Los cristianos, no violentos,
Olvidan sus mandamientos
Y de perdidos al río.
No puede ser refutado:
Otros dioses han echado
A su Dios de paz judío.
Lübeck, 1937, cocina-comedor de un pescador. El pescador agoniza. Junto a su lecho su mujer y, con uniforme de la SA, su hijo. Hay también un cura.
EL MORIBUNDO: Dígame, ¿hay verdaderamente algo después?
EL CURA: ¿Lo atormentan las dudas?
LA MUJER: En los últimos tiempos no deja de decir que se habla y se promete tanto que no se sabe qué creer. No lo tome a mal, señor cura.
EL CURA: Después viene la vida eterna.
EL MORIBUNDO: ¿Y es mejor que esta?
EL CURA: Sí.
EL MORIBUNDO: Tiene que serlo.
LA MUJER: Ha sufrido tanto, ¿sabe?
EL CURA: Créame que Dios lo sabe.
EL MORIBUNDO: ¿Usted cree? Tras una pausa: ¿Allí arriba se podrá abrir la boca, no?
EL CURA, un tanto desconcertado: Escrito está que la fe mueve montañas. Tenga fe. Y todo le será más fácil.
LA MUJER: No vaya a pensar, señor cura, que le falta la fe. Siempre ha comulgado. A su marido, insistentemente: El señor cura piensa que no tienes fe. Pero la tienes, ¿verdad?
EL MORIBUNDO: Sí…
Silencio.
Si no, no hay nada.
EL CURA: ¿Qué quiere decir con eso?
EL MORIBUNDO: Bueno, pues que si no, no hay nada. ¿No? Quiero decir que si hubiera habido alguna cosa…
EL CURA: ¿Qué hubiera tenido que haber?
EL MORIBUNDO: Algo.
EL CURA: Pero usted ha tenido a su querida mujer y a su hijo.
LA MUJER: Nos has tenido, ¿no?
EL MORIBUNDO: Sí.
Silencio.
Quiero decir que si hubiera pasado algo en mi vida…
EL CURA: Quizá no le comprendo del todo. No querrá decir que sólo cree porque su vida ha sido fatigosa y trabajosa…
EL MORIBUNDO, mirando a su alrededor, hasta que ve a su hijo: ¿Y será mejor para ellos?
EL CURA: ¿Se refiere a la juventud? Sí, eso esperamos.
EL MORIBUNDO: Si tuviéramos un balandro con motor…
LA MUJER: ¡No te preocupes ahora!
EL CURA: No debería pensar en esas cosas.
EL MORIBUNDO: Tengo que hacerlo.
LA MUJER: Saldremos adelante.
EL MORIBUNDO: ¿Y si hay guerra?
LA MUJER: No digas eso. Al cura: En los últimos tiempos habla siempre con el chico de la guerra. No están de acuerdo al respecto.
El cura mira al hijo.
EL HIJO: Él no cree en la resurrección.
EL MORIBUNDO: Dígame, ese que está arriba, ¿quiere que haya guerra?
EL CURA, titubeando: Escrito está: bienaventurados los pacíficos.
EL MORIBUNDO: Pero si hay guerra…
EL HIJO: ¡El Führer no quiere la guerra!
El moribundo hace un amplio gesto con la mano, como para apartarlo.
EL MORIBUNDO: Bueno, pues si hay guerra…
El hijo quiere decir algo.
LA MUJER: Calla ahora.
EL MORIBUNDO, al cura, señalando a su hijo: ¡Dígale eso de los pacíficos!
EL CURA: Todos estamos en manos de Dios, no lo olvide.
EL MORIBUNDO: ¿Se lo va a decir?
LA MUJER: El señor cura no puede hacer nada contra la guerra, ¡sé sensato! De eso no se debe hablar en estos tiempos, ¿verdad, señor cura?
EL MORIBUNDO: Usted sabe que son todos unos estafadores. No puedo comprar ya un motor para mi barco. Montan los motores en sus aviones. Para la guerra, para la matanza. Y, cuando hace mal tiempo, yo no puedo regresar porque no tengo motor. ¡Qué estafadores! ¡Harán la guerra! Se echa hacia atrás, agotado.
LA MUJER va asustada a buscar una palangana con agua y le enjuga el sudor de la frente con un paño: No lo escuche. Ya no sabe lo que se dice.
EL CURA: Cálmese señor Claasen.
EL MORIBUNDO: ¿Le va a decir eso de los pacíficos?
EL CURA, tras una pausa: Puede leerlo él mismo. Está en el Sermón de la Montaña.
EL MORIBUNDO: Él dice que todo eso viene de un judío y no vale.
LA MUJER: ¡No empieces otra vez! No es eso lo que opina. ¡Se lo oye decir a los camaradas!
EL MORIBUNDO: Sí. Al cura: ¿No vale?
LA MUJER, echando una mirada angustiosa a su hijo: No pongas en dificultades al señor cura, Hannes. No debes preguntarle eso.
EL HIJO. ¿Y por qué no debo preguntárselo?
EL MORIBUNDO: ¿Vale o no vale?
EL CURA, tras una larga pausa, atormentado: También está en las Escrituras: Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios.
El moribundo se echa hacia atrás. La mujer le pone sobre la frente un paño mojado.