36

Centro Médico de la Universidad de Columbia

Nueva York

24 de marzo de 2011, 23.15 h.

George sabía unas cuantas cosas acerca de lo que significaba perder a alguien. Su padre, Morgan Wilson, murió cuando él tenía tres años y, por más que se esforzara, George no recordaba nada concreto de él, aparte de una vaga sensación de alegría. Conservaba algunos recuerdos imprecisos, pero los había ido ensamblando a partir de las fotografías que su madre, Jean, le había enseñado. Conservaban una película casera muda de una vez que Jean y Morgan llevaron a George a visitar a sus abuelos, Sally y Preston, en Arizona. George había visto la cinta una y otra vez, y su padre siempre le parecía imposiblemente joven y entrañable. En aquella breve película, Morgan tiene a su hijo sentado en el regazo y va alternando abrazos con besos en la mejilla. La ausencia de Morgan le había causado a George una melancolía similar a la que estaba experimentando en aquel momento.

George se levantó de la cama donde se había tumbado después del rechazo de Pia. Necesitaba salir de su habitación, aunque solo fuera un rato. Siempre le quedaba la máquina expendedora del primer piso. Necesitaba ver a gente, gente normal, y por lo general siempre había estudiantes comprando refrescos o bolsas de patatas fritas.

Cuando se encaminó hacia los ascensores, trató de concentrarse en cuánto le quería su familia. Siempre podía refugiarse en eso cuando se sentía solo. Sabía que la situación de Pia no era equivalente, lo cual hacía que su comportamiento le resultara más confuso todavía. ¿Por qué rechazaba con tanto empeño el amor que deseaba compartir con ella y que por fin tenía el valor de expresar? No tenía sentido.

Apretó el botón de bajada. Casi como si la cabina hubiera estado esperándole, las puertas del ascensor se abrieron. Dentro estaba Will McKinley, tal vez la única persona del mundo capaz de lograr que George se sintiera más solo todavía.

—¡George! —exclamó McKinley—. Qué casualidad. ¿Vas a comprar un aperitivo? ¡Entra!

Will agarró a su compañero del brazo y tiró de él hacia dentro. El botón de la planta baja ya estaba apretado. El joven no tuvo fuerzas para resistirse.

—¿Qué pasa, George? Tienes un aspecto horrible.

—Solo estoy cansado. Ha sido un día agotador.

—¿Cómo está Pia? ¿La has visto? Se habrá tomado muy a pecho lo que le ha ocurrido a Rothman.

—Sí.

—Lesley y yo hemos intentado llamarla, pero no descuelga el teléfono.

—No se le da muy bien mantener el contacto con la gente —contestó George.

El ascensor llegó a la planta baja y Will lo guió hasta el pasillo.

—Escucha, George, si puedo ayudar a Pia en algo, avísame. Lo digo en serio. Queremos que salga de este mal trago de una pieza, es una chica estupenda.

George se limitó a asentir. Will echó a andar hacia la sala de la máquina expendedora. Cuando se dio cuenta de que el otro no lo seguía, se volvió y le hizo un gesto.

—¡Vamos! Invito yo.

George suspiró, se volvió con movimientos cansados y apretó el botón una vez más para llamar al ascensor. Quería compañía, pero no la de Will.