Y los vimos avanzar…
Nos pusimos a gritar:
¿No hay alguien que no lo siga?
¡No os quedéis ahí pasmados!
Esa guerra, desgraciados,
No es la vuestra, aunque él lo diga.
Berlín, 13 de marzo de 1938. En una vivienda proletaria, dos obreros y una mujer. El asta de una bandera bloquea la pequeña habitación. En la radio se oye un enorme júbilo, repicar de campanas y ruido de aviones. Una voz dice: «Y ahora el Führer hace su entrada en Viena».
LA MUJER: Es como un mar.
EL VIEJO OBRERO: Sí, no hace más que vencer y vencer.
EL JOVEN OBRERO: Y nosotros somos los vencidos.
LA MUJER: Así es…
EL JOVEN OBRERO: ¡Escuchad cómo gritan! ¡Como si les regalaran algo!
EL VIEJO OBRERO: Se lo están regalando. Un ejército invasor.
EL JOVEN OBRERO: Y a eso lo llaman «plebiscito». ¡Un Pueblo, un Reich, un Führer! ¿No es eso lo que quieres, alemán? Y nosotros no podemos siquiera distribuir una octavilla en ese plebiscito. Aquí, en la ciudad obrera de Neukölln.
LA MUJER: ¿Por qué no podemos?
EL JOVEN OBRERO: Porque es demasiado peligroso.
EL VIEJO OBRERO: Ahora que incluso Karl se ha ido… ¿Cómo conseguir las direcciones?
EL JOVEN OBRERO: Para redactar el texto nos hace falta un hombre.
LA MUJER, señalando la radio: Él tenía cien mil hombres para su agresión. A nosotros nos falta uno. Está bien. Si sólo él tiene lo que necesita, vencerá.
EL JOVEN OBRERO, irritado: Entonces tampoco nos hace falta Karl.
LA MUJER: Si ese es el ambiente que hay aquí, más valdrá que nos separemos.
EL VIEJO OBRERO: Compañeros, no tiene sentido hacernos ilusiones. Es indudable que distribuir una octavilla resulta cada vez más difícil. No podemos hacer como si no oyéramos esos aullidos de victoria. Señala a la radio. A la mujer: Tienes que reconocer que cada vez que él escucha algo así, debe de tener la sensación de que cada vez son más fuertes. ¿No suenan realmente como un pueblo?
LA MUJER: Suenan como veinte borrachos a los que han dado cerveza gratis.
EL JOVEN OBRERO: ¿Quizá seamos los únicos que diremos que no?
LA MUJER: Sí. Nosotros y los que son como nosotros.
La mujer alisa una hojita de papel arrugada.
EL VIEJO OBRERO: ¿Qué es eso?
LA MUJER: La copia de una carta. Con ese ruido, puedo leerla en voz alta.
Lee:
«¡MI QUERIDO HIJO! MAÑANA YA NO EXISTIRÉ. LAS EJECUCIONES SUELEN SER A LAS SEIS DE LA MAÑANA. PERO TE ESCRIBO AUN PORQUE QUIERO QUE SEPAS QUE MIS OPINIONES NO HAN CAMBIADO. TAMPOCO HE SOLICITADO NINGÚN PERDÓN, PORQUE NO HE COMETIDO NINGÚN CRIMEN. SÓLO HE SERVIDO A MI CLASE. SI PARECE QUE CON ELLO NO HE CONSEGUIDO NADA, NO ES VERDAD. ¡CADA UNO EN SU PUESTO, ÉSA DEBE SER LA CONSIGNA! NUESTRA TAREA ES MUY DURA, PERO ES LA MÁS GRANDE QUE EXISTE, LIBRAR A LA HUMANIDAD DE SUS OPRESORES. LA VIDA NO TENDRÁ NINGÚN VALOR HASTA QUE SE LOGRE. SI NO TENEMOS ESO SIEMPRE PRESENTE, TODA LA HUMANIDAD SE HUNDIRÁ EN LA BARBARIE. TÚ ERES TODAVÍA MUY JOVEN, PERO HACE FALTA QUE SEPAS CUÁL ES TU LADO. SÉ FIEL A TU CLASE, Y TU PADRE NO HABRÁ PADECIDO EN VANO SU DURO DESTINO. CUIDA TAMBIÉN DE TU MADRE Y TUS HERMANOS, TU ERES EL MAYOR. TIENES QUE SER SENSATO. OS SALUDA A TODOS TU PADRE QUE TE QUIERE».
EL VIEJO OBRERO: No somos demasiado pocos.
EL JOVEN OBRERO: ¿Qué debe decir entonces la octavilla para el plebiscito?
LA MUJER, pensando: Lo mejor será una palabra sólo: ¡NO!