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Centro Médico de la Universidad de Columbia

Nueva York

1 de marzo de 2011, 7.30 h.

Sabe que el hombre es importante, pero es incapaz de recordar su nombre. La chica está de pie delante de un largo escritorio, ataviada con un vestido gris institucional muy holgado, con los hombros caídos, las manos enlazadas delante de ella y los codos pegados a los costados. Incluso sentado, el hombre es muy grande, enorme en realidad, y está inclinado hacia delante hablando con ella, sin mirarla a los ojos, sino directamente al pecho. Ella no entiende lo que le dice. Ha sido mala, se ha portado mal, es preciso castigarla, eso es lo único que sabe.

Ahora lo oye. Es incluso más grande que antes, y le está diciendo que enderece la espalda y eche los hombros hacia atrás. ¿Por qué lleva esa ropa informe? Pia recuerda que tiene quince años, dieciséis como máximo, y que el hombre es el director del colegio; es como si se encontrara al fondo de la habitación observando a esa chica que es ella pero no lo es. El hombre empuja la silla hacia atrás y se levanta. Rodea el escritorio y se acerca con una sonrisa cruel y lasciva. «Pia… —ordena—. Pia…».

—¡Pia… Pia!

Pia se incorporó en la cama y exhaló un profundo suspiro de alivio. Cuando se estiró hacia delante, oyendo que George la llamaba desde el otro lado de la puerta, se dio cuenta de que tenía la camiseta pegada a la espalda sudada. Lo dejó entrar y corrió a vestirse mientras se juraba que aquella noche se acordaría de poner el despertador. Su reloj interno solía despertarla a las seis sin falta, pero durante las dos últimas semanas había tenido problemas para dormir, pues sufría pesadillas recurrentes con frecuencia. Se sentía agotada. No había dormido lo suficiente. Después de ir a ver a la madre superiora, había vuelto al laboratorio de Rothman. Para cuando regresó a su dormitorio para meterse en la cama eran las 4.23 de la madrugada.

Mientras se vestía, se descubrió reflexionando sobre su entrevista con la madre superiora, y le contó parte de ella a George mientras iban al centro médico.

—Me alegro de que fueras —dijo George cuando ya caminaban bajo el fresco sol de la mañana—. Es decir, nunca ibas a ingresar en la orden, y no te veo en África haciendo lo que quiera que hagan hoy en día las misioneras. Nunca he conocido a ninguna monja, pero no creo que te pegue serlo.

Sacada de uno de sus cuatro encuentros sexuales, una imagen erótica de una Pia saciada, desnuda sobre la cama, destelló en su mente. Se percató de que ella le lanzaba una mirada y se estremeció. ¿Sería capaz de leer su mente? No era la primera vez que aquella preocupación asaltaba a George.

—No creo que ser monja y tomar los votos hubiera supuesto un problema para mí, George. No estoy diciendo que no vaya a hacerlo nunca. He visto la vida en un convento, y es muy apacible. Es diferente del mundo exterior. Las hermanas se apoyan unas a otras. Te sientes seguro.

George se sintió incómodo de inmediato, como si estuviera tratando a Pia con condescendencia. No podía culparla por desear algo de seguridad en su vida, a partir de lo poco que sabía de su infancia. Pero ¿ser monja? Le resultaba extremo.

—Supongo que lo que quiero decir es que parece una manera de esquivar la vida. Hay otras formas de obtener seguridad, aparte de ir a esconderse en un convento.

—No creo que hacerse monja sea esconderse. Es justo lo contrario: han de entregarse por completo al mundo que han elegido.

«Tampoco se traicionan mutuamente», pensó Pia. Habían llegado al edificio de investigación Black.

—De hecho, creo que también estarías ocultándote si terminaras por pasarte toda tu vida profesional trabajando ahí dentro con Rothman —dijo George al tiempo que señalaba el edificio con un gesto de la cabeza.

Su concepto de la medicina implicaba ayudar a la gente de manera directa, cara a cara, influir en la vida de personas que podía ver y tocar. En su opinión, la investigación era demasiado fría y abstracta, y estaba habitada por fanáticos asociales como Rothman, tan cálidos y amables como un archivo lleno de algoritmos.

