Centro Médico de la Universidad de Columbia
Nueva York
1 de marzo de 2011, 13.15 h.
Cargada con libros e impresiones de la búsqueda en Google que había hecho en la biblioteca, Pia dedicó la mañana a leer, sentada, muy concentrada, en una zona con bancos situada fuera de su despacho sin ventanas. Era vagamente consciente de que el empleado de mantenimiento continuaba con lo suyo, pero lo ignoró hasta que se plantó detrás de ella. Sin tener en cuenta que la joven llevaba puestos los auriculares del iPod en los oídos, el hombre tuvo la osadía de darle unos golpecitos en el hombro.
—Pia, cariño, ¿quieres reconsiderar mi invitación a pastrami? No te decepcionará.
—Ni en un millón de años —dijo Pia con la esperanza de que el hombre comprendiera un mensaje que para ella era definitivo.
Él se encogió de hombros e hizo un gesto tonto con la mano, como si Pia hubiera sido graciosa en lugar de brusca. La joven empezaba a pensar que Vance era uno de esos hombres que disfrutan con el rechazo. Irritada, volvió a ponerse los auriculares y reanudó la lectura. Cuando oyó que volvían a decir su nombre, se puso momentáneamente furiosa, mientras se preguntaba qué iba a tener que hacer para que la dejara en paz. Se quitó los auriculares con brusquedad, alzó la vista y vio al ayudante de Rothman, el doctor Yamamoto, de pie frente a ella, flanqueado por un hombre y una mujer jóvenes que vestían batas de laboratorio blanquísimas y recién lavadas.
—Señorita Grazdani —comenzó Yamamoto. Era un hombre menudo con una especie de media sonrisa siempre pintada en la cara—. Me gustaría presentarle a los nuevos estudiantes que nos acompañarán durante este mes.
En el centro médico solía ponerse al doctor Yamamoto como un perfecto ejemplo de que los extremos se atraen. Caía bien, hablaba sin alzar la voz, era considerado y comunicativo, y siempre animaba a la gente a llamarlo Junichi: el positivo del negativo de Rothman. También en contraste con Rothman, iba siempre vestido de manera informal, con una camisa hawaiana debajo de su bata de laboratorio arrugada y no demasiado limpia. En lo tocante a su vertiente chistosa, se decía que Yamamoto era el inventor de bromas pesadas, brillantes y rebuscadas, procedentes de sus años de posgrado, que consistían en enviar a un estudiante de medicina especialmente pretencioso a una «convención» carísima e inexistente en Ginebra. Por el lado serio, la característica más importante del doctor Yamamoto era su absoluta y total devoción hacia Rothman y su trabajo. Lo que todo el mundo aseguraba en el centro médico era que Rothman era el cerebro y Yamamoto la abeja obrera. Eran el yin y el yang.
—No sé si conoce a Lesley Wong y a William McKinley —dijo Yamamoto.
—Como el presidente —intervino el joven—. Pero llámeme Will.
Will se adelantó con una gran sonrisa en la cara y la mano extendida. La Facultad de Medicina de la Universidad de Columbia tenía unos seiscientos cuarenta estudiantes repartidos en cuatro años de carrera. En general, los dos primeros años se dedicaban a asimilar la ciencia de la medicina, y progresivamente se iba empleando cada vez más tiempo en el contacto con los pacientes de una manera creativa. El tercer año era considerado el año clínico principal, pues la mayor parte de la atención se centraba en la medicina interna y la cirugía. El cuarto año se componía sobre todo de rotaciones en varias subespecialidades clínicas combinadas con optativas que dependían de los intereses personales de cada estudiante. En Columbia se hacía hincapié en la medicina académica. Lesley y Will eran estudiantes de cuarto año que iban a la clase de Pia. Ambos estaban convencidos de que habían desarrollado un nuevo interés en la investigación, por eso los habían elegido para pasar un mes en el laboratorio de Rothman.
Pia estrechó la mano de Will y se levantó.
