería lo que Pia tendría que investigar durante aquel mes. Se inclinó y observó en el interior del contenedor un minúsculo objeto translúcido suspendido en el líquido mediante una especie de telaraña que, más adelante, averiguaría que estaba hecha del mismo material que las telarañas de verdad. En cuanto al objeto en sí, vio que estaba conectado mediante unos cables delgados como filamentos a la abrazadera central en la que convergían los cables. Otro cable más grueso salía del baño y penetraba en el armazón del carrito, donde había un aparato cuadrado con múltiples lectores que monitorizaban las condiciones del baño. También conectado al carrito había un aparato de aumento sujeto a un brazo móvil. Pia se lo acercó para estudiar mejor el objeto del baño. Aunque no era mucho más grande que un piñón, su apariencia era sin duda la de un riñón, aunque diminuto. La mayoría de los cables contenían un líquido rojo, y había otro más grande que era transparente. Los rojos debían funcionar como venas y arterias. El transparente hacía las veces de uréter para eliminar la orina que el órgano en miniatura producía. A un lado del contenedor había un surtidor, como los que van sujetos a un circulador de piscina, solo que en miniatura. Vibraba a un ritmo muy rápido. Suaves remolinos de líquido giraban alrededor del contenedor, lo cual provocaba que la superficie del órgano vibrara levemente.
—Hemos descubierto que debemos mantener el líquido de los baños en movimiento constante pese a que los órganos se irrigan de manera interna. Pero hay que modularlo con sumo cuidado. De vez en cuando, el baño rígido levanta una pequeña ola que puede alterar el órgano.
Yamamoto se había acercado a los estudiantes. Se dio cuenta de que Pia se enderezaba y miraba al fondo de la sala.
—Es impresionante, ¿verdad? —le comentó directamente a ella—. Claro, yo lo veo cada día, de modo que ha dejado de afectarme.
—¿Cómo se inician los órganos? —preguntó ella.
—Se inician en placas de Petri diseñadas para imitar el entorno uterino del ratón en términos de temperatura y con ondas de pulsación cercanas a la velocidad cardíaca normal de los ratones, unos quinientos cincuenta latidos por minuto. Como ya he dicho antes, todo el proceso, primero en las placas de Petri y después en estos baños de órganos, es un ballet de expresión genética que se ciñe a una secuencia y una cadencia estrictas. Empieza con una alícuota de células madre pluripotentes inducidas que se mantienen en estrecha proximidad gracias a unas sujeciones que parecen telarañas. Recuerden que para formar un órgano completo hemos de implicar a las tres capas germinales: ectodermo, mesodermo y endodermo. Una vez que el órgano alcanza un tamaño que puede manipularse, se traslada a estos baños para que se desarrolle plenamente.
—¿Hay otros órganos aquí, aparte de riñones? —quiso saber Will.
—Sí, ya lo creo —contestó Yamamoto—. Tenemos todos los órganos trasplantables habituales; hasta el momento, hígados, páncreas, pulmones y corazones. El programa de riñones es el más avanzado, ya que con él empezamos. Para demostrar que vamos por el buen camino, ya les hemos trasplantado algunos órganos a los ratones de los que se obtuvieron los fibroblastos, con un éxito total y absoluto. Y permítanme anunciarles otro salto adelante que estamos a punto de dar. Hemos descubierto que llevar a cabo la organogénesis con múltiples órganos funciona incluso mejor que cultivarlos de manera individual, lo cual significa que tenemos preparados en que los órganos en desarrollo se ayudan mutuamente, como el corazón, que bombea el líquido de irrigación, y los riñones, que eliminan los desechos.
—¿Cree que, en el futuro, podrían crear un organismo completo y totalmente nuevo? —preguntó Pia estupefacta y un tanto consternada.
—Al paso que vamos, considero que se trata de una posibilidad muy cierta, aunque me cuesta imaginar cuál sería el fundamento.
Pia se estremeció en un acto reflejo cuando cayó en la cuenta de que Frankenstein, aquella pesadilla del siglo XIX, bien podría resucitar y atormentar al XXI de una forma aterradoramente plausible. Si la organogénesis de Rothman y Yamamoto funcionaba bien con riñones, corazones y páncreas, no había motivos para que no funcionara también con los cerebros.
—¿Dónde están los órganos humanos? —preguntó.