—¿Qué me dices de comer hoy? —preguntó George para cambiar de tema.

Nunca perdía la esperanza. Tal como se temía, no habían quedado para comer el día anterior. Durante los tres años y pico que habían pasado desde que conocía a Pia, nunca se habían citado oficialmente para comer. Habían comido juntos en numerosas ocasiones, pero no de forma planificada. Durante los dos primeros años habían coincidido más o menos en el horario, de manera que surgía espontáneamente. Pero ahora que George estaba en optativa de radiología y Pia encerrada en el laboratorio de Rothman, el joven sabía que las posibilidades de encontrarse por casualidad eran mínimas. Pero ignoraba por qué se tomaba la molestia de preguntarlo si ya sabía que no iba a suceder. ¿Y por qué demonios era siempre tan complaciente?

—Lo siento, George, no puedo hacer planes —contestó—. Ayer tuve que pasar todo el día y parte de la noche trabajando en un artículo de Rothman para una revista, y aún no lo he terminado. Para colmo, tendré que reunirme con él en algún momento para saber qué me tiene preparado este mes. Hasta dudo que pueda comer.

* * *

Pia se llevó un disgusto cuando vio que el molesto empleado de mantenimiento continuaba en su despacho. Estaba de nuevo subido en la escalerilla, pero en aquella ocasión encarado en otra dirección. El día anterior, mientras trabajaba en el artículo de Rothman en uno de los bancos del laboratorio, se había fijado en que se había marchado a las doce y tardado cuatro horas en volver. A aquel ritmo, le preocupaba que estuviera dando la lata y la mantuviera alejada de su cubículo durante una semana. El despacho era pequeño, pero era suyo y podía dejar sus cosas esparcidas sobre las encimeras, cosa que no podía hacer en el laboratorio principal.

Cuando dejó el bolso sobre el escritorio sembrado de herramientas, Pia hizo el suficiente ruido como para conseguir que Vance se enterara de su llegada y de que no estaba especialmente contenta.

—Eh, usted —gritó.

Vance bajó la cabeza y, al ver a Pia, descendió sonriente y se frotó las manos con un trapo.

—¡Ah, señorita Grazdani! ¿Cómo está hoy? Ayer no la vi cuando me fui.

—Me di cuenta de que se tomó cuatro horas para comer. Tendría que haberme avisado de que estaría ausente tanto rato. Podría haber trabajado aquí, en mi despacho. En cualquier caso, dijo que terminaría ayer. ¿Qué pasa? ¿Cuánto tiempo va a tardar?

—El trabajo está resultando más difícil de lo que imaginaba. Lo único que puedo decirle es que me estoy esforzando al máximo. En cuanto descubra qué demonios está averiado, lo arreglaré enseguida y me marcharé.

Pia se limitó a emitir un suspiro de irritación y levantó el bolso.

—Señorita Pia, tengo una sorpresa para usted. Hoy he preparado dos bocadillos para comer, uno para mí y otro para usted. ¿Qué le parece si nos reunimos para comer algo? Hago unos estupendos bocadillos de pastrami en chapata. ¿Qué me dice?

Volvía a sonreír. Jesús, qué predecibles eran los hombres. Pia lo fulminó con la mirada. ¿Es que aquel tipo tenía alucinaciones? Ni iba a quedarse para averiguarlo, ni quería alentarle.

—Limítese a terminar cuanto antes. ¡Por favor! —replicó con brusquedad. En cuanto a la oferta del bocadillo, ni siquiera la mencionó.

Acto seguido se dio media vuelta y entró en el laboratorio principal. Dejó el bolso en la zona de bancos donde había trabajado el día anterior, pero, en lugar de ponerse manos a la obra de inmediato, se encaminó hacia el escritorio de Marsha para averiguar dónde estaba el líder aquella mañana. Para su sorpresa, le dijeron que Rothman estaba esperándola en su despacho. Complacida, Pia entró a toda prisa por la puerta abierta. Reparó al instante en que el hombre estaba padeciendo el mismo problema de mantenimiento. Habían desaparecido varios paneles del techo, y de los huecos colgaban cables como espaguetis. Una de las encimeras estaba plagada de diversas herramientas, y había otras cuantas diseminadas por el suelo. En la esquina había una escalerilla apoyada contra la pared, y la cámara de seguridad había desaparecido de su plataforma.