—Pia. Grazdani.
Observó que Will era alto, incluso un poco más alto que George, que ya superaba la media. Al igual que George, Will tenía el pelo rubio y rebelde.
—Eres amiga de George, ¿verdad? —preguntó Will.
—¿George? Sí, por supuesto.
—George es genial, un gran tipo. Juego con él al baloncesto a menudo.
—Yo soy Lesley Wong —dijo la chica, que también estrechó la mano de Pia.
Durante un momento se hizo un silencio incómodo. Pia les echó un breve vistazo a los dos estudiantes y cayó en la cuenta de que debían de ser los alumnos a los que Rothman se había referido de pasada el día anterior y que no había vuelto a mencionar. Había dicho algo acerca de que les buscara algo que hacer a ambos, como si no fuera a estar ya bastante ocupada. En cualquier caso, iba a ser una lata.
Lesley y Will también examinaban a Pia. Ellos tampoco estaban precisamente emocionados por conocerla. Para ambos, descubrir que habían sido asignados al laboratorio de Rothman era equivalente a ser enviados a algún rincón del infierno de Dante. El investigador tenía fama de destruir la confianza en sí mismos de todos y cada uno de sus estudiantes a base de hacer que se sintieran estúpidos, cosa que siempre resultaba cierta en comparación con los conocimientos enciclopédicos de Rothman. Y también habían oído hablar de Pia. Ella era asimismo famosa por ser increíblemente inteligente, muy reservada y extraña y por haberse interesado desde el principio por la investigación, además de seguir el programa de estudios habitual. Para casi todo el mundo, ser estudiante de medicina ya era lo bastante exigente. Estaba muy unida a George Wilson, uno de los estudiantes más populares de la carrera, un punto a su favor, pero por lo demás Pia nunca había tenido tiempo ni ganas de mostrarse simpática con sus compañeros de carrera. Y para colmo circulaban habladurías de que Rothman y ella tenían algo, puesto que Pia era la única persona de todo el centro médico con la que él se llevaba bien, aparte de con el doctor Yamamoto.
Lesley miró a Will, pero este estaba estudiando a Pia. Cuando les habían asignado aquel laboratorio, Lesley le había contado a Will que se había sentado con Pia en un laboratorio todos los días durante un mes en primer curso, pero que estaba segura de que ella no se acordaría. Lesley aún no tenía claro si Pia estaba demasiado concentrada en su trabajo o era una cuestión de simple grosería, aunque se inclinaba por lo primero. En cuanto a Will, estaba encantado de coincidir al fin con Pia: llevaba tres años y medio deseándolo. Se había asegurado de presentarse a todas las mujeres del campus que consideraba atractivas, pero nunca había estado tan cerca de ella.
—De acuerdo. Efectuadas las presentaciones —dijo Yamamoto. No había sido tan incómodo como se temía, y estaba aliviado. Podían ir al grano—. Si les parece bien, vamos a mi despacho. Me gustaría que usted también viniera, Pia. Hay un par de cosas que hemos de hablar, y después iremos a echar un vistazo a los baños de órganos con el doctor Rothman.
Yamamoto les dedicó una enorme sonrisa y se alejó, seguido de cerca por los dos nuevos estudiantes. Pia cerraba la comitiva, reticente a abandonar su lectura pero al mismo tiempo entusiasmada. Aunque llevaba años trabajando allí, nunca había visto los baños de órganos. Pese a que en realidad había pasado más tiempo con el doctor Yamamoto que con Rothman, no le parecía que lo conociera del todo. Para ella, era más complicado que Rothman. Lo consideraba un hombre amable, pero sabía que, a su manera, era igual de exigente que el jefe. Tampoco aguantaba a los idiotas, pero sus reprimendas y correcciones eran expresadas con más educación y menos volumen. Pia había llegado a la conclusión, según su propia experiencia, de que cuanto más bajo hablaba Yamamoto, más importante era escuchar.
—Muy bien, chicos, sentaos.
