Ya llegan los torturados
A latigazos tratados.
Callaron la noche entera.
Sus amigos y mujeres
Los miran como a otros seres:
¿Qué harían en esa espera?
Berlín, 1936. Cocina de obreros. Domingo por la mañana. Un hombre y una mujer. Se oye a lo lejos música militar.
EL HOMBRE: Pronto estará aquí.
LA MUJER: En realidad no sabéis nada malo de él.
EL HOMBRE: Sabemos que ha salido del campo de concentración.
LA MUJER: ¿Y por qué desconfiáis?
EL HOMBRE: Han ocurrido demasiadas cosas. Allí les hacen pasar de todo.
LA MUJER: ¿Y cómo podría justificarse?
EL HOMBRE: Sabremos averiguar cuál es su verdadera posición.
LA MUJER: Pero puede pasar mucho tiempo.
EL HOMBRE: Sí.
LA MUJER: Y, sin embargo, puede que sea el mejor de los camaradas.
EL HOMBRE: Puede.
LA MUJER: Será terrible para él ver que todos desconfían.
EL HOMBRE: Sabe que es necesario.
LA MUJER: A pesar de todo.
EL HOMBRE: Oigo algo. No te vayas mientras hablamos.
Llaman a la puerta. El hombre la abre y entra el liberado.
EL HOMBRE: Hola, Max.
El liberado da la mano en silencio al hombre y la mujer.
LA MUJER: ¿Quiere tomar un café con nosotros? Precisamente estábamos tomando nosotros.
EL LIBERADO: Si no es molestia.
Pausa.
Tienen un armario nuevo.
LA MUJER: En realidad es uno viejo, comprado por once marcos cincuenta. El otro se vino abajo.
EL LIBERADO: Ah.
EL HOMBRE: ¿Pasa algo nuevo por ahí?
EL LIBERADO: Están haciendo una colecta.
LA MUJER: Nos vendría muy bien un traje para Willi.
EL HOMBRE: Yo tengo trabajo.
LA MUJER: Por eso nos vendría muy bien un traje para ti.
EL HOMBRE: No digas tonterías.
EL LIBERADO: Con trabajo o sin trabajo, todo el mundo puede necesitar algo.
EL HOMBRE: ¿Tienes ya trabajo tú?
EL LIBERADO: Lo voy a conseguir.
EL HOMBRE: ¿Con Siemens?
EL LIBERADO: Sí, o en algún otro lado.
EL HOMBRE: Ahora ya no es tan difícil.
EL LIBERADO: No.
Pausa.
EL HOMBRE: ¿Cuánto tiempo has estado allí?
EL LIBERADO: Seis meses.
EL HOMBRE: ¿Has encontrado a alguien dentro?
EL LIBERADO: No conocía a nadie. Pausa. Ahora te llevan a campos muy distintos. Te pueden llevar a Baviera.
EL HOMBRE: Ah.
EL LIBERADO: Aquí no han cambiado mucho las cosas.
EL HOMBRE: No especialmente.
LA MUJER: ¿Sabe?, vivimos muy apartados. Willi apenas se reúne con alguno de sus antiguos compañeros, ¿verdad, Willi?
EL HOMBRE: Sí, tenemos poco trato.
EL LIBERADO: ¿No habrán conseguido aún que se lleven del zaguán los barriles de basura?
LA MUJER: Ah, ¿se acuerda aún? Bueno, él dice que no tiene otro sitio para ellos.
EL LIBERADO, a quien la mujer sirve una taza de café: Sólo un sorbo. No voy a quedarme mucho.
EL HOMBRE: ¿Tienes algo que hacer?
EL LIBERADO: Selma me ha dicho que la cuidasteis cuando estaba en cama. Muchas gracias.
LA MUJER: No hay por qué darlas. Le hubiéramos dicho que viniera más noches, pero ni siquiera tenemos radio.
EL HOMBRE: Lo que se puede oír lo dice también el periódico.
EL LIBERADO: No hay mucho que leer en el «Chorreo» de la Mañana.
LA MUJER: Tampoco mucho en el Nacional.
EL LIBERADO: Y el Nacional dice lo mismo que el «Chorreo», ¿no?
EL HOMBRE: No leo mucho por la noche. Estoy demasiado cansado.
LA MUJER: ¿Pero qué le ha pasado en la mano? ¡La tiene toda torcida y le faltan dos dedos!
EL LIBERADO: Me Caí.
EL HOMBRE: Es una suerte que sea la izquierda.
EL LIBERADO: Sí, en el fondo es una suerte. Me gustaría hablar contigo. No lo tome a mal, señora Mahn.
LA MUJER: Claro. Todavía tengo que limpiar el fogón.
Ella se afana en el fogón. El liberado la mira con una suave sonrisa.
EL HOMBRE: Vamos a salir en cuanto acabemos de cenar. ¿Está Selma bien ya?
EL LIBERADO: La cadera no. No soporta lavar. Decidme… Se interrumpe y los mira. Ellos lo miran. Él no sigue.
EL HOMBRE, roncamente: ¿Y si fuéramos a Alexanderplatz antes de cenar? ¿Por todo ese jaleo de la colecta?
LA MUJER: ¿Podríamos ir, verdad?
EL LIBERADO: Claro.
Pausa.
En voz baja: Willi, yo sigo siendo el de siempre.
EL HOMBRE, ligeramente: Claro. Quizá haya música en la Alex. Arréglate, Anna. Ya hemos acabado el café. Me voy a peinar un poco.
Pasan a la habitación de al lado. El liberado sigue sentado. Ha cogido el sombrero. Silba para sí. Los otros dos vuelven vestidos para salir.
EL HOMBRE: Vamos, Max.
EL LIBERADO: Está bien. Sólo quiero decirte una cosa: que lo encuentro lógico.
EL HOMBRE: Entonces, vámonos.
Salen juntos.