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EL CHIVATO

Ahí llegan ya los maestros

Que deben mostrarse diestros

Marcando muy bien el paso

Cada alumno es un chivato

Que viene a pasar el rato

Pero le hacen mucho caso.

Y luego ese niño tierno

Salido del mismo infierno

Lleva al esbirro a su hogar.

Señala al progenitor

Diciendo que es un traidor

Y a la cárcel va a parar.

Colonia, 1935. Una tarde de domingo lluviosa. El marido, la mujer y el niño, después de comer. Entra la muchacha.

LA CRIADA: El señor y la señora Klimbtsch preguntan si los señores están en casa.

EL MARIDO, ásperamente: No.

Sale la muchacha.

LA MUJER: Hubieras debido ponerte al teléfono. Saben que no es posible que hayamos salido.

EL MARIDO: ¿Por qué no es posible que hayamos salido?

LA MUJER: Porque está lloviendo.

EL MARIDO: Eso no es una razón.

LA MUJER: ¿Adónde íbamos a ir? Es lo primero que se preguntarán.

EL MARIDO: Hay muchísimos sitios.

LA MUJER: Entonces, ¿por qué no salimos?

EL MARIDO: ¿Adónde vamos a ir?

LA MUJER: Si por lo menos no lloviera…

EL MARIDO: ¿Y adonde iríamos si no lloviera?

LA MUJER: Antes, por lo menos, se podía visitar a alguien.

Pausa.

Ha sido un error que no hayas cogido el teléfono. Ahora sabrán que no queremos recibirlos.

EL MARIDO: ¿Y qué si lo saben?

LA MUJER: Resulta desagradable hacerles el vacío ahora cuando precisamente todo el mundo les hace el vacío.

EL MARIDO: No les estamos haciendo el vacío.

LA MUJER: Entonces, ¿por qué no quieres que vengan?

EL MARIDO: Porque ese Klimbtsch me aburre a muerte.

LA MUJER: Antes no te aburría.

EL MARIDO: ¡Antes! ¡Me pones nervioso con esos «antes»!

LA MUJER: En cualquier caso, antes no habrías cortado con él porque la inspección de enseñanza le hubiera instruido un expediente.

EL MARIDO: ¿Quieres decir que soy un cobarde?

Pausa.

Entonces llámalos y diles que acabamos de volver por la lluvia.

La mujer sigue sentada.

LA MUJER: ¿Les decimos a los Lemke si quieren venir?

EL MARIDO: ¿Para que vuelvan a decirnos que no nos preocupamos lo suficiente de la defensa antiaérea?

LA MUJER, al niño: ¡Klaus-Heinrich, deja en paz la radio!

El niño se pone a leer periódicos.

EL MARIDO: Es una calamidad que hoy llueva. Pero no se puede vivir en un país en que es una calamidad que llueva.

LA MUJER: ¿Te parece sensato decir cosas así?

EL MARIDO: Entre estas cuatro paredes puedo decir lo que me parezca. No permitiré que en mi propia casa me impidan…

Se interrumpe. Entra la muchacha con el servicio de café. Guardan silencio mientras ella está allí.

EL MARIDO: ¿Por qué tenemos que tener una criada cuyo padre es el vigilante de la manzana?

LA MUJER: Creo que de eso hemos hablado ya bastante. Lo último que dijiste fue que tenía sus ventajas.

EL MARIDO: ¡Cuántas cosas he dicho! Dile algo así a tu madre y ya verás el lío en que nos metemos.

LA MUJER: Lo que yo le diga a mi madre…

Entra la criada con el café.

Déjelo, Erna. Puede irse que ya me encargo yo.

LA CRIADA: Gracias, señora. Sale.

EL NIÑO, señalando el periódico: ¿Todos los curas hacen eso, papá?

EL MARIDO: ¿El qué?

EL NIÑO: Lo que dice aquí.

EL MARIDO: ¿Pero qué estás leyendo? Le quita el periódico de las manos.

