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1, Central Park West

Nueva York

3 de marzo de 2011, 20.30 h.

Jerry Trotter y Max Higgins les dejaron a Edmund Mathews y Russell Lefevre un bonito recuerdo de la comida que habían compartido en el Terrasini. Era una cuenta bastante abultada, así que cuando Edmund la pagó depositó su confianza en que Jerry y Max hicieran algo que la justificara. Albergaba una esperanza razonable, pues sabía que no eran gente que le diera largas a un problema. Eran famosos por hacer lo que fuese necesario.

Y Jerry y Max no les decepcionaron. Al cabo de una hora de salir del restaurante, Trotter y Higgins tenían a dos de sus mejores investigadores trabajando en los dos casos, uno en el problema de la regeneración de órganos en Columbia y otro escarbando en los trapos sucios de Gloria Croft con la intención de obtener algo con lo que controlarla. Jerry sabía que todo el mundo, sobre todo la gente de Wall Street, tenía secretos. También dieron a los investigadores los nombres completos de Edmund y Russell, para que buscaran en Google más información sobre su pasado.

Jerry no podía utilizar a su mejor agente, que en realidad era una mujer llamada Jillian Jones, porque ya estaba dedicada a investigar una empresa que, en opinión de Higgins, podría estar falseando sus cuentas a la baja con el fin de allanar el camino para una opa. Pero como investigadores, Tim Brubaker y Harry Hooper estaban a muy poca distancia de Jones. Llevarían a cabo un trabajo concienzudo, y serían rápidos.

Era la primera vez que Jerry tenía a tres investigadores en nómina al mismo tiempo. Hablando con propiedad, Jones, Brubaker y Hooper no figuraban en las cuentas de Trotter Holdings. Se les contrataba extraoficialmente y cobraban solo en metálico. No existía documentación, ni comprobantes ni recibos; esto último porque Trotter confiaba en que ninguno de ellos inflaría la cuenta de gastos. Los investigadores aceptaban suficientes casos legales de vigilancia doméstica para declarar a Hacienda unos ingresos que justificaban su nivel de vida. Por lo general, eran capaces de incluir un trabajo realizado en negro para alguien como Jerry Trotter en otro reflejado en su contabilidad empresarial.

A Jerry Trotter le encantaba aquel trabajo clandestino semiilegal porque estaba muy alejado de todo lo que había hecho como cirujano plástico o administrador financiero. Le gustaba todo lo relacionado con el asunto, y con solo decir «Brubaker» y «Hooper» experimentaba cierta emoción. En su opinión, eran los nombres perfectos para unos investigadores. Para él, era como actuar en su propia película. Brubaker y Hooper eran ex policías y habían visto de todo. Jillian Jones también había visto de todo, pero nadie sabía a qué se había dedicado antes, y nadie se atrevía a preguntárselo. Al contrario que la mayoría de los investigadores, siempre parecía angustiada y se ofendía a la más mínima. También era cinturón negro de karate y siempre iba armada.

Como de costumbre, Higgins se ocupó de todos los trámites prácticos. Compró tres teléfonos móviles de usar y tirar y utilizó uno para hacer una llamada de telemarketing convenida de antemano a los despachos de Hooper y Brubaker. La llamada pretendía ser de una empresa interesada en hablar con el gerente acerca del franqueo mecanizado de la empresa. Aquello identificaba el origen de la llamada. El primer dígito del número que les facilitaba para que se la devolvieran indicaba la tarifa ofrecida. Los cuatro últimos especificaban la hora del encuentro en el lugar habitual. Brubaker y Hooper tenían la costumbre de escuchar sus mensajes con regularidad, y ambos oyeron el de Higgins al cabo de media hora. La promesa de trescientos dólares por hora les condujo al lugar de encuentro, un reservado de la parte de atrás del bar Flanagan, en la Segunda Avenida, a las cuatro. Higgins tardó cinco minutos en darles las instrucciones, entregarles un teléfono móvil a cada uno y un anticipo de mil doscientos dólares por su trabajo.

Otro aspecto del juego que le encantaba a Trotter era preguntar a sus chicos cómo habían logrado descubrir cualquier información que aportaran. Al principio, ni Hooper ni Brubaker querían hablar de su modus operandi, pero al final se plegaron a los caprichos del ex cirujano. Al fin y al cabo, era él quien firmaba los talones.

Cuando su teléfono sonó a las ocho y media, Trotter estaba en su apartamento, cerca de la cumbre del Trump International, en la esquina de Central Park West con Columbus Circle, preparándose su segundo Glenlivet. Trotter vivía a tanta altura que no se había molestado en colgar cortinas en la sala de estar. No quería que nada interfiriera con su vista de Central Park. Aquella noche, solo se veían bancos de nubes bajas y lluvia. Le alegró que fuera Brubaker. El número que aparecía en su pantalla era el del móvil que Higgins le había dado.

—Soy B —dijo Brubaker. Era el nombre en clave que Trotter había insistido en que utilizara.

—¿Tan pronto?

Trotter apenas podía disimular el nerviosismo infantil de su voz.

—Sí, he conseguido hablar directamente con la secretaria del laboratorio haciéndome pasar por periodista. No había forma de callarla. Creía que le estaba haciendo un favor a su jefe hablando de él. Considera que es tímido y necesita que le echen una mano. Eso me ha dicho.

—Así que ha sido una mina de información.

—En efecto. No he entendido ni la mitad de lo que ha dicho, pero estaba muy bien informada. Estoy transcribiendo la cinta palabra por palabra. No quiero que ningún servicio de transcripción vea este material.

