Llegan huérfanos y viudas
Que también tienen sus dudas
De lo que les prometieron.
Hay que pagar más impuestos
La carne sube en los puestos…
Las promesas incumplieron.
Bitterfeld, 1935. La cocina de una casa obrera. La madre está mondando patatas. Su hija de trece años está haciendo sus deberes.
LA HIJA: Madre, ¿me darás los dos pfennig?
LA MADRE: ¿Para las Juventudes Hitlerianas?
LA HIJA: Sí.
LA MADRE: No me sobra el dinero.
LA HIJA: Es que si no llevo los dos pfennig todas las semanas no podré ir este verano al campo. Y la maestra ha dicho que Hitler quiere que la ciudad y el campo se conozcan. Los habitantes de la ciudad deben acercarse a los campesinos. Pero para eso tengo que llevar los dos pfennig.
LA MADRE: Ya pensaré en cómo dártelos.
LA HIJA: Eso está muy bien, madre. Te ayudaré a pelar las patatas. En el campo se está bien, ¿verdad? Allí se come como es debido. La maestra dijo en la clase de gimnasia que tengo la tripa hinchada por las patatas.
LA MADRE: No tienes ninguna tripa.
LA HIJA: No, ahora no. Pero el año pasado la tenía. Aunque no mucha.
LA MADRE: Quizá pueda conseguir un poco de asaduras.
LA HIJA: A mí me dan un panecillo en el colegio. Pero a ti no. Berta dijo que cuando estuvo en el campo le daban también grasa de ganso para el pan. Y a veces carne. Eso está bien, ¿no?
LA MADRE: Muy bien.
LA HIJA: Y además el aire era muy puro.
LA MADRE: ¿Pero también tendría que trabajar?
LA HIJA: Claro. Pero había mucho de comer. Aunque el campesino era un poco descarado con ella, según dijo.
LA MADRE: ¿Por qué?
LA HIJA: Bueno, por nada. Que no la dejaba en paz.
LA MADRE: Vaya.
LA HIJA: Pero Berta era mayor que yo. Un año mayor.
LA MADRE: Haz tus deberes.
LA HIJA: No tendré que ponerme los zapatos negros viejos de la beneficencia, ¿verdad?
LA MADRE: No tendrás que hacerlo. Tienes el otro par.
LA HIJA: Lo decía porque ahora tienen un agujero.
LA MADRE: ¡Pero si llueve mucho!
LA HIJA: Les pongo papel por dentro y aguantan.
LA MADRE: No, no aguantan nada. Si están gastados, habrá que ponerles suelas.
LA HIJA: Es tan caro.
LA MADRE: ¿Qué tienes contra los zapatos de la beneficencia?
LA HIJA: No los puedo ver.
LA MADRE: ¿Porque son demasiado grandes?
LA HIJA: ¡Ya ves como a ti tampoco te gustan!
LA MADRE: Es que son ya antiguos.
LA HIJA: ¿Tendré que ponérmelos?
LA MADRE: Si no los puedes ver, no te los pongas.
LA HIJA: Pero no soy presumida, ¿verdad?
LA MADRE: No. Es sólo que estás creciendo.
Pausa, luego:
LA HIJA: ¿Y me darás los dos pfennig, mamá? Quiero ir al campo.
LA MADRE, lentamente: No tengo dinero para eso.