—Buenos días, doctor Rothman —gorjeó Pia. Nunca sabía qué se encontraría en cuanto a su humor, pero esperaba tener suerte—. Marsha me ha dicho que me estaba esperando.

—Señorita Grazdani. ¿Cómo se deletrea «catéter»? —preguntó Rothman sin molestarse en levantar la vista de la hoja de papel que sostenía.

Pia observó que era parte del manuscrito de The Lancet en el que había estado trabajando.

—C-A-T-É-T-E-R. ¿Por qué?

—Bien, por lo visto sabe deletrearlo, así que me pregunto por qué sintió la necesidad de inventarse una versión alternativa para mi artículo.

Pia había trabajado en el artículo de Rothman añadiendo diversas sugerencias para cambios estructurales y reescribiendo toda una parte que le pareció excesivamente ininteligible. A última hora de la noche tenía ganas de terminar y no había repasado la ortografía.

—Me pregunto qué le enseñaron en la NYU, si es que le enseñaron algo. Había varias faltas de ortografía y dos gramaticales.

Por experiencia, Pia sabía cómo trabajaba Rothman. Aquellos errores de ortografía y gramática significaban casi con toda seguridad que había aceptado sus cambios estructurales. Si vivías de felicitaciones y alabanzas, te morías de hambre trabajando para Rothman. Este daba por descontado el buen trabajo. Si no eras bueno, no durabas mucho, de modo que los únicos elementos de los que valía la pena hablar eran los defectos menores. Rothman se volvió en su asiento de cara al Mac y empezó a teclear. Pia supuso que estaba añadiendo sus cambios al manuscrito original. Se sentó sin que el investigador se lo pidiera. Si esperaba a que lo hiciese, se quedaría de pie todo el día.

A Pia le había encantado trabajar en el artículo de The Lancet. La literatura científica era algo que le gustaba, y daba la impresión de que tenía facilidad para ella. A lo largo de los últimos tres años, había colaborado con Rothman en sus estudios sobre la salmonela y hasta había aparecido como coautora de varios. Había sido un trabajo estimulante. Rothman continuaba con su importante investigación, galardonada con varios premios, sobre la virulencia de la salmonela, un tema que le había reportado los premios Nobel y Lasker. La virulencia era la capacidad del microorganismo para invadir y matar a sus células huésped, algo que a la salmonela se le daba especialmente bien. Con los años, Rothman había descubierto, clasificado y definido las cinco «islas», o zonas, patógenas del genoma de la salmonela que codificaban diversos factores relacionados con la virulencia (como toxinas específicas y la resistencia a los antibióticos), los cuales habían contribuido a que la salmonela fuera, con mucho, la causa más importante de las enfermedades alimentarias humanas mundiales. Todos los años, la salmonela causaba la mortalidad y morbosidad de incontables millones de personas. Todos los años, la fiebre tifoidea mataba a más de un millón de personas, una situación que Rothman se había propuesto rectificar, y cada año estaba más cerca de ello.

Al principio, cuando Pia se unió al laboratorio de Rothman, tenía mayor interés en su más reciente parcela de investigación, las células madre, y albergaba la esperanza de trabajar con ellas. Pero el investigador tenía otras ideas y quería que ella se curtiera con su trabajo sobre la salmonela. Con el tiempo, Pia se comprometió tanto como él en el terreno de la microbiología, fascinada por las bacterias y los virus en general, y por la salmonela en particular, así como por el reino microscópico en que habitaban. No tardó en deleitarse con aquella ciencia, al tiempo que disfrutaba de la emoción de trabajar con una de las mayores mentes de la especialidad. La joven gozaba perfeccionando a diario sus conocimientos de genética, con la idea de poder realizar algún día su propia contribución a la investigación básica. Poco a poco, había llegado a darse cuenta de lo emocionante que podía ser la investigación y de lo bien que encajaba con su personalidad.