EL NIÑO: Nuestro jefe de grupo dice que lo que dice ese diario lo podemos saber todos.

EL MARIDO: No me importa lo que diga tu jefe de grupo. Lo que puedes leer y lo que no puedes lo decido yo.

LA MUJER: Toma diez pfennig, Klaus-Heinrich, sal y cómprate algo.

EL NIÑO: Pero si está lloviendo. Se aprieta contra la ventana indeciso.

EL MARIDO: Si no dejan esas noticias sobre los procesos a los eclesiásticos, dejaré de comprar ese diario.

LA MUJER: ¿Y a cuál quieres suscribirte? Lo publican todos.

EL MARIDO: Si todos los diarios publican semejantes porquerías, no leeré ninguno. No estaré menos enterado de lo que pasa en el mundo.

LA MUJER: No es malo que hagan un poco de limpieza.

EL MARIDO: ¡Limpieza! No es más que política.

LA MUJER: En cualquier caso, no nos afecta, no somos evangelistas.

EL MARIDO: Pero a la gente no le da igual no poder entrar ya en una iglesia sin recordar esos horrores.

LA MUJER: ¿Qué pueden hacer si esas cosas ocurren?

EL MARIDO: ¿Qué pueden hacer? Podrían barrer alguna vez su propia casa. Según dicen, en la Casa Parda no todo está tan limpio.

LA MUJER: ¡Eso sólo prueba que nuestro pueblo se está saneando, Karl!

EL MARIDO: ¡Saneando! ¡Bonita forma de sanear! Si eso es la salud, prefiero la enfermedad.

EL MARIDO: Hoy estás muy nervioso. ¿Ha pasado algo en el colegio?

EL MARIDO: ¿Qué quieres que pase en el colegio? Y haz el favor de no decirme todo el tiempo que estoy muy nervioso, porque es eso lo que me pone nervioso.

LA MUJER: No deberíamos discutir todo el tiempo, Karl. Antes…

EL MARIDO: Eso es lo que me faltaba. ¡Antes! Ni quería antes ni quiero ahora que envenenen la imaginación de mi hijo.

LA MUJER: Por cierto, ¿dónde está?

EL MARIDO: ¿Cómo quieres que lo sepa?

LA MUJER: ¿Lo has visto salir?

EL MARIDO: No.

LA MUJER: No comprendo a donde puede haber ido. Llama: ¡Klaus-Heinrich!

Sale de la habitación. Se la oye llamar Vuelve.

¡Realmente se ha ido!

EL MARIDO: ¿Por qué no iba a salir?

LA MUJER: ¡Pero si está lloviendo a mares!

EL MARIDO: ¿Por qué te pone tan nerviosa que el chico haya salido?

LA MUJER: ¿De qué estábamos hablando?

EL MARIDO: ¿Qué tiene que ver eso?

LA MUJER: Últimamente pierdes con facilidad los estribos.

EL MARIDO: Últimamente no pierdo con facilidad los estribos, pero aunque los perdiera, ¿qué tiene que ver eso con que el chico haya salido?

LA MUJER: Ya sabes que los niños escuchan.

EL MARIDO: ¿Y qué?

LA MUJER: ¿Y qué? ¿Y si lo cuenta por ahí? Ya sabes cómo los convencen en las Juventudes Hitlerianas. Los animan claramente a comunicarlo todo. Es raro que se haya ido sin decir nada.

EL MARIDO: Qué tontería.

LA MUJER: ¿No viste cuándo salió?

EL MARIDO: Estuvo un buen rato pegado a la ventana.

LA MUJER: Me gustaría saber qué fue lo que oyó.

EL MARIDO: Él sabe muy bien qué pasa si se denuncia a alguien.

LA MUJER: ¿Y el chico de que hablaron los Schmulke? Al parecer, su padre está aún en un campo de concentración. Si por lo menos supiéramos cuánto hace que salió.

Va al otro cuarto y llama al niño.

No puedo imaginarme que, sin decir una palabra, se haya ido. No es propio de él.

