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Centro Médico de la Universidad de Columbia

Nueva York

24 de marzo de 2011, 16.45 h.

Para Pia, meterse en líos era tan natural como respirar. Había pasado casi toda su vida bajo alguna especie de supervisión condicional, a cargo de personas que no la conocían, a las que no les importaba y que no comprendían su situación. Hacía mucho tiempo se había preguntado cómo era posible que siempre terminara ante un tipo de tribunal u otro. Nunca provocaba los problemas, siempre reaccionaba contra alguien de más edad y más poderoso que intentaba aprovecharse de ella. De alguna manera, aquel hecho se perdía entre el papeleo. Por lo general, solo era ella quien se veía sometida a la inquisición y el castigo posterior. A su parecer, la injusticia y el dolor coexistían en la misma calle de sentido único.

Cuando cumplió doce años, dejó de cuestionar el mundo que le había tocado vivir. Así eran las cosas, y así serían siempre. Con los años había llegado a saber cómo funcionaban los individuos que influían en su vida. El doctor Springer pertenecía a un tipo habitual. Protegía con ferocidad su reputación y adoptaría cualquier medida que le protegiera, aun a costa de razones y hechos. Se ofendía con facilidad y carecía de agallas. Cuando Pia no se amilanó y continuó presionándolo, Springer huyó literalmente. Fue en busca de alguien que tuviera valor, la doctora Bourse, y se escondió detrás de ella. La decana era una adversaria diferente. No tenía miedo, Pia era consciente de ello, y no estaba dispuesta a elegir el camino fácil y limitarse a eliminar el problema, la propia Pia, cosa que podría haber hecho.

* * *

Pia había pasado la tarde angustiada, meditando sobre el comportamiento de Springer. No había averiguado nada. También estaba el hecho de que nadie parecía preocuparse por los problemas médicos que ella sugería, cosa que solo podía alimentar su creencia semiparanoica de que el centro médico en general, y el Departamento de Enfermedades Infecciosas en particular, no había cuidado de Rothman y Yamamoto como era debido. Para empezar, ¿cómo podía demostrarse que nadie del centro médico tuviera que ver con el hecho de que su pusiesen enfermos? Pia comenzaba a considerar la posibilidad de que se estuviese gestando una maniobra para encubrir algo, orquestada por el doctor Springer.

Y Rothman continuaba grabado en su cabeza desde un punto de vista emocional. Si no hubiera permitido que adoptase un papel tan influyente en su vida, no se encontraría en su actual situación. Si dejas entrar a alguien en tu vida, pensó, tarde o temprano terminarás sufriendo.

Una llamada a la puerta sacó a Pia de su estado de agitación. Era George. ¿Quién si no?

—¿Qué ha pasado con Springer? Estaba tan preocupado que no he podido concentrarme en todo el día.

—Ha sido un desastre.

—Lo siento. También lamento no haberme ofrecido a acompañarte, de verdad. No tendrías que haber hecho todo esto sola.

—¡George, deja de decir que lo sientes, por favor! Además, no esperaba que me acompañaras. De hecho, no lo pensé ni por un momento. Y después de lo ocurrido, me alegro de que no vinieras. Springer se ha enfadado conmigo muchísimo más que la primera vez. Fue a buscar a la decana para que me dijera que dejara de entrometerme. Y amenazó con acudir a Groekest si no lo hacía.

—¿Vas a hacerlo?

—¿El qué?

—Dejar de entrometerte.

—¿Cómo voy a hacerlo? Son ellos los que se entrometen encubriendo cosas, no yo. Ocultan algo, estoy segura.

—Si no te importa que te lo diga, eso suena a paranoia.

—Pues muy bien. Y recuerda, hasta la gente paranoica tiene enemigos de verdad.

—¿Así que la decana ha vuelto a reprenderte?

—Eso me temo.

—¿Qué ha hecho?

—Me ha echado una buena bronca. Me ha soltado un sermón sobre que soy problemática. Ha amenazado con expulsarme de la facultad.

—¡Mierda!

Pia consultó su reloj.

