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Centro Médico de la Universidad de Columbia

Nueva York

4 de marzo de 2011, 12.35 h.

La noche anterior, Pia se había acordado de poner el despertador que George le había regalado, así como el de su móvil. Se había despertado recuperada y a las seis y media ya estaba lista para marcharse. Había dormido como un tronco. Por primera vez en más de una semana. Después de ducharse, Pia había ido a la cafetería y llamado a la puerta de George para llevarle un baguel tostado con crema de queso y una taza de café.

—Uau, la primera vez —le había dicho George al abrir la puerta—. Y has traído el desayuno. ¡Entra!

—Te estoy devolviendo el favor. O favores. Pero ¿dónde estuviste ayer y anteayer? Llegué tarde los dos días, y ayer acabé limpiando vasos de precipitación durante dos horas como castigo.

—Oh, yo…

—Da igual. Tengo noticias.

—¿Buenas?

—Eso creo.

George continuó preparándose y Pia se sentó en la cama.

—Rothman quiere que trabaje en su laboratorio a tiempo completo cuando me gradúe.

George había salido del cuarto de baño con el cepillo de dientes en la mano. Estaba boquiabierto y lleno de espuma.

—¿Puede hacerlo?

—Creo que aquí puede hacer lo que le dé la gana. Le bastaría con amenazarlos con irse a Harvard o Stanford.

—¿Qué le has dicho?

—Nada. Para empezar, estaba demasiado estupefacta, y para continuar, me dijo que me lo pensara. Pero no hay nada que pensar. Voy a aceptar. Hablaré con la decana acerca de posponer mi residencia. Supongo que aun así cumpliría los requisitos para ser estudiante de doctorado. Pero lo importante es trabajar en su laboratorio. No podrías creerte lo que está sucediendo allí. Va a hacerse más famoso todavía. No me sorprendería que ganara otro Nobel.

George había vuelto al cuarto de baño y se había parado ante el espejo. Se miró a los ojos y se mordió la lengua.

—Eso es fantástico, Pia. Felicidades.

Había intentado hablar de manera convincente, pero no creía haberlo logrado.

—Pensaba que ibas a lanzar alguna de tus diatribas contra Rothman.

—Eh, si eso es lo que quieres hacer, creo que deberías hacerlo.

Volvió a morderse la lengua.

—Yo opino lo mismo. ¡Vamos, George! Date prisa, vamos a llegar tarde.

* * *

Aún estaba oscuro y caía una fría llovizna. Marzo no era uno de los mejores meses de Nueva York. George y Pia se habían dirigido a toda prisa a sus respectivas ocupaciones mientras hablaban de cómo les habían ido los primeros días.

—¿Qué tal se trabaja con Will McKinley?

—Es un poco gilipollas y un creído. Rothman cree que se dedicará a la cirugía plástica. De todos modos, se controla, porque es bastante listo. Lesley me cae bien.

—Estoy seguro de que el comentario de Rothman no pretendía ser un cumplido. Me han dicho que nunca dice nada positivo sobre nadie.

Pia se había limitado a enarcar las cejas sin hacer comentarios.

—McKinley cree que es un regalo de Dios para las mujeres. Supongo que ya te habrás dado cuenta.

Pia se encogió de hombros, como diciendo «¿Y?».

—¿Te deja en paz?

—Puedo manejar a Will McKinley, créeme. Además, es bastante mono.

George volvió a ponerse a la altura de Pia después de rezagarse un poco. La miró. Su amiga estaba sonriendo, divirtiéndose a costa de George. No pudo evitar reírse con ella. Se reprendió en silencio por ser tan blando.

* * *

La mañana transcurrió sin pena ni gloria para los alumnos. La pasaron concentrados en sus respectivos proyectos de la unidad del baño de órganos. Pia también dedicó varias horas a leer sobre tampones químicos diseñados para utilizarse en el cultivo de tejidos. El empleado de mantenimiento aún no había terminado en su despacho ni en el de Rothman, y de ambos techos continuaban colgando cables. Los planos que antes se hallaban en el cubículo de Pia estaban entonces en el despacho de Rothman. La joven había ido a ver si el empleado se encontraba allí, ya que no estaba en su espacio. Quería llamarle la atención por el trabajo que no había hecho. Pero tampoco estaba en la oficina del jefe y, después de iniciar su lectura, se olvidó de él por completo.

Como dándole la réplica a George el celoso, Will se acercó a ella y trató de entablar conversación. Pia no estaba segura de si estaba ligando con ella o no, pero le daba igual. Respondió a sus primeras preguntas, pero después le dijo sin rodeos que pretendía concentrarse en su lectura. El joven captó la indirecta y se esfumó.

A las doce y media, Rothman y Yamamoto emergieron de las profundidades del BSL-3. Pia no pudo evitar observar que su comportamiento era inusitado. Hablaban entre ellos con mucho entusiasmo. La joven les observó por el rabillo del ojo. En el laboratorio reinaba el silencio, por eso les había oído salir. Parecía que todo el mundo había salido a comer.

Yamamoto se acercó a ella en cuanto Rothman desapareció en su despacho, aunque sin cerrar la puerta. Incluso aquello era extraño. Pia presintió que pasaba algo.

—¿Dónde están los otros estudiantes? —le preguntó Yamamoto cuando llegó a su lado. Pia habría descrito su tono como de impaciencia.

Alzó la vista.

—Creo que en la unidad del baño de órganos —contestó.

—Bien. Quiero que se reúna con ellos. Rothman y yo queremos enseñarles algo.

Cinco minutos después, los cinco se encontraban en la sala del baño de órganos, provistos de gorros, batas, mascarillas y botines, como de costumbre.

—Muy bien —comenzó Rothman al tiempo que daba una palmada de entusiasmo con sus manos enguantadas. Después de la sorprendente charla que había mantenido con él la noche anterior y de su comportamiento entusiasta de aquel día, Pia pensó que estaba viendo una faceta de Rothman que jamás habría imaginado que existiera—. El doctor Yamamoto y yo queremos enseñarles algo, pero en el más estricto secreto. Estarán aquí un mes, Pia más, pero les agradeceríamos mucho que callaran lo que están a punto de ver durante ese período y después. ¿De acuerdo?

Los tres asintieron.

—Bien. No queremos que nadie se emocione antes de tiempo. Hay mucho en juego.

Mientras hablaba, Rothman se encaminó hacia el fondo de la sala. Encajada en la pared, había una puerta con otro teclado de seguridad como el de la puerta principal. Rothman ocultó el teclado con el cuerpo, marcó un código, que Pia supuso que debía de ser el mismo que el de las demás puertas, y la abrió. El doctor Yamamoto la sostuvo mientras Rothman atravesaba el umbral, seguido de los estudiantes. Yamamoto entró y cerró la puerta a su espalda.

Se encontraban en una habitación de unos tres metros cuadrados, una versión idéntica pero más pequeña de la que acababan de abandonar. Con cinco personas en el interior, la sala parecía estar abarrotada. La misma luz azulina bañaba la estancia, que contaba con su propio sistema de climatización, cuyo zumbido era un poco más intenso que el de la sala contigua. La luz del techo iluminaba dos carritos iguales a los que había en la habitación de al lado. Estaban uno al lado del otro, pero solo uno funcionaba.

Rothman señaló el baño que había sobre el carrito. Era similar a los de la sala principal. En él había un riñón mucho más grande que los órganos de ratones. No tardaron en averiguar que era un riñón humano y, al igual que los riñones humanos de la sala exterior, había sido creado a partir de los fibroblastos de Yamamoto. Era de un color pálido y tenía la forma esperable en un riñón. La diferencia consistía en que aquel órgano tenía puertos vinculados con conectores en Y a la arteria, la vena y el uréter del órgano a través de la pared de plexiglás.

—Lo que están viendo es lo que va a ser el primer órgano humano de exoplanto del mundo creado a partir de células pluripotentes inducidas. Esta mañana hemos recibido el permiso oficial de la FDA para conectar este órgano con la arteria y la vena inguinal canuladas del doctor Yamamoto. Permitiremos que el órgano funcione como si hubiera sido trasplantado al abdomen del doctor Yamamoto.

—¿Se ha presentado usted voluntario? —le preguntó Will a Yamamoto.

—Sí, por supuesto —contestó con entusiasmo—. Para mí es un gran honor.

—¿Cuándo lo harán? —preguntó Pia. Tenía la sensación de que en el laboratorio de Rothman la abrumaban a diario.

—En cuanto podamos programarlo con el departamento de cirugía. Se llevará a cabo en uno de los quirófanos principales por motivos de seguridad. Dejaremos que el órgano funcione durante varias horas mientras lo monitorizamos todo con mucho cuidado. Será un gran día. Un hito, en realidad.

Pero lo que Pia veía delante de ella parecía ya el final del camino. Los sueños inherentes a lo que se estaba cultivando en la habitación de al lado se estaban convirtiendo en realidad en aquella diminuta cámara secreta. Estaba impresionada por el mero hecho de estar presente en la creación de algo tan inmenso y extraordinario. Todo el mundo guardaba silencio. Ella no podía apartar la mirada del riñón artificial en su solución de nutrientes. La luz azul se reflejaba en el baño y destellaba sobre su rostro. Había estado trabajando en la catedral de Rothman, pero ahora había visto el santuario. Sabía que su jefe habría preferido que el órgano fuera un páncreas, pero también sabía que él sabía que ya faltaba poco.

Apenas podía esperar a ser testigo de que sucediera.