Pia observó a Rothman mientras tecleaba delante de ella. Su nivel de concentración era notable. En un momento dado estaba hablando con ella, y al siguiente estaba absorto por completo, como si ella ya no estuviera allí. Pia no se tomaba ningún rasgo del comportamiento de su jefe como algo personal. Después de que él le hubiera confesado lo del síndrome de Asperger, había leído al respecto y deducido que muchos aspectos de su personalidad venían dictados por el síndrome, incluso ignorarla como estaba haciendo en aquel momento. En lugar de irritarse, pensó en el contenido del artículo que había reescrito. Versaba sobre los estudios que Rothman había hecho acerca de la salmonela cultivada en el espacio exterior, a bordo de la Estación Espacial Internacional que orbitaba alrededor de la Tierra. Había descubierto que cultivar la bacteria en un entorno de gravedad cero la hacía mucho más virulenta que la bacteria de control cultivada en la Tierra. Rothman creía que las condiciones del espacio imitaban hasta cierto punto las presentes en el íleon humano, lo cual provocaba que las bacterias despertaran los genes de las islas patógenas para que produjeran proteínas efectoras. Pia era una de las pocas personas enteradas de que, en aquel momento, la instalación de almacenamiento refrigerado ubicada dentro de la unidad de bioseguridad contenía tres cepas de aquella salmonela tan virulenta cultivada en el espacio. También sabía que el objetivo de Rothman era descubrir por qué la gravedad cero causaba aquellos cambios, pues tenía la esperanza de averiguar cómo anularlos no solo en el espacio sino también en el íleon humano.

Aunque Pia había aprendido a ser paciente en presencia de Rothman, tenía sus límites. Al cabo de unos minutos, tosió levemente. Se había dado cuenta por experiencia de que la tos parecía alterar la concentración de Rothman más que cualquier otra cosa. Casi de inmediato, el hombre asomó la cabeza tras la pantalla de su Mac y empujó una caja de pañuelos de papel en su dirección. Tenía fobia a que la gente tosiera en su presencia. Al fin y al cabo, creía firmemente en la teoría de los «gérmenes». Pia cogió uno de los pañuelos obligatorios.

—Bien, señorita Grazdani, en cuanto a su tarea de este mes… —Desapareció de su vista de nuevo. Continuó tecleando con dos dedos, pero al menos no dejó de hablar. Pia no le veía la cara, pero lo prefería así. Él lo hacía porque a ambos les costaba mantener contacto visual, y no solo ocurría entre ellos, sino a todo el mundo—. Quiero trasladarla a nuestro trabajo con células madre inducidas. Ha hecho una labor excelente con la salmonela, pero ya es hora de que se inicie en la otra parcela.

Una sonrisa de impaciencia apareció en el rostro de Pia. Las palabras de Rothman fueron música para sus oídos.

—Últimamente hemos llevado a cabo grandes descubrimientos relacionados con la organogénesis.

El corazón de Pia se aceleró. Era la primera vez que Rothman le hablaba de su trabajo con células madre. Sabía lo que era la organogénesis, porque la palabra se explicaba por sí misma. Se trataba de la vanguardia actual de la investigación con células madre. Era el último obstáculo antes de la creación de órganos aptos para ser trasplantados a pacientes, órganos como corazones, pulmones y riñones. Le entusiasmaba pensar que Rothman estaba realizando enormes descubrimientos. Y la idea de que ella fuera a participar en aquel esfuerzo le provocó escalofríos.

—En esta fase, nuestro mayor problema consiste en que las técnicas y líquidos de cultivo de tejido no han estado a la altura de los avances que estamos logrando. Las actuales técnicas de cultivo de tejidos se desarrollaron para capas de células, no para órganos sólidos. Estoy seguro de que comprende a qué me refiero. Está relacionado con la oxigenación y la eliminación de desechos metabólicos mientras se mantiene el equilibrio ácido-base dentro de unos parámetros muy estrechos. Ha sido, en esencia, una combinación de ampliar los límites de la bioquímica y la ingeniería. Hemos conseguido varios impresionantes avances en cuanto al hardware, pero los líquidos implicados no han seguido el mismo ritmo. El problema que nos está entorpeciendo en este momento es el equilibrio ácido-base. Yo diría que el pH varía en exceso. No conseguimos averiguar por qué. Lo que quiero que haga es convertirse en experta en líquidos de tejido de cultivos y que descubra por qué aparece ese problema del pH. ¿Comprendido?