El estado del despacho de Yamamoto en comparación con el de Rothman era tan diferente como las personalidades de ambos hombres. Daba la impresión de que un tifón hubiera asolado el de Yamamoto. Había libros, revistas, carpetas y documentos diseminados por todas partes, incluidos los dos asientos que había delante del escritorio. Las visitas tenían que realizar un acto de fe para creer que Yamamoto tenía un escritorio, pues cada centímetro cuadrado del mismo estaba sepultado bajo papeles, entre los que se contaba una montaña de revistas académicas colocada de tal manera que alguien que pasara por allí no podría ver si el médico estaba sentado allí o no.
—Aparten esos papeles —prosiguió Yamamoto cuando Pia y Lesley Wong los levantaron de las sillas, pero buscaron en vano una superficie libre donde depositarlos. El doctor señaló el suelo, una sugerencia que ambas aceptaron. Él apoyó el trasero contra la parte delantera del escritorio y se cruzó de brazos—. Podría ir a buscar una silla al laboratorio —sugirió a Will.
—No pasa nada —contestó el joven—. Me quedaré de pie.
—Pensé que sería conveniente hacer un pequeño repaso y recordar el material introductorio para que puedan apreciar mejor lo que están a punto de ver —explicó Yamamoto—. Hoy van a disfrutar de un lujo. El doctor Rothman me ha concedido un permiso especial para enseñarles nuestro programa de baños de órganos, que se ha mantenido más o menos en secreto hasta ahora. No podría haberse mantenido en completo secreto porque aquí trabaja demasiada gente, y nos encontramos en un centro médico público. Como el profesor y yo estamos muy cerca de publicar los resultados, el secretismo ya no constituye un problema, puesto que la universidad ya se ha encargado de solicitar las patentes apropiadas. Aun así, preferiríamos que no hablaran con nadie de lo que van a ver hoy. ¿Trato hecho?
Los tres estudiantes asintieron.
—Muy bien, empecemos por el principio. Pero no quiero que esto se convierta en un monólogo aburrido, de manera que van a echarme una mano. Que alguien me diga qué es una célula madre.
Los tres estudiantes intercambiaron miradas. Will tomó la palabra:
—Con palabras sencillas, es una célula inmadura indiferenciada que posee el potencial de transformarse en una célula madura diferenciada.
—Exacto —dijo Yamamoto—. Un ejemplo es la célula madre de médula ósea, que puede convertirse en un glóbulo adulto. Esas células suelen recibir el nombre de células madre adultas. ¿Qué es una célula madre pluripotente?
Lesley intervino:
—Una célula madre capaz de transformarse en cualquiera de los aproximadamente trescientos tipos de células que componen el cuerpo de un organismo multicelular como un humano.
—Exacto también. Me lo están poniendo fácil.
Pia sintió que la invadía una oleada de impaciencia. Estaba ansiosa por ver la unidad de baños de órganos. De haber dependido de ella, habría preferido saltarse cualquier sesión de repaso.
—Hasta hace cuatro o cinco años, ¿cómo se obtenían las células madre pluripotentes?
—A partir de blastocitos.
Pia contestó como por reflejo. Quería terminar con aquella cháchara.
—Muy bien —continuó Yamamoto—. Blastocitos de óvulos fertilizados, es decir, embriones en una fase muy temprana. ¿Por qué supuso un problema que conllevó graves retrasos en la investigación de células madre?
—Porque ofendía a la gente de mentalidad conservadora —respondió Pia—. Sobre todo aquí, en Estados Unidos, se impusieron límites a lo que podía hacerse en la investigación con células madre financiada con fondos gubernamentales.
—Bien dicho —comentó Yamamoto—. Voy a hacerles una pregunta más difícil. Supongamos que se hubiera permitido que la investigación de células madre embrionarias continuase sin obstáculos. ¿Alguien puede decirme cuál habría sido el principal problema si la investigación hubiera avanzado hasta el punto de utilizar las células madre para tratar pacientes?