—Muy prudente, por supuesto. Hazme un resumen.

—De acuerdo. Los dos nombres que me dio son esos tipos, sin duda…

—Rothman y Yamamoto —interrumpió Trotter.

—Mierda, ¿de qué sirven hablar en clave y todo el secretismo si usted no lo respeta? Sí, son esos dos. El primero es el pez gordo.

—Lo siento —dijo Trotter maldiciéndose por dentro.

—Bien, así que me suelta todo ese rollo sobre lo que están haciendo, pero se supone que yo soy un periodista científico y que entiendo lo que me está diciendo. Al final le pedí la versión abreviada dirigida a todo tipo de lectores.

—¿En qué periódico cree que va a salir?

—En ninguno. Le dije que estaba haciendo una investigación para ver si podía escribir un artículo y que, si era así, la llamaría para avisarla.

—¿Y si te llama ella?

—No tiene mi número. Le dije que mi investigación era muy confidencial y le pedí que no le dijera a nadie que habíamos hablado, porque se trata de una historia tan importante que otros reporteros no tardarían en enterarse y yo quería tener la exclusiva. De hecho, estoy pensando en escribirla en serio. No le estaba mintiendo, esto va a ser un bombazo.

La alegría de Jerry por jugar a Dick Tracy se evaporó de repente.

—¿Qué quiere decir «un bombazo»?

—Bien, según ella, esos tipos están a punto de cultivar órganos fuera del cuerpo a nivel comercial, órganos perfectamente adaptados a las personas que los necesiten. Las pruebas con animales han salido bien, y ahora quieren pasar a utilizar células madre humanas.

—¿Cuándo?

—Ahí se mostró más reservada. No porque no quisiera decírmelo. Creo que no lo sabía y no quería que se notara que era así. Pero dentro de pocos meses, tal vez semanas, experimentarán con células humanas, y desde luego no serán años.

—¿Semanas o meses? La diferencia es importante.

—Bien, creo que tendré que hacer algunas llamadas más, pero ya está sucediendo. Y pronto. El científico también está trabajando en otra cosa. Algo relacionado con cultivar cepas de salmonela que causan fiebre tifoidea en la lanzadera espacial. ¿Se lo imagina? Piense en adónde van a parar nuestros impuestos. Me pone enfermo.

—Dímelo a mí —contestó Jerry—. Vale, gracias, B. Mantenme informado.

—Entendido, jefe.

Después de recibir las noticias de Brubaker, Trotter estaba impaciente por saber qué tipo de progresos, si existían, estaba haciendo Hooper. Aunque técnicamente iba contra el protocolo, llamó al nuevo teléfono móvil del investigador privado.

—Sí —contestó Hooper al cabo de un timbrazo. Estaba haciendo llamadas acerca de su investigación sobre Gloria Croft y creyó que se trataba de alguno de sus contactos.

—Hola, soy el jefe.

—Hola, jefe.

—¿Qué hay de nuevo? ¿Has averiguado algo?

—Solo llevo tres horas en ello. Nada, de momento.

—¿Cuál es la tapadera?

—Soy un cazatalentos en busca de alguien para el empleo de director general de un banco importante. La junta quiere una mujer por aquello de guardar las apariencias. Voy preguntando por las diferentes personas de mi supuesta lista.

—Nuestra amiga no necesita un empleo, gana más de siete cifras al año —dijo Trotter decepcionado. Evitó a propósito utilizar el nombre de Croft.

—Lo sé. Ellos lo saben. Pero a la gente le gusta presumir de lo mucho que sabe. Creo que alguien me explicará hasta qué punto no necesita un empleo en un banco. O si es necesario que la sometan a examen para dirigir una empresa pública, más en concreto.

—O sea, quieres que alguien se jacte de lo que sabe.

—Claro, todos lo hacemos. Casi todos. Y el mundo financiero es como un pequeño club competitivo que se alimenta de habladurías.

De acuerdo, aquello estaba mejor. Jerry volvió a quedarse sorprendido por lo parecidos que eran Hooper y Brubaker. Parecían polis de Brooklyn, y eso era lo que habían sido.

—¿Has averiguado algo ya?

—Acabo de hablar con un tipo que la conoció en Morgan. Le he dicho que alguien le había mencionado como posible referencia y se ha echado a reír. Un auténtico capullo, se cree que soy un idiota que iba al Brooklyn College por las noches. No me gustan esos tipos de la Ivy League. Pero sabe algo, estoy seguro. Intenta tocarme un poco los cojones. Espero que no se pase, porque se ha equivocado de tipo. Puedo conseguir que la grúa se lleve esta noche su maravilloso coche, y no acabará en el depósito.

—Sí, estoy seguro de que puedes hacerlo. Por eso soy sincero en nuestra relación.

Hooper rió, y a continuación añadió:

—Otra cosa. Me ha dicho que podía preguntarle a uno de los banqueros que Higgins mencionó cuando hablamos este mediodía. Que si quería desenterrar basura sobre nuestra amiga le preguntara a él, porque cree que estuvo jodiéndola, literal y figuradamente, en sus tiempos de Morgan.

Trotter frunció el ceño.

—¿Cuál?

—El tipo corpulento del pelo corto.

—Eso sí que es bueno. No llames, pregúntaselo a él directamente. Conviértelo en parte de tu investigación. Podría ser interesante.

—Comprendido.

Cuando Trotter colgó el teléfono, sonrió.

—Edmund, pillastre.