EN BUSCA DEL HILO PERDIDO

—¿Siempre tienes hambre de comer felizmente, mi amor? —le pregunté, al cabo de un rato, aquella primera vez después de Bruselas, porque también el muerto empezaba a morirse de hambre.

—¿Tienes plata para invitarme, Martín?

—Esta mañana vendí Solre por ti, prima.

—¡Maximus! ¡Maximus! ¡Maximus!

Solre, prima, era mi sueldo de lector de Nanterre. Y como durante varios meses me lo gasté íntegro en llevarte a comer, creí que tus padres habían cedido…

¡Imbécil! ¡Creer una cosa así! ¡Infimus infinitesimal! ¡Perdurante cretinus! Y luego: ¡Pobre de mí!, (un disco de Bola de Nieve en el tocadiscos. Sillón Voltaire, diez años más tarde. Perduración plena, en plena perduración, mientras Bola sigue: ¡Tengo las manos tan deshechas de apretar! Y mientras yo sigo con la mano derecha agotada de apretar. ¡Bolígrafo de mierda! ¡Cierra el paréntesis y cierra el cuaderno por hoy!).