—De hecho, estaba a punto de volver al laboratorio de Rothman. Estoy esperando a que se haga lo bastante tarde. No quiero tropezarme con nadie, sobre todo con la decana.

—Pia, hasta donde yo sé, la decana no trabaja en seguridad. Ya hay toda una plantilla dedicada a eso. Y la última vez que fuimos al laboratorio nos pillaron al cabo de cinco minutos. Bourse te ha dejado muy claro que no debes volver al laboratorio. Ahora, ha hablado contigo por segunda vez. Puede que tengan razón. Estás loca.

—Creo que tengo aptitudes para la ciencia, George. Aquí hay datos, pruebas que carecen de sentido. Ningún científico se desentendería de esto sin más.

—Pues dime una cosa: ¿qué harás cuando te expulsen de aquí? Eso te convertiría en ex científica. O ni siquiera eso. Serías algo así como casi ex científica. No existe una gran demanda de eso en el mercado laboral actual. Con suerte te graduarás dentro de un par de meses. Sí, la muerte de Rothman es una mala experiencia, terrible, pero podrías agravarla y encima tirar por la borda una carrera antes de empezarla.

—¿Carrera? En este momento no me parece que tenga mucho futuro. Y no podría mirarme al espejo si me rindiera ahora. ¿Sabes si el laboratorio de Rothman continúa oficialmente clausurado?

—¿Cómo quieres que lo sepa? Pero sí sé que está clausurado para ti.

—Los epidemiólogos ya habrán terminado —dijo Pia sin hacer caso de las palabras de George—. Si ya no están registrándolo, no veo por qué no puedo ir. Tengo cosas allí. La decana se enfadó por el hecho de que entráramos cuando todavía estaba oficialmente clausurado. Si sigue siendo el caso, no entraré, lo prometo, pero si no está prohibido, lo haré. Como mínimo, he de comprobar el contenido de aquel congelador de almacenamiento de la unidad de bioseguridad de nivel tres, cosa que no tuvimos la oportunidad de hacer anoche, ¿recuerdas? Soy una de las pocas personas que conoce el código que Spaulding utiliza para ese congelador en el cuaderno de trabajo. Quiero estar segura de que todas las muestras que debería contener están en su sitio.

—¿Quién es Spaulding?

—El jefe técnico del laboratorio. Rothman y Spaulding discutían con frecuencia por el estado del congelador de almacenamiento. Rothman pensaba que estaba hecho un desastre, y Spaulding opinaba lo contrario. Rothman estaba pensando en echarlo. Pero no era nada raro: todo el mundo pensaba que estaban a punto de despedirlo. Spaulding era el único que le plantaba cara.

—Todo eso es muy interesante, y tal vez encuentres algo comprometedor en las dependencias de almacenaje, pero, aunque así fuera, ¿qué harías? Recuerda que ya no es el laboratorio de Rothman. Todo eso es historia. Por desgracia. Y tú serás historia si sigues haciendo lo que estás haciendo. Además ¿en serio estás insinuando que el jefe técnico del laboratorio podría estar relacionado con la muerte de Rothman? Eso es una locura.

—La verdad, ya no sé lo que pienso. Se me ocurren ideas extrañas, como que ambos planearon llevar a cabo un doble suicidio.

George miró a Pia consternado.

—Estoy bromeando. Estoy bromeando. Pero en este momento tengo muchas cosas dando vueltas en la cabeza, muchas teorías, y no puedo descartar nada. Tal vez fuera algo que no se hizo, en lugar de algo que sí se hizo. ¿Cómo lo llaman? Un pecado de omisión, no de comisión. Lo único que sí sé es que hay algo que no encaja en esta situación.

—Pues claro que hay algo que no encaja en esta situación, Pia: dos personas han muerto. Eso nunca puede encajar. Pero tampoco significa que no exista una explicación lógica y sencilla para lo sucedido.

Pia reflexionó un momento. Consideró la posibilidad de sincerarse con George y hablar de ella y de su estado mental, pero siempre había detestado hacerlo. Lo había hecho con Rothman, y mira lo que había conseguido. Miró a George a la cara. Él no había apartado la mirada de ella en todo el rato; Pia casi no había despegado la vista del suelo. Parecía menos ansioso de lo habitual, y más serio. La joven respiró hondo. Decidió que, al menos, lo intentaría.

