EL ADIVINO

Fue breve y fue en mi departamento. Y fue, sobre todo, sentaditos los tres con las piernas bien recogiditas. Los tres sobre el colchonazo y conversa y conversa Catalina l’Enorme, el que suscribe, y Octavia de Cádiz, por supuesto, que era la que más conversaba y la que más te conversaba, Kat, y te preguntaba encantadora e interesadísima por tu vida y tu vida era que pensabas irte a la China para aprender ginecología con acupuntura, partos con acupuntura y sin dolor alguno le explicabas tu encantadora e interesadísima a Octavia de Cádiz y después te fuiste y sólo regresaste una vez más, al día siguiente, y te llevaste el colchonazo, bien enrolladito y como quien no quiere la cosa, y también como quien no quiere la cosa nos volviste a encontrar a Octavia y a mí, pero ahora ella en su diván y yo en mi Voltaire, conversa y conversa y Octavia fue amabilísima contigo y te preguntó mucho más sobre la China y los partos con acupuntura y ni cuenta se dio de lo nuestro, o mejor dicho ni cuenta se dio de lo mío, o mejor dicho ni cuenta me di yo de lo mío, y desde entonces empecé a sacar el diván cuando Octavia reaparecía sin darse cuenta de nada y a volverlo a guardar en la otra parte y a salir disparado de ahí como la primera vez. Y todo, Kat, porque ella acababa de llegar completamente aturdida de dar un montón de vueltas al mundo con Eros, para aturdirse, y tenía el mismo encanto de siempre cuando exclamaba ¡Maximus! ¡Maximus! ¡Maximus!, y sin darse cuenta de nada me entregaba el souvenir que me había comprado en Estambul y el que me había comprado en Creta, y yo ni cuenta me di de nada cuando exclamó tres veces ¡Maximus! y me soltó el souvenir que me había comprado nada menos que en California, mientras tú, Kat, decidías largarte, me imagino, porque Octavia de Cádiz sí existía, me imagino, pero en vez de largarte nos dijiste que ya era hora de irte porque tenías una cita, lo recuerdo, y después Octavia, sin darse cuenta de nada, por supuesto, empezó a matarse de risa de que Maximus tuviera una amiga tan enorme, porque también Eros era enorme, me imagino, y ahí juntos los dos te bautizamos, sin que Octavia se diera cuenta de lo que aquello significaba, por lo aturdida que andaba, me imagino, te bautizamos con el maravilloso e inolvidable nombre de Catalina l’Enorme.