Centro Médico de la Universidad de Columbia
Nueva York
24 de marzo de 2011, 5.05 h.
Aunque pasaban escasos minutos de las cinco de la mañana, Pia desistió al fin de intentar dormir y se levantó de la cama. La noche anterior había vuelto a su cuarto de la residencia de la oficina de seguridad mental y físicamente exhausta. Antes de que George y ella se encaminaran hacia sus respectivas habitaciones, él le dio el bocadillo de pavo que había guardado. Estaba un tanto aplastado, pero aún parecía un bocadillo. Una vez en su cuarto, había mordisqueado una esquina y después tiró el resto a la basura y se fue a la cama con la esperanza de descansar un poco. No había dormido bien, pero al menos no recordaba sus sueños.
Pia se duchó a toda prisa y se vistió. Comprendía que era esencial para su futuro que Rothman se recuperara. Pese a la hora, sabía que tenía que ir al hospital y asegurarse de que su jefe se encontraba bien. Confiaba en que el nuevo antibiótico hubiera obrado maravillas y estuviese controlando la infección. En ese caso, también albergaba la esperanza de que los delirios hubieran desaparecido y pudiera hablar con él. Quería preguntarle si tenía idea de qué había ocurrido en el laboratorio de bioseguridad la mañana anterior.
Salió de la residencia por Haven Avenue y se sintió muy sola. Aún no había amanecido. Se sintió como la única persona del mundo mientras iba de camino al hospital. Una vez dentro, fue diferente, porque el hospital nunca dormía. Subió a toda prisa al ala de enfermedades infecciosas.
Cuando llegó al pabellón se quedó perpleja. Pensó que se había desorientado, porque estaban desinfectando la habitación que creía que era la de Rothman para prepararla para un nuevo paciente. Pero no, aquella era su habitación. De manera que habían trasladado al doctor, tal vez porque estaba dando señales de mejoría con el nuevo tratamiento. Pia no se permitió ni pensar que pudiera ser otra cosa. Miró en la habitación de Yamamoto. La estaban limpiando. También lo habían trasladado.
Pia dio media vuelta y volvió al control de enfermería para averiguar adónde habían enviado al doctor Rothman y al doctor Yamamoto. El control bullía de actividad, incluso a aquella hora tan temprana. Se estaban preparando para el cambio de turno a las siete.
—Perdón —le dijo Pia a una de las enfermeras de noche. La mujer estaba de pie ante el mostrador rellenando uno de los millones de formularios que estaban obligadas a entregar—. Estoy buscando al doctor Rothman y al doctor Yamamoto.
De pronto, Pia sintió náuseas y notó que el pánico se apoderaba de ella. «No los han trasladado porque estuviesen mejor».
—Dígame dónde están, por favor —suplicó Pia, desesperada.
—¿Quién es usted? ¿Es pariente del doctor Rothman?
—Soy alumna del doctor Rothman. ¿Dónde está, por favor?
La enfermera tomó a Pia del brazo y la alejó del ajetreo del control de enfermería hasta una sala de espera que estaba vacía a aquella hora. No encendió la luz, y las dos mujeres se quedaron inmóviles en la penumbra. Pia estaba preocupada por si le fallaban las piernas y se caía al suelo como una muñeca de trapo.
—Escuche, solo se lo hemos dicho a las familias —comenzó la enfermera—. Lo siento, los dos se han ido. Primero el doctor Rothman, y después el doctor Yamamoto, hace más o menos una hora.
—¿Qué quiere decir con que se han ido? —preguntó Pia. Sin embargo, a nivel intelectual, sabía lo que estaba diciendo la enfermera. Pero quizá…
—Han muerto, cariño, lo siento. El doctor Rothman murió mientras lo preparaban para el quirófano. Es lo único que sé. Es lo único que puedo decirte. Escucha, he de irme.
La enfermera le puso una mano sobre el brazo a Pia y salió de la sala.
Pia se acuclilló y abrió la boca en un grito silencioso. Se rodeó las rodillas con los brazos y se encogió formando un ovillo, como si estuviera intentando esconder algo dentro de su propio cuerpo. Se sentía igual que si le hubieran dado un puñetazo en el estómago. Estaba desorientada y rabiosa… rabiosa con el hospital, rabiosa con el mundo, rabiosa con Rothman. Si los hombres debían ser juzgados por sus actos, ¿qué había hecho él? La había abandonado. Traicionado. Pia salió tambaleándose de la sala y del pabellón, bajó en el ascensor y salió a la calle aturdida. El cielo se estaba aclarando hacia el este, pero el sol aún tenía que elevarse por encima del horizonte.