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1, Central Park West

Nueva York

4 de marzo de 2011, 8.05 h.

Cuando el teléfono del despacho de su casa sonó poco después de las ocho de la mañana, un Jerry Trotter muy angustiado lo descolgó con brusquedad. Estaba esperando a que sonara y confiaba en que fuera Harry Hooper.

—Acabo de desayunar con ese tipo de Morgan del que hablé anoche —dijo Hooper, sin andarse por las ramas, en cuanto Trotter descolgó.

—¿Te has reunido con ese tipo? ¿Te has sentado delante de él y te has puesto a desayunar?

Trotter estaba sorprendido. Brubaker y Hooper solían ser más indirectos, evitaban los encuentros cara a cara.

—No quiso decir nada más por teléfono. Quería una entrevista, insistió en ello. A las seis y media de la mañana. Cree a pies juntillas que soy un cazatalentos, y quiere un nuevo empleo, como ayer. Me pareció inofensivo. No creo que vuelva a verle.

—Pero ¿tú que sabes de los cazatalentos?

—¿Qué hay que saber? Solo le pedí que me hablara de él, de sus capacidades, de dónde se ve dentro de cinco años, todo ese rollo. Le dije que no conocía a nadie que necesitara a alguien exactamente como él, pero que estaría atento, no me olvidaría de él.

—¿No te pidió la tarjeta?

—Le dije que se me habían acabado. Le conté que me había reunido con un montón de banqueros durante las dos últimas semanas y había calculado mal las que necesitaría. Casi llegué a convencerme a mí mismo de que estaba así de ocupado. En cualquier caso, al final acabamos hablando de su amiga, jefe. El tío corpulento para el que estaba trabajando y ella se acostaron juntos sin la menor duda. Más de una vez. No fue solo un ligue de borrachos durante una convención, sino una relación en serio: habitaciones de hotel por las tardes y todas esas cosas.

—¿Y cómo lo sabe el tipo de Morgan?

—Salía con una mujer que era buena amiga de esa chica. Amigas de verdad, de las que se lo contaban todo mutuamente. Así que la chica le confiesa a esta mujer que está saliendo con un tío casado. Después, le dice que es su jefe. Le pidió a la otra que jurara guardar el secreto, que no se lo contase a nadie, todo el rollo. Pero ella se lo contó a mi contacto. La información es valiosa, como ya sabe, y todo depende de las circunstancias. Esa mujer pensó que aquello la ayudaría en su relación con el tipo de Morgan, que les acercaría más, ya que compartirían un secreto. No funcionó. Se separaron al cabo de un tiempo.

—¿Por qué te lo ha contado?

—Como ya he dicho, la información puede ser valiosa. Yo estaba preguntando por esa chica, y él sabía algo. Tal vez quisiera el supuesto trabajo que yo estaba buscando para ella. La verdad es que no lo sé. Tal vez le indujese a creer que estoy mejor relacionado con Wall Street de lo que estoy en realidad.

—Se va a cabrear cuando desaparezcas de repente.

—¿Y qué va a hacer, decírselo a su jefe? Pienso llamarle la semana que viene, para ir desinflándole poco a poco. Por lo visto, a mí también van a despedirme. Este es un mundo cruel.

—Vale —dijo Jerry—. Dame un momento para pensar.

Trotter sujetó el teléfono con ambas manos. Aquello era bueno: Gloria Croft y Edmund Mathews se habían acostado juntos hacía diez, doce años. Y la relación no había terminado nada bien, porque, al parecer, Gloria disfrutaba intentando arruinar a Edmund. Pero para lo que Jerry tenía en mente, debía haber más. Aquello era bueno, pero no suficiente.

—Vale, me gusta, pero necesito más. Sigue indagando. Intenta averiguar por qué rompieron y por qué terminó tan mal.

—De acuerdo, comprendido.

Jerry se reclinó en su silla. Era un hombre con un montón de secretos, y por eso daba por sentado que todo el mundo los tenía. Algunos de los secretos de Jerry estaban relacionados con el hecho de que le era infiel a Charlotte, su esposa desde hacía veintidós años. Había tenido aventuras con algunas pacientes, y una de ellas había continuado después de que Trotter cerrara la consulta y se dedicase a las finanzas. Todavía se veían, organizaban citas clandestinas en un apartamento que Trotter tenía en el Village para ese fin concreto. No se sentía culpable por Charlotte. Lo consideraba una especie de acuerdo, aunque nunca se lo había consultado a su esposa. Él jugaba, y ella vivía a lo grande. Ir de compras era su deporte favorito.

Desde el punto de vista del ex cirujano, el riesgo era algo muy importante en la vida. Cada uno lo maneja de una manera diferente. Creía que él lo gestionaba bien y por eso era un buen administrador de fondos de inversión libre. Otros se llevaban muy mal con los riesgos. La pregunta que verdaderamente atormentaba la mente de Jerry en aquel momento era hasta qué punto debía estar alguien al límite para hacer algo desesperado. Estaba empezando a pensar que quizá existiera una forma de solucionar el problema que Edmund le había cargado sobre los hombros.

Jerry Trotter escondía otro secreto, uno que le pesaba más que cualquier otro. Nada que ver con las mujeres. No solo tenía una participación personal bastante importante en LifeDeals, además de la posición que su fondo había adquirido de manera pública, sino que también había hecho hasta dos y tres inversiones clandestinas más grandes que las otras dos participaciones juntas. Jerry había estudiado lo que Edmund y Russell habían montado con LifeDeals, leído los planes de negocios y examinado los informes de ventas. Había encargado su propia investigación secreta y pagado generosos honorarios a los abogados con el fin de disponer de instrumentos financieros listos para venderse en cuestión de días. Y después, parapetada tras una serie de empresas fantasma extranjeras, había montado la estructura esencial de una empresa paralela que remedaba a LifeDeals, incluido el tipo de pólizas que buscaban. Como Edmund nunca se cansaba de decir, los seguros de vida constituían un negocio de veintiséis billones de dólares solo en Estados Unidos. Había mucho dinero en juego.

La mala noticia de Edmund y Russell acerca de la medicina regenerativa había supuesto un mazazo para Trotter, mucho más de lo que Mathews podría haberse imaginado. Su diligencia debida la había pasado completamente por alto, al igual que Edmund. Para su socio y para su empresa, el problema de LifeDeals era desafortunado, pero apenas amenazaba el éxito del fondo de inversión libre, ni siquiera a corto plazo. Pero Jerry podía perder mucho más. Su participación personal era muy grande, pero también salvable. Sin embargo, si la empresa oculta que estaba lanzando se venía abajo, era probable que se arruinara. Las diversas firmas subsidiarias ya estaban comprando pólizas. Tomadas de una en una, eran diminutas comparadas con LifeDeals. Juntas, Trotter había pensado con orgullo hasta aquel momento, eran enormes.

A lo largo de las últimas dieciocho horas aproximadamente, desde que salió del restaurante Terrasini, Jerry Trotter se había convertido en un hombre desesperado. No había dormido en toda la noche, sino que había estado centrado en su vieja calculadora y en diversas carpetas y archivos intentando descubrir formas de salir indemne del desastre. Sabía que se estaba agarrando a un clavo ardiendo con lo de Harry Hooper, pero no perdía la esperanza de que Edmund Mathews se estuviera jugando algo más que dinero, algo que significara que Jerry no tenía que intentar solucionar el desastre por sí mismo. Trotter tenía pocos escrúpulos, pero prefería delegar en otros el juego sucio, el que podía acabar con tus huesos en la cárcel o algo peor.