En realidad fue el comienzo de todo, el principio del fin, un ir por lana y salir trasquilado y, en todo caso, el principio de una historia sin principio ni final, salvo el final de esta novela, porque a uno no le queda más remedio que ponerle punto final a sus novelas… Estaba calentando motores, como habrán visto, y ahorita vuelvo a la cronología, como es mi manía.
Y por eso les diré que se cumplían exactamente diez días del matrimonio de Octavia de Cádiz y que a las seis de la tarde oscura de ese oscuro final de un otoño interminable, a mí me había dado por escuchar los nocturnos de Chopin, noche y día, con una actitud realmente nocturna, noctámbula, y nocherniega, hacía exactamente diez días, y precisamente a las seis de la tarde, hora en que abandoné la portería de Soledad Ramos Cabieses, tan cabizbajo como entré sin querer entrar, aunque queriendo muchísimo más a Soledad que cuando entré sin querer queriendo.
Y así vivía, al cabo de diez días, aunque aquella tarde tuve que apagar el tocadiscos porque tenía cita en el hospital Chopin, perdón, Cochin, para que me sacaran los puntos. Era algo sencillo, me había explicado el médico, a pesar de los clavitos, pero lo que no era nada sencillo era el asunto aquel de mi mente que consistía en andarle escribiendo cartas mentales a Octavia de Cádiz, costumbre que aún hoy conservo, para mi desgracia, aunque a ella le hicieran siempre tanta gracia las cosas que yo le escribía en esas cartas, o sea en las cartas que no le escribía, pero que, mediante telepatía, yo estaba seguro que ella archivaba en su corazón junto a las cartas que archivaba en el precioso neceser que le regalé por su matrimonio, para que en él y en su corazón guardara las cartas que regularmente le escribí de París y de medio mundo. En éstas era siempre un hombre feliz, para que ella pudiera estar contenta, pero en cambio las cartas mentales, por más humor que intentara meterles, me salían siempre rarísimas. He aquí algunos fragmentos telepateados a lo largo de los años. Los extraigo mezclados, y de varias cartas, pues no bien las recibía Octavia yo tendía a olvidarlo todo, felizmente. Lo horrible era el momento en que le transmitía esas palabras. Por ejemplo, el día en que caminaba hacia el hospital Chopin para que me sacaran los puntos, terminé llegando en estado de coma y en ambulancia, por culpa de una de esas cartas. Vale la pena, pues, abrir un pequeño paréntesis anticronológico y citar algunos extractos.