Centro Médico de la Universidad de Columbia
Nueva York
24 de marzo de 2011, 7.00 h.
Pia y George llegaron por separado a las oficinas de la decana de estudiantes. Ella misma les abrió la puerta a ambos, pues la secretaria, que entraba a las ocho, aún no había llegado. Se sentaron uno a cada extremo del sofá de cuero que había delante del despacho de la doctora, sin hacer contacto visual, sin pronunciar una sola palabra. Para Pia, aquellos silencios eran normales, mientras que para George, que hablaba con cualquiera, la falta de comunicación era muy incómoda. Por otro lado, no tenía ninguna gana de que Pia lo mandara callar de nuevo, cosa que estaba seguro de que volvería a suceder, puesto que lo único que deseaba era disculparse una vez más por haberla disgustado sin querer. Sentirse responsable era inherente a su naturaleza.
Pasados unos minutos de la hora, Helen Bourse salió de su despacho.
—Gracias por su puntualidad.
Invitó a George y Pia a seguirla. Les indicó un par de sillas de respaldo recto para que se sentaran. Había visto una nota en el expediente de Pia, que había sido su lectura de aquella noche, escrita por una profesora clínica particularmente entusiasta durante su introducción a la cirugía de segundo año. Decía que a Pia le costaba llegar puntual a las citas de primera hora de la mañana, incluso después de haber sido advertida de que tal comportamiento no era tolerable en cirugía. Aunque por lo general los retrasos eran solo de entre cinco y diez minutos, eran constantes. La profesora indicaba que en su opinión constituían una falta grave.
La doctora Bourse se sentó y miró a los dos estudiantes.
—Para empezar, me temo que tengo muy malas noticias. —Su voz encajaba con la gravedad de la situación—. No hay otra forma de decirlo que soltándolo sin más. Los doctores Rothman y Yamamoto han fallecido esta madrugada. Les estaban preparando para ser intervenidos debido a una peritonitis de desarrollo rápido, pero no llegaron al quirófano.
—Lo sé —dijo Pia.
—¿Cómo lo sabe?
La doctora Bourse estaba confusa. Acababa de enterarse.
—He ido a la unidad de enfermedades infecciosas esta mañana. Me desperté temprano. Creía que quizá el nuevo antibiótico les habría hecho efecto, pero me han dicho que habían fallecido.
La doctora Bourse miró a Pia, cuya voz sonaba como si hubiera perdido las ganas de luchar. Observó que los ojos de la joven estaban hinchados de emoción y fatiga. La decana suspiró. Aquello era un ejemplo más de la característica testarudez de la muchacha, pues ella misma había ordenado a los dos alumnos, y en términos muy claros, que volvieran a sus cuartos, se tomasen la temperatura con regularidad y se quedaran en ellos hasta la hora de su reunión. No obstante, la joven había hecho caso omiso de la orden.
La doctora Bourse volvió a suspirar sin dejar de mirar a Pia, cuya mirada, como de costumbre, enfocaba hacia otra parte.
—Muy bien, intentaré pasar por alto el hecho de que les dije que se quedaran en sus habitaciones. Supongo que ha ido al hospital debido a su buena relación con el doctor Rothman, ¿no?
Pia asintió. Ansiaba admitir que, para ella, Rothman se había convertido en el padre que nunca había tenido, pero se mordió la lengua. No era propio de ella revelar sus secretos.
—Al menos no ha intentado volver al laboratorio. ¿O sí?
George le lanzó una veloz mirada a Pia, preocupado. La idea de que su amiga hubiera intentado volver al laboratorio sin él no se le había pasado por la cabeza.
—No —respondió Pia en voz baja, y George exhaló un suspiro.
—¿Se han tomado la temperatura, tal como les pedí?
Ambos estudiantes asintieron, aunque George había tenido que abandonar su termómetro cuando Pia había salido corriendo de su habitación aquella mañana.
—Y supongo que era normal. De acuerdo. La muerte de los doctores Rothman y Yamamoto ha supuesto un golpe para todos cuantos trabajamos en el centro médico, sobre todo en la facultad. Conocía un poco al doctor Yamamoto, y era un buen colega. Al doctor Rothman lo conocía mejor, por supuesto, y tengo entendido que usted se llevaba bien con él, señorita Grazdani. Sin duda, Rothman se interesó mucho en sus progresos y le dispensó más privilegios que a cualquier otro alumno. —«Y que a cualquier colega», pensó la doctora Bourse—. Entiendo ese interés como un cumplido a sus habilidades como investigadora y al potencial que el doctor Rothman veía en usted.
Pia tenía la mirada clavada en el suelo.
—Por supuesto, es terriblemente irónico que el doctor Rothman, quien dedicó tanto tiempo a descubrir la patogenicidad de la salmonela, haya muerto a causa del mismo organismo que había llegado a conocer tan bien…
Bourse dejó que su reflexión quedara suspendida en el aire.
