[1] Un tremendo oscilón, pero esta vez del destino, me llevó finalmente a optar por el título que aparece en la portada. Perdón, pero fue algo que jamás se me habría ocurrido presentir, siquiera. <<
[2] Aclaro, por si acaso, que en medio de todos estos enredos presentimentales, jamás dudé de mi venerado psiquiatra catalán, en quien seguí teniendo confianza absoluta aun cuando Octavia me dejó con la alternativa no matrimonial de las historias de los viejos y grandes tiempos heroicos. Simple y llanamente opté por no molestar más a aquel médico y amigo. Eso es todo. <<
[3] Durante nuestra conversación, el periodista Guy Posson me dio también algunos datos históricos sobre la familia Croy. Los reproduzco aquí, pues casi todos ellos se refieren a España, tierra que realmente amo con pasión.
Bajo el Reinado de Carlos V, cuando un español obtenía un doblón de oro, solía decir: «Por fin un doblón que los Croy no tendrán». Y es que por esta época, Guillaume de Croy, Señor de Chièvre, era padrino, educador, ministro de relaciones exteriores, etc., de Carlos V, y dirigía íntegramente su política. Guillaume de Croy desapareció en Worms, en 1521, asesinado muy probablemente por un cardenal (¿Caracciollo?), debido a lo violentamente que se opuso a las guerras de religión. Un sobrino suyo, llamado también Guillaume de Croy, fue Cardenal Primado y Duque de Soria, a los dieciséis años, si la memoria no me falla. En todo caso, murió de sífilis a los 21 años.
<<[4] Desde que se casó, Octavia nunca volvió a besarme. Me daba besitos. Y cuando me daba besos, eran besos volados, al alejarse en sus despedidas. Eso sí, la ternura duró hasta el fin. Y también la tortura, claro. <<
[5] En realidad, al dormitorio terminamos llamándole la otra parte, al cabo de muchas bofetadas. La más feroz de todas me cayó una noche en que le pregunté a Octavia si podía entrar un instante al vacio. <<
[6] Este nombre puede traducirse por: de la Bondad-Misma, aunque yo he optado por Octavia de Cádiz de la Bondad-Encarnada, en vista de que resulta mucho más desgarrador y por lo tanto exacto.
Arnaud Chafaujon y Bertrand Galimard Flavigny, en su libro Órdenes y Contra-órdenes de caballería (Mercure de France, París, 1982), han encontrado entre los antepasados de Octavia a «una muy amable y digna dama», madame Agripine de la Bonté-Même, fundadora de la Orden de Caballería de la Malicia. Entre los estatutos de dicha Orden, retiene mi atención el artículo 10°, pues estipula que entre las lecturas obligatorias de sus miembros, deben figurar, sin falta: El travieso, El Buscón, El príncipe sin risa y Richard sin miedo (sic), entre otros.
<<[7] Perdónese, por favor, esta breve digresión acotadora, pero creo que es necesaria. <<
[8] Comprenderán ahora de dónde me viene la obsesión por la cronología. <<
[9] A esta corrección, en los dos sentidos de la palabra, se debe el que haya podido hablar de mi muerte enchapada a la antigua en capítulos anteriores. <<
[10] Las diferencias entre el cielo y la tierra son lo que en la tierra se llama, muy acertadamente, por una vez, el cielo y la tierra. Y así, los años se cuentan en santidades y sentimentalidades, pero sin transcurso de tiempo. Por supuesto. Así, también, se tiene antigüedad sin antigüedad, según la fecha y hora de llegada, sin calendario ni relojes, del santo o sentimental, al cielo. Pero en el cielo no existe la jubilación. A quién se le ocurriría. No existe tampoco diferencia social alguna, a quién se le ocurriría, entre santos y sentimentales, pues Dios le atribuye las virtudes de éstos a aquéllos y viceversa, aunque tampoco existe la palabra viceversa, pues no habiendo diferencias no tienen por qué existir semejanzas o equivalencias… En fin, el cielo y la tierra, y por consiguiente algo totalmente inexplicable para quien no lo haya vivido, aunque esta palabra tampoco existe. Ya ven… <<