Ninguno de los estudiantes se movió.
—Voy a darles una pista —dijo el doctor—. Me refiero a un problema inmunológico.
—¡Rechazo! —gritó Lesley con los ojos brillantes.
—Exacto. Rechazo, lo cual significa que cualquier uso de tales células madre embrionarias habría implicado cierto grado de rechazo. Algunas técnicas habrían reducido este problema, pero sin eliminarlo por completo.
Los tres estudiantes asintieron. Ya habían oído antes todo lo que Yamamoto estaba diciendo.
—Bien, ¿alguien puede definir «células madre pluripotentes inducidas» en contraste con células madre embrionarias? Esas son las células con las que el doctor Rothman y yo hemos estado trabajando de manera exclusiva.
—Son células madre pluripotentes hechas de células maduras, por lo general un fibroblasto y no zigotos —explicó Pia—. Ciertas proteínas concretas las «inducen» para que pasen a ser células madre a partir de fibroblastos maduros.
—Exacto —corroboró Yamamoto—. ¿Y no es prodigioso que funcione? Durante mucho tiempo, uno de los dogmas de la ciencia biológica fue que la diferenciación celular ocurría solo en un sentido, de modo que el proceso nunca podía invertirse. Pero, al fin y al cabo, se sabía que ciertos animales podían regenerar partes del cuerpo, como las estrellas de mar y las salamandras. También el cáncer debería habernos sugerido que el proceso de diferenciación podía ir en dirección contraria, ya que muchos cánceres están compuestos de células inmaduras que crecen en órganos poblados por células maduras.
Pia se sorprendió consultando el reloj, cada vez más erguida en su asiento. Quería acelerar la sesión de repaso, pero no sabía cómo. Gimió por dentro cuando Lesley lanzó la siguiente pregunta:
—¿Cómo cambian exactamente las células de maduras a inmaduras?
—Del mismo modo que se logra todo lo demás en su interior —replicó Yamamoto—: conectando y desconectando genes. Recuerde que cada célula eucariota, es decir, las células con núcleo, contiene una copia del genoma completo de un organismo. Y eso quiere decir que cada célula con núcleo posee toda la información necesaria no solo para construirse a sí misma, sino para construir el cuerpo entero. Este proceso se llama expresión genética, lo cual significa conectar y desconectar los genes en una especie de ballet molecular. Sé que aprendieron todo esto en sus asignaturas de genética en la universidad y durante sus dos primeros años aquí, en Columbia. En cualquier caso, la maduración celular evoluciona a base de la conexión y desconexión secuencial de los genes apropiados. Se creía que los genes funcionaban mediante la producción de proteínas específicas, un gen por proteína, más o menos. Pero ahora sabemos que es mucho más complicado, pues existen muchos menos genes de los que se pensaba al principio. Para que la célula emprenda el camino contrario al de la maduración, hay que invertir la secuencia. ¿Me siguen todos hasta el momento?
Los tres estudiantes asintieron. A pesar de sentirse impaciente, en aquel momento hasta a Pia le resultaba fascinante el repaso de Yamamoto. Como todos los demás investigadores, Pia era consciente de que se estaban desvelando los misterios de la ciencia de la biología a una velocidad mareante y cada vez más rápida. En el siglo XIX había sido la química, en el XX la física. En el siglo XXI iba a ser, sin duda, la biología.
Yamamoto le echó un vistazo a su reloj. Como en respuesta a las esperanzas de Pia, dijo:
—Hemos de darnos prisa si queremos encontrar al doctor Rothman en la unidad de baños de órganos. Volvamos a nuestra charla sobre las células madre. Ahora que tenemos el tipo pluripotente inducido, que va a evitar los problemas de rechazo inmunológico y será más aceptable para los conservadores religiosos, ¿cuál es el primer paso para que podamos tratar con ellas al paciente que donó el fibroblasto? ¿Alguno de ustedes?
Yamamoto los miró de uno en uno.