—Bien, señorita Grazdani, me he ocupado de que se dedique a la investigación, a partir de hoy mismo, con la doctora Roselyn Gorin, una de las personas con más talento del campus. Ganó un premio Lasker, como tal vez sepa, y está llevando a cabo un trabajo revolucionario en la transformación de células madre en células adultas concretas. Roselyn es amiga mía. Es una persona muy comprensiva y afectuosa. He hablado con ella hace diez minutos, y está muy contenta de acogerla. «Contenta» no es la palabra adecuada en estas circunstancias, pero está decidida a colaborar.
La doctora Bourse sonrió esperanzada.
—¿Hoy? No puedo empezar hoy —dijo Pia.
George se estremeció, pues le resultó evidente que la primera reacción de la doctora Bourse era de intensa irritación.
La decana hizo una pausa con la intención de recuperar el control de sus emociones, ya que estaba tan enfadada como George había intuido. Roselyn era su amiga, pero la verdad era que no le había hecho mucha gracia aceptar una nueva alumna, sobre todo a una de Rothman que ya se había forjado cierta reputación, merecida o no. La doctora Bourse tenía ganas de decirle a Pia que se las arreglara sola, pero se mordió la lengua.
—Le agradezco mucho lo que ha hecho —se apresuró a decir la joven intentando aparentar sinceridad—. De veras —añadió como si sospechara que se estaba pasando—, pero he recibido la noticia hace una hora, y en este momento me siento muy confusa. Necesito un par de días. Para serenarme.
La doctora Bourse suspiró de nuevo. Pia no era una persona fácil de llevar. Por otro lado, no cabía duda de que lo que estaba diciendo era muy cierto. Todo el centro iba a sentirse conmocionado por aquellas muertes. El doctor Yamamoto era un hombre muy popular, y si bien poca gente toleraba a Rothman como individuo, su muerte no dejaba de ser un golpe, sobre todo teniendo en cuenta las circunstancias. Al fin y al cabo, era la celebridad científica del centro.
—De acuerdo, señorita Grazdani. Hoy es jueves. El lunes por la mañana, a primera hora, espero que retome sus responsabilidades como estudiante de cuarto curso. También le recuerdo que ha de mantenerse alejada del laboratorio del doctor Rothman. Le concedo permiso para ausentarse, no para volver a jugar a los epidemiólogos. Contamos con auténticos epidemiólogos, que están cualificados para hacer su trabajo. ¿Comprendido?
Pia asintió.
—Por favor, diga «lo he comprendido» —insistió la doctora Bourse. Quería que no cupiera la menor duda.
—Lo he comprendido —dijo Pia con voz casi inaudible.
—Señor Wilson, volverá hoy mismo a radiología…
—Por supuesto, decana —la interrumpió George.
—Y también dejará de seguirle la corriente a la señorita Grazdani. Tal vez quiera preguntarse por qué usted, que hasta el momento había tenido un historial sin mácula, se ha visto arrastrado hacia el tipo de comportamiento que presenciamos anoche. Gnothi seauton. ¿Sabe lo que significa? Significa «conócete a ti mismo», y se trata de algo que los médicos debemos recordar siempre.
»Dudo que fuera idea suya, señor Wilson, entrar por la fuerza en el laboratorio del doctor Rothman, y espero que en el futuro deje que sus acciones se guíen más por su intelecto que por su ello, más por su cerebro que por su hipotálamo.
George asintió muy serio.
—¿Todo el mundo lo ha comprendido? —preguntó la doctora Bourse. Pia y George asintieron al unísono.
—Bien, gracias. Pueden irse.
La decana vio que George abría la puerta para dejar pasar a Pia, que salió sin darle las gracias. Se comportaba como si fuera una cuestión de derechos que George le abriera la puerta.
La doctora Bourse continuó sentada ante su escritorio unos minutos más, meditabunda. Dado que una gran parte de su trabajo consistía en llegar a conocer a la población de estudiantes de medicina de la Facultad de Médicos y Cirujanos de la Universidad de Columbia, pensó en la extraña relación que mantenían George y Pia. Por supuesto, la confraternización entre estudiantes no se alentaba necesariamente, pero tampoco se desalentaba siempre que no interfiriera en el rendimiento. En aquella relación, era evidente lo que él veía en ella, pues Pia era el origen de muchas habladurías en todo el centro, ya que era una joven muy hermosa e inteligente, a la vez que enigmática. Lo que ya no estaba tan claro era si existía una atracción inversa.
Por otra parte, las relaciones entre docentes y estudiante estaban mal vistas oficialmente, pero era difícil prohibirlas por la fuerza, teniendo en cuenta que todos los implicados eran adultos que las consentían y que muchos estudiantes bordeaban ya la treintena. Habían corrido rumores persistentes acerca de Pia Grazdani y el doctor Rothman. Una vez más, la belleza exótica y la evidente inteligencia de Pia habían pasado desapercibidas para poca gente, aunque nadie entendía qué había podido ver ella en el científico. Pero no se había confirmado nada, y si bien existían muchos motivos para creer que el doctor Rothman había conferido a su alumna responsabilidades y privilegios significativos, nunca hubo pruebas de que lo hubiera hecho de manera inapropiada. Y ahora, pensó la doctora Bourse, el enigma de su relación continuaría siendo uno de los pequeños misterios de la vida.