—Creo que sí —balbució Pia. Sabía que nunca era positivo cuestionar una directriz de Rothman. Todo, lo que fuera, podía hablarse más adelante, pero no sin pensarlo antes.

—¡Bien! ¡Póngase manos a la obra! Cuando termine de introducir estos cambios en el manuscrito, le diré a Marsha que le envíe una copia para que lo revise por última vez. ¡Bien, lárguese de una vez!

Rothman aceleró la velocidad de su mecanografiado, unas cuantas pulsaciones seguidas de varias supresiones frenéticas. Pia continuó en su asiento pese al comentario final de Rothman. Presentía que aquella era toda la información que, de momento, iba a recibir acerca de su optativa del mes, y no era gran cosa. Se estremeció un poco por dentro. Se esperaba trabajar en algún aspecto de la investigación sobre la salmonela de Rothman, tal como había hecho el año anterior. El cultivo de tejidos era una disciplina nueva para ella, y lo que le habían encomendado sonaba a proyecto de doctorado completo, no a una tarea para un mes. Iba a necesitar mucha ayuda de Rothman y de los demás técnicos, sobre todo de Nina Brockhurst, cuyo trabajo consistía en encargarse de la planta física de los experimentos de cultivo de órganos de Rothman, lo cual incluiría los baños. En el pasado, Nina se había mostrado abiertamente resentida con Pia al afirmar que era la favorita del genetista. Ella se había tomado la situación con calma, pues sabía que siempre se producían roces cuando obligaban a dos personas a trabajar juntas, sobre todo cuando resultaba tan difícil descifrar las señales del jefe.

Pero con independencia de la carga de trabajo y del comportamiento de su colega, Pia sabía que el mes iba a resultarle fascinante. Aunque el encargo del baño de fluidos no fuera muy emocionante por sí mismo, la verdad, la llevaría a adquirir una experiencia fundamental, y aprendería las técnicas básicas para cuidar órganos recién creados, un peldaño vital en el paso que llevaba de estudiar la organogénesis en ratones a estudiarla en personas. Y aún más importante: el trabajo tenía que ver con la especialidad de células madre, el lugar donde ella creía que deseaba estar.

Pia tosió de nuevo, esta vez contra el pañuelo que tenía en la mano. La cara de Rothman volvió a asomar por un lado del Mac. Su expresión al ver que Pia seguía allí fue de sorpresa.

—Anoche fui al convento para ver a la madre superiora —le informó Pia—. Le anuncié que no quería ir a África.

—Bien —se limitó a contestar Rothman. Su rostro desapareció. Retomó su tarea de teclear.

—Se comportó con amabilidad, pero me di cuenta de que no le hacía ninguna gracia.

—Es su problema, no el de usted. Colaborará mucho más con Dios trabajando en mi laboratorio que marchándose a cualquier lugar perdido de África.

—Dijo que no quería cobrar su deuda.

—Estupendo. Así sea.

—Pero yo creo que debería hacerlo. ¿Sigue estando dispuesto a avalar un préstamo de cincuenta mil dólares?

—Sí, pero creo que está loca. Ella no quiere cobrar la deuda, al menos eso dice. Ahórrese el dinero.

—Utilizó la palabra «traición» —siguió Pia. Sabía que estaba tergiversando la razón por la que la madre superiora había utilizado dicha palabra, pero el mero hecho de que la hubiera empleado seguía incomodando a Pia.

Rothman lanzó una breve carcajada burlona.

—¡Traición! Solo intenta despertar su sentido de culpa católico, Pia. Por el amor de Dios, dele el dinero si necesita hacerlo y acabemos de una vez. Le diré a Marsha que hable con mi banco. Como estudiante de cuarto curso de medicina, estoy seguro de que su crédito es correcto. Recuerde que se trata de su vida, no de la de la madre superiora. Bien, lárguese de aquí y póngase a trabajar.

Pia se levantó y dejó que Rothman continuara tecleando. Tras pasar delante de Marsha, pensó en ir a la biblioteca. Su plan inicial era leer todo cuanto pudiera encontrar sobre ingeniería de tejidos. No le cabía duda de que iba a resultar una cantidad de información abrumadora.