Will se encogió de hombros y probó suerte:
—Hacer que maduren de nuevo, pero para convertirse en el tipo de célula que necesita el paciente —dijo.
—Gracias —contestó el doctor—. En realidad, eso es exactamente de lo que los investigadores de células madre llevan años ocupándose: de descubrir cómo regular la expresión genética para que las células madre maduren y se transformen en el tipo de células que componen el cuerpo, como células del corazón, de los riñones, del hígado, etcétera. Los investigadores de células madre, como el doctor Rothman y yo, nos hemos hecho expertos en esto. Pero justo aquí es donde ambos nos hemos separado del resto, porque estamos a punto de iniciar la medicina regenerativa del siglo XXI, que va a aumentar y mejorar la calidad de vida. Hemos sido capaces de dar importantes saltos en la capacidad de estas células maduras para organizarse como órganos completos. En otras palabras, hemos logrado dar con un anfitrión de genes estructurales y otros procesos de transcripción que son los responsables de crear el andamiaje de aspecto cuadriculado que forma la base de un órgano tridimensional. Una vez tuvimos la estructura, fue relativamente fácil poblarla con las células apropiadas. Es un proceso llamado organogénesis. Tomemos, por ejemplo, un hígado. Si bien tanto nosotros como otros investigadores somos capaces desde hace años de crear células hepáticas, nunca habíamos conseguido que se organicen en un hígado completo con fibras colágenas, nervios y vasos sanguíneos, todo el lote. Ahora podemos hacerlo. Lo estamos logrando con una eficacia cada vez mayor. Es fenomenal.
—Supongo que lo están haciendo con modelos animales —intervino Pia.
—¡Por supuesto! Sobre todo ratones. Todo el campo de las células madre posee una amplia experiencia con el modelo murino.
—¿Y creen que lo que están descubriendo será aplicable a las células humanas?
—Sí, y no solo sobre una base teórica. Al mismo tiempo, también hemos desarrollado esta investigación con células humanas. —Yamamoto levantó el brazo izquierdo y se bajó la manga de la bata de laboratorio con la mano derecha. Señaló con orgullo cierto número de cicatrices de unos tres centímetros de longitud y diversos grados de antigüedad que le recorrían el antebrazo—. Yo he sido el conejillo de Indias para la fuente de fibroblastos humanos. Aunque la mayor parte de nuestra investigación se lleva a cabo con ratones, tenemos algunos órganos humanos que funcionan igual de bien, órganos humanos que podrían utilizarse para tratarme si los necesitara. Lo verán dentro de unos minutos. ¿Alguna pregunta antes de dirigirnos hacia la unidad?
Yamamoto miró a los tres estudiantes alternativamente, y después hizo una pausa.
—Muy bien —dijo por fin—, vamos a iniciar la visita. Espero que estén preparados. Van a visitar el futuro.
Se irguió por completo.
Cuando las jóvenes empezaron a devolver a las sillas los papeles y revistas que habían apartado al llegar, Yamamoto les indicó con un ademán que no se molestasen. Con el doctor al frente, el grupo salió del despacho. Atravesaron todo el laboratorio, ya que la unidad de baños de órganos estaba situada al fondo, en el lado opuesto a la de bioseguridad. Mientras lo recorrían, algunos técnicos alzaron la vista de su trabajo y los miraron con aire inquisitivo. Las visitas a la unidad de baños de órganos no eran muy habituales.
Entraron primero en una antesala donde había gorros, batas, botines, mascarillas y guantes. Había una habitación similar al otro lado del laboratorio que protegía la entrada a la unidad de bioseguridad, del mismo modo que aquella protegía el acceso a la unidad de baños de órganos. No dejaba de ser curioso que el motivo fuera justo el contrario. En la unidad de bioseguridad, el equipamiento servía para proteger al visitante. En la unidad de baños de órganos, las precauciones se tomaban a la inversa, para proteger las muestras que contenía. No entraron hasta que todo el mundo estuvo vestido y se sometió de la inspección de Yamamoto.