Yamamoto avanzó unos pasos en paralelo a la hilera de riñones y señaló un contenedor de plexiglás más grande.
—Esto es humano, como habrán adivinado por su tamaño. También se trata de uno de los preparados compuestos, contiene un corazón humano que se encarga de la irrigación interna del riñón.
Pia contempló el baño, fascinada por lo que estaba viendo. El riñón parecía humano, pero el corazón no. Le preguntó a Yamamoto por qué.
—Buena pregunta. Dado que la oxigenación del líquido de perfusión la lleva a cabo el oxigenador del estante inferior, no necesitábamos un corazón de cuatro cavidades, pues con dos ya bastaba. De modo que alteramos el diseño del corazón.
Pia se quedó asombrada una vez más.
—¿Poseen tanto control sobre el proceso de organogénesis como para alterar la arquitectura tridimensional global?
—Absolutamente. Como ya he dicho, en cuanto realizamos los primeros avances en organogénesis, nuestros progresos han sido verdaderamente espectaculares, y desde entonces el ritmo no ha bajado.
La figura que Pia había visto antes terminó lo que estaba haciendo, se irguió y caminó hacia el grupo. Mientras se acercaba, y pese a la mascarilla quirúrgica, Pia se sorprendió todavía más. Se percató de que era Rothman. Provisto de una especie de gafas con cristales gruesos y tintados, era una figura tenebrosa, como el típico científico loco en su guarida. Pia sabía que lo que el doctor Yamamoto había dicho antes era cierto: se trataba de un trabajo revolucionario. En la carrera por hacer avanzar las células madre desde una hipótesis prometedora a lo clínico, Rothman y Yamamoto habían progresado mucho más que cualquier otro equipo del mundo.
Rothman se colocó las gafas encima de la cabeza cuando se detuvo. Miró a Yamamoto.
—¿Les has impartido una breve introducción?
—Sí, doctor.
Rothman asintió. Sabía que tendría que mostrarles su trabajo a bastantes inversores de empresas biotecnológicas en los años venideros, a pesar de que no era algo que le gustara o resultase fácil. Yamamoto le había ayudado a preparar un guión que había ensayado una y otra vez con su esposa. Los estudiantes iban a convertirse en una especie de ensayo general.
—Bienvenidos al laboratorio de organogénesis de la Universidad de Columbia —dijo Rothman. Yamamoto se tapó la boca con la mano y emitió una tosecilla. A Rothman le costaba desviarse, aunque fuera lo más mínimo, del texto preparado.
»Todo el mundo sabe que, en estos momentos, en este país hay más de cien mil personas en lista de espera para recibir un trasplante de órganos, y se trata de pacientes con enfermedades terminales. La lista crece a razón de quinientas personas cada mes. En la actualidad, el mismo número de enfermos, unos quinientos, mueren cada mes. Además de estas sombrías estadísticas, hay miles y miles de pacientes más que podrían beneficiarse de un trasplante de órganos aunque todavía no se encuentren en circunstancias que amenacen su vida. Es evidente que, con tal situación, las reservas de órganos viables procedentes de un donante vivo o de un individuo muerto en fecha reciente distan mucho de poder satisfacer la demanda. Incluso en el caso de los pacientes lo bastante afortunados para recibir un órgano, la compatibilidad suele estar lejos de ser óptima, lo cual significa que quedan relegados a una vida de inmunosupresión con consecuencias fatídicas para su salud. Lo que estamos haciendo aquí, siempre controlando los gastos, es crear órganos que resolverán al mismo tiempo el problema del suministro y el inmunológico. Aún no hemos alcanzado ese objetivo, pero estamos llevando a cabo progresos significativos. En esta fase, estamos buscando fondos externos para elevar la producción en múltiples centros de todo el país.
»Lo que ven en esta fila de baños son riñones que han sido creados a partir de células madre derivadas de fibroblastos, células de tejido conectivo, de ratones específicos. —Yamamoto intentó interrumpirle para decirle que él ya había mencionado aquellos aspectos, pero no logró atraer la atención de Rothman. El científico había puesto la directa—. Llevo estas lentes de aumento para poder trabajar con los cables, pero, créanme, cada órgano se halla vinculado a una bomba que hace penetrar una solución similar a la sangre en la principal arteria del riñón y que salga por la vena principal. Está conectada mediante una cánula, un tubo delgado, desde el uréter a un puerto en el que se toman muestras de la orina que sale. Es una de las funciones que realiza la unidad de monitorización que hay debajo del baño. Todos los datos se acumulan en el ordenador central para que podamos ver cómo las pequeñas fluctuaciones de las condiciones afectan al riñón y a su desarrollo.