—No quiero pensar que Rothman estuviera relacionado con su propia enfermedad. Pero me gustaría estar segura. Si fuera así, significaría que me ha decepcionado. En realidad, me habría traicionado. Rothman era muy importante para mí, y me cuesta admitir que alguien tenga tanta influencia en mi vida. Ahora que ha muerto, tengo la sensación de que empiezo de cero. Y no quiero que sea culpa de él.

George asintió, pero le resultaba muy complicado comprender el razonamiento de Pia. Aunque Rothman se hubiera infectado por accidente, ¿por qué debería tenerle ella en menos consideración, sentirse «traicionada»?

—Fue idea de Rothman que iniciara el programa de investigación de mi formación; él sería el director. ¿Quién lo hará ahora? Iba a trabajar en su laboratorio durante mi doctorado. ¿Adónde iré ahora? Me han abandonado una vez más.

George se quedó algo sorprendido ante aquellas palabras que le parecieron egoístas, teniendo en cuenta la muerte de Rothman y Yamamoto.

—Estoy seguro de que la universidad te encontrará otro laboratorio —dijo—. Te encontraron otra rotación. Will y Lesley ya están haciendo la suya.

—Puede que sí, puede que no.

George vaciló un momento. Sabía que existía el peligro de que Pia se tomara a mal lo que iba a decir, pero decidió seguir adelante.

—Pia, lo siento, pero no entiendo cómo Rothman podría haberte «traicionado», según tus propias palabras. Se puso enfermo y murió. A veces me cuesta entenderte. No creo que debas meterte donde no te llaman. Si piensas que la muerte de Rothman no fue un accidente y que están tratando de encubrirlo, esto solo puede acabar mal.

—A menos que sea cierto.

—Estás hablando de asesinato. ¿Quién querría asesinar a uno de los mejores equipos de investigación del país?

Dándole vueltas en la cabeza, a George solo se le ocurría un motivo por el que alguien pudiera estar dispuesto a arriesgar su carrera. Sabía con seguridad que aquella línea de razonamiento iba a meterle en líos.

—Mira, no es asunto mío, y nunca he dicho nada que pudiera hacerte pensar que tenía celos de que cualquier otro tío, hum, intimara contigo, pero tu relación con Rothman, bueno…

Una sonora carcajada de Pia interrumpió a George.

—¡Oh, Dios! ¿Por eso crees que me he metido en todo esto? ¿Crees que me acostaba con Rothman?

—No. Bueno. Sí. Quizá. No lo sé. Explicaría por qué estás tan nerviosa por lo sucedido. Es lo que algunos comentan en el campus.

—¿De modo que he de acostarme con un tío para que me interese averiguar cómo murió? Muchísimas gracias, George. Dejé que intimara conmigo, pero no así. Típicamente machista. Te lo diré, por si ayuda: no, nunca hubo contacto físico entre el doctor Rothman y yo. Punto. Créeme, me doy cuenta de cuando un hombre está interesado en mí de ese modo, y no era su caso. De hecho, estaba felizmente casado y entregado a su familia, pese a lo asocial que parecía.

Pia estaba furiosa, y George no sabía qué decir. La idea que había expresado había cobrado vida propia en su mente. Pero en cuanto la verbalizó, se dio cuenta de que era muy improbable. Ahora se sentía avergonzado de haberlo siquiera sugerido.

—Muy bien, se acabó, me voy al laboratorio —dijo Pia—. La verdad es que allí tengo cosas que necesito recuperar. He trabajado en ese sitio durante más de tres años y medio. Y no te preocupes, si está prohibida la entrada, volveré enseguida, como una buena chica.

—¿Y si no?

—Miraré lo que hay en el congelador de almacenamiento y recogeré mis cosas.

—Yo iré al centro médico y te esperaré en la biblioteca.

—No tienes por qué hacerlo.

—Después de lo de Springer, es lo mínimo que puedo hacer.

—Supongo que no puedo impedírtelo.

George sabía que era lo más parecido a una invitación que iba a recibir.