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Instituto de Medicina Legal

520, Primera Avenida, Nueva York

25 de marzo de 2011, 12.32 h.

Laurie Montgomery estaba sentada en su despacho del Instituto de Medicina Legal charlando con un viejo amigo, el capitán detective Lou Soldano, cuando sonó el teléfono. Vio que era su jefe, se disculpó y atendió la llamada. No tardó en poner los ojos en blanco, y Lou sonrió.

Laurie Montgomery había vuelto a trabajar en el IML hacía once meses, después de los angustiosos sucesos del infame caso de Satoshi Machita, en el cual estuvieron implicados la mafia de Nueva York y la yakuza japonesa, y que condujo al secuestro de su hijo, John Junior. De la historia se habían hecho eco todos los medios durante varios días, a medida que se iban conociendo los detalles del caso. Después del rescate de JJ, Laurie había vuelto al trabajo, pero solo después de encontrar a una canguro interna, Paula, que demostró de inmediato ser una bendición de Dios. Con Paula al cuidado de JJ, Laurie se sentía segura. En aquel momento, su marido y compañero, el médico forense Jack Stapleton, estaba trabajando en el mismo edificio que ella, y JJ estaba sano y salvo con Paula en casa de la pareja, en la calle Ciento seis. También fue una suerte que su marido y ella tuvieran amigos como el capitán detective Lou Soldano. Justo después del secuestro, este había insistido en que un destacamento de seguridad vigilara el hogar de los Stapleton las veinticuatro horas.

A juzgar por lo que decía Laurie, y conociendo al jefe de esta, el doctor Harold Bingham, Lou presintió que tendría que esperar un rato. Sacó su ejemplar del New York Post del maletín y lo hojeó hasta que vio el titular: MUEREN LOS MÉDICOS DEL GERMEN ESPACIAL. Leyó a toda prisa los primeros párrafos. Quería enseñarle el artículo a Laurie, y ese había sido uno de los motivos de que se hubiera dejado caer por su despacho.

—Lo siento, Lou —dijo Laurie cuando colgó el teléfono—. Era Bingham.

—Ya me lo he imaginado. Ningún problema. ¿Has visto este artículo?

Levantó el periódico.

—Sí, pero no ese en concreto. La misma historia aparecía en el Times.

—Demencial y aterrador al mismo tiempo. Dice que dos investigadores de Columbia se contaminaron en un laboratorio con un virus cultivado en la estación espacial, o algo por el estilo. En teoría, han trasladado los cadáveres aquí, al IML. ¿Es eso cierto?

—Casi todo. Pero el agente contaminador no fue un virus. Fue una bacteria llamada Salmonella typhi, la que causa la fiebre tifoidea. Jack practicó ayer las dos autopsias. Muy triste. Tengo entendido que eran investigadores de células madre y que estaban realizando gigantescos avances en el cultivo de órganos humanos.

—Eso tengo entendido yo también. ¿Algo especial en las autopsias? El artículo mencionaba ciertas teorías extravagantes sobre las muertes. Por lo visto, uno de ellos era un investigador muy importante que no caía muy bien a sus colegas.

—Jack no me ha dicho nada, aparte de que la patología le había impresionado. Nunca había visto un intestino en tan mal estado, y en ambos pacientes. La fiebre tifoidea no suele ser tan invasiva. Sea como sea, era el caso del que estaba hablando con Bingham. Supone que habrá repercusiones políticas. Si programan una rueda de prensa, quería comunicarme su intención de que sea yo quien la encabece. Sabe que a Jack no le gusta hacerlo, y no es demasiado diplomático.

Lou rió, porque Jack era uno de los hombres menos diplomáticos que conocía.

—Hacéis una buena pareja porque os complementáis mutuamente. —Cambió de tema y propuso—: ¿Qué te parece si comemos juntos? ¿Tienes tiempo para algo rápido?

—Lo siento, Lou, pero por aquí parece que están cayendo como moscas.

Lou volvió a reír. Se alegraba de que el público no oyera el humor negro que solía utilizarse dentro de las paredes del IML.

—Ya me dirás algo.

Lou levantó su corpachón de la silla de Laurie, se puso la gabardina y se despidió.