»Cada riñón será implantado en el mismo ratón que aportó los fibroblastos originales. Ya lo hemos hecho dos veces sin ninguna reacción adversa. —Rothman señaló con la mano otro grupo de baños—. Estos recipientes contienen páncreas, cuyas necesidades son diferentes a las de los riñones. Al principio, nos costó más iniciar el proceso de organogénesis que en el caso de los riñones, pero los rechazos iniciales se han solucionado y ahora funcionan igual de bien. Con los páncreas, hemos tenido que ser muy cuidadosos con la integridad de las conexiones con el conducto pancreático, puesto que las secreciones pancreáticas contienen encimas digestivas. Al principio, algunos de nuestros preparados se autodigerían.
—¿Han aparecido problemas de teratomas? —preguntó Pia. Al contrario que los demás, no se sentía intimidada por Rothman. Sabía que los teratomas, una especie de tumor encapsulado, eran algo a lo que los biólogos de células madre tenían bastante miedo.
Rothman vaciló un momento. No esperaba que le interrumpieran en mitad de sus comentarios preparados. Salvo por el sonido del líquido en movimiento que manaba de todos los baños de órganos, se hizo un breve silencio.
—Nada de teratomas —respondió Yamamoto, que acudió al rescate de su jefe. Era muy consciente de la personalidad extravagante del científico.
Como si se hubiera olvidado de la presencia de sus estudiantes y de Yamamoto, la atención de Rothman se desvió hacia la aparición de una lucecita parpadeante, acompañada de un sonido metálico, procedente del panel de control de uno de los baños. Sin pensarlo dos veces ni dar explicaciones, Rothman se encaminó hacia allí mientras se ponía las gafas.
—Esa alarma indica que algún aspecto de los parámetros del baño ha empezado a cambiar —explicó Yamamoto.
Los estudiantes le vieron alejarse. Lesley y Will estaban sobrecogidos por haber estado en presencia del famoso investigador y haber sobrevivido sin que les hubiera denigrado. Pia estaba impresionada por la alarma.
—¿Qué habría pasado si nadie hubiera oído la alarma?
—Ningún problema —repuso Yamamoto—. El ordenador central de la universidad sigue toda la información en tiempo real, y el doctor Rothman y yo contamos con aplicaciones que nos habrían avisado de inmediato en nuestros iPhones.
—Antes, el doctor Rothman me ha hablado de un problema con el líquido de cultivo de los tejidos —comentó Pia—. ¿Se refería al líquido de estos baños?
—Estoy seguro de que sí —dijo Yamamoto—. Mantener el equilibrio correcto de pH ha supuesto un problema constante para nosotros. ¿Le ha pedido que investigue el problema? Porque, en tal caso, nos sería de gran ayuda. No es que se trate de una complicación insalvable, pero ninguno de nosotros ha tenido oportunidad de investigarla. Sé que me sentiría mucho mejor si pudiéramos solucionarlo.
—Haré lo que pueda —contestó Pia—. El problema es que empiezo de cero. Carezco de experiencia en cultivo de tejidos.
—Eso no pareció ser una dificultad en relación con la salmonela —repuso Yamamoto.
Pia sonrió detrás de la mascarilla. Se tomó el comentario de Yamamoto como un cumplido.
—¿Qué me dice de Lesley y Will? Tal vez iría bien que me echaran una mano.
—Una gran idea —aprobó Yamamoto. Miró a Lesley y Will—. ¿Qué les parece?
Ambos estudiantes se encogieron de hombros.
—Suena bien —dijeron al unísono.
Cuando estaban a punto de abandonar la unidad de baños de órganos, Pia se volvió justo antes de cruzar la puerta. Miró a Rothman, que se estaba ocupando del baño. El sonido metálico había cesado. Una vez más, le pareció representar la imagen de un científico loco en su guarida, y una vez más se estremeció. Había visitado el futuro en aquella sala, y tenía muchas ganas de entrar a formar parte de él. Al mismo tiempo, instintivamente sabía que todo aquello podía tener un lado oscuro. La ciencia biológica estaba avanzando casi demasiado deprisa, y el problema de la ciencia es que no puede desaprenderse.