EL MARIDO: ¿Tal vez haya ido a casa de algún amigo del colegio?

LA MUJER: Entonces sólo puede estar en casa de los Mummermann. Lo llamaré.

Llama por teléfono.

EL MARIDO: Creo que todo es una falsa alarma.

LA MUJER, en el teléfono: Soy la señora de Furcke, el profesor. Buenos días, señora Mummermann. ¿Está Klaus-Heinrich en su casa?… ¿No?… No puedo imaginarme dónde se habrá metido… Dígame, señora Mummermann, ¿está abierto el local de las Juventudes el domingo por la tarde?… ¿Sí?… Muchas gracias, preguntaré allí.

Cuelga. Los dos se quedan sentados en silencio.

EL MARIDO: ¿Qué puede haber oído?

LA MUJER: Hablaste del diario. Eso de la Casa Parda no hubieras debido decirlo. Él es tan nacionalista.

EL MARIDO: ¿Qué he dicho de la Casa Parda?

LA MUJER: ¡Tienes que acordarte! Que no estaba todo limpio allí.

EL MARIDO: Eso no se puede interpretar como un ataque. No estar todo limpio o, como yo dije más suavemente, no todo tan limpio, lo que es una diferencia y muy considerable, es más bien un comentario jocoso y populachero, por decirlo así en lenguaje familiar; sólo quiere decir que allí, probablemente, no siempre y en todos los casos las cosas son como querría el Führer. Ese carácter de pura probabilidad lo expresé además con toda intención al decir, como recuerdo claramente, «según dicen» no está todo tan limpio, utilizando «tan» para quitar fuerza a la frase. ¡«Según dicen»! No «según digo yo». No puedo decir que hay algo allí que no esté limpio, porque no tengo motivo alguno para decirlo. Las imperfecciones son humanas. No he sugerido otra cosa e incluso lo he hecho en forma muy suave. Además, el propio Führer formuló una crítica en cierta ocasión en ese sentido, una crítica muchísimo más dura.

LA MUJER: No te entiendo. Conmigo no tienes por qué hablar así.

EL MARIDO: ¡Me gustaría no tener que hacerlo! Pero no estoy muy seguro de lo que tú misma parlotees sobre lo que se dice entre estas cuatro paredes, quizá en un momento de excitación. Entiéndeme bien, estoy muy lejos de acusarte de divulgar con ligereza cosas contra tu marido, lo mismo que no supongo ni por un momento que el chico pueda hacer algo contra su propio padre. Pero desgraciadamente hay una diferencia enorme entre causar un daño y saber que se causa.

LA MUJER: ¡Ya está bien! ¡Ten cuidado con lo que dices! Llevo todo el tiempo rompiéndome la cabeza para recordar si dijiste eso de que en la Alemania de Hitler no se puede vivir antes o después de lo de la Casa Parda.

EL MARIDO: Eso no lo he dicho nunca.

LA MUJER: ¡Te comportas como si yo fuera la policía! Lo único que hago es devanarme los sesos para saber lo que el chico puede haber oído.

EL MARIDO: La frase «Alemania de Hitler» no forma parte de mi vocabulario.

LA MUJER: ¿Y lo que dijiste del vigilante de la manzana, y de que los periódicos no cuentan más que mentiras, y lo que has dicho ahora mismo sobre la defensa pasiva? ¡El chico no oye nada de positivo! Y eso no es bueno para una mente infantil, que puede quedar desmoralizada cuando el Führer subraya siempre que la juventud de Alemania es su futuro. La verdad es que el chico no es capaz de ir por ahí denunciando a nadie. Ay, me siento mal.

EL MARIDO: Rencoroso sí que es.

LA MUJER: ¿Y de qué tendría que vengarse?

EL MARIDO: Quién diablos sabe, siempre hay alguna cosa. Quizá porque le quité la rana.

LA MUJER: ¿Por qué se la quitaste?

EL MARIDO: Porque ya no le cazaba moscas. La estaba dejando morