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1, Central Park West

Nueva York

4 de marzo de 2011, 11.55 h.

A mediodía, el de Jerry estaba a punto de convertirse en un caso perdido. Después de hablar con Harry Hooper, reanudó lo que había estado haciendo al final de la noche: navegar por internet solo por hacer algo. Trotter estaba como una moto debido a las anfetaminas que se había tomado para mantenerse despierto, y sabía que le faltaban entre treinta y seis y cuarenta horas para quedarse dormido. Cada dos horas se bebía un Red Bull, y tomaba Coca-Cola Light sin parar. Su esposa, Charlotte, no tenía ni idea de qué estaba sucediendo, pero conocía lo bastante bien aquella rutina como para mantenerse alejada de su marido. Para Jerry, internet era un recurso maravilloso y una canguro, por decirlo de alguna manera. Podías encontrar cualquier cosa que quisieras saber, así como cantidad de datos que ignorabas que querías saber. No servía de gran cosa para descubrir la fuente de la eterna juventud o demostrar la existencia de Dios, pero por lo demás era formidable.

Internet era particularmente útil cuando se trataba de proporcionar soluciones prácticas para todo tipo de problemas. Jerry había descubierto hacía poco cómo sintonizar su mando a distancia universal para que manejara los controles de su televisor, y lo agradecía mucho. Aquel problema era de una índole diferente. Sentado a oscuras y solo en su estudio, con las persianas bajadas, contemplaba la pantalla de su Mac para seguir distintos hilos en misteriosos grupos de discusión, hacerse socio de diversas organizaciones esotéricas, clicar en links que le conducían a torturados recovecos de nuestra conciencia colectiva tal como aparecían en la web.

Algunas lecturas le recordaban que había ido a la facultad de medicina. ¡Lo que habría dado entonces por contar con aquella fuente de recursos! La árida redacción del material médico no había cambiado en treinta años. Jerry pensó que tal vez hubiera dedicado un par de horas a leer sobre la salmonela cuando era estudiante. Siempre había tenido un poco de fobia a los gérmenes, sobre todo cuando se trataba de los microbios más potentes, y leer sobre aquel en concreto le inquietaba. Pero la primera especialidad del doctor Rothman, la que le había granjeado su primer Nobel, era fascinante.

Era una bacteria muy versátil y peligrosa.

Cuanto más se informaba, más convencido estaba Trotter de que solo tenía una forma de proceder. Al principio, la idea le aterrorizó, pero daba la impresión de que no había más opciones, y detestaba sentirse acorralado. Siempre que sentía aprensión, Jerry meditaba sobre la perspectiva de verse arruinado y caído en desgracia. Si todo se iba al garete, se convertiría en el hazmerreír de todo el mundo. Algún escritorzuelo ambicioso publicaría un libro sobre él, y quedaría como un bufón y un idiota. Tenía que evitar aquel destino a toda costa.

Una vez que la idea se filtró en su mente, lo único que necesitaba era determinación y dinero. Dedicar horas a investigar en internet ciertas actividades especializadas le había convencido de algo más: el dinero podía comprarlo todo. Él lo tenía. Solo tenía que convencerse de que era capaz de llegar hasta el final.

Hacia mediodía, su móvil desechable volvió a sonar. Trotter esperaba que fuera Hooper, pero oyó a Brubaker.

—¿Qué tienes? —preguntó Trotter.

—La confirmación de que esos dos tipos son los líderes definitivos en la especialidad de creación de órganos. Muy por delante de los demás. Confirmado de manera independiente, además de la fuente que mencioné. Y nadie sabe con exactitud cuándo se producirá el gran avance, porque depende de unos resultados de pruebas que nadie puede predecir. Podrían realizar un experimento y que fracasara, lo cual les retrasaría una semana, o un mes. O que saliera bien y entonces pasaran a lo siguiente.

—Pero, a la larga, ¿funcionará?

—Eso me han dicho.

—Esperar que les explote en la cara sería demasiado, ¿no?

—Si confía en que fracasen, parece que eso no va a suceder. Todas las fuentes se han mostrado muy seguras.

—¿Cómo lo sabes?

—Porque me lo han dicho. Además, han formado una empresa privada para controlar las patentes que han presentado. Y no se trata de una sola patente. Es toda una serie de patentes para asegurarse de que controlan todo el campo.

—Gracias, ya me lo imaginaba. Eso significa que están cerca.

—No necesariamente. Solo significa que confían en lograrlo.

—¿Cómo has sabido lo de la empresa?

—¿De veras quiere saberlo?

—Por favor.

—De acuerdo, jefe. Tengo un amigo en la División de Corporaciones del Estado de Nueva York. Puede averiguar cuándo se registran corporaciones o sociedades de responsabilidad limitada. Va muy bien cuando un tío funda empresas de responsabilidad limitada para esconderle dinero a su mujer.

—No lo olvidaré.

—La llaman Rothman Medic. No fue difícil localizarla. La registraron hace dos semanas. Es probable que también lo hayan hecho en el extranjero, en países con un mejor sistema impositivo. Como ya he dicho, están siendo muy concienzudos.

—¿Quiénes son los socios?

—¿Los miembros de la empresa? Los dos mismos tíos.

Jerry finalizó la llamada. Rothman y Yamamoto. Daba la impresión de que aquel par estaba pilotando el barco sin ayuda. Trotter consultó el reloj. Eran casi las doce y media y habían pasado casi cuatro horas y media desde que habló con Hooper. De repente, se sintió muy cansado. Era vital para él que Hooper descubriera algo que pudiese utilizar para presionar a Edmund Mathews. Su cerebro estaba a punto de fundirse. Tenía que conseguir la ayuda de alguien. Sabía que Hooper le llamaría en cuanto tuviera algo, pero, al igual que la noche anterior, no pudo resistir la tentación de llamar.

—Soy yo —dijo de manera redundante cuando Hooper descolgó.

—¿Algún problema?

—Solo para saber cómo va —contestó Jerry tratando de controlar su voz.

Con las antenas siempre a punto, Hooper intuyó que sí había un problema, y se trataba de Jerry. Solo había pronunciado cinco palabras, pero al investigador le sonaron como si Trotter se hubiera metido cristal. Cuando era policía, había tenido que lidiar con todo tipo de drogas.

—No parece que se encuentre muy bien.

—Estoy cansado, nada más.

—Bien, he puesto varios cebos. Estoy esperando a que piquen. Procure relajarse.

«Claro —pensó Jerry cuando interrumpió la comunicación—. Para ti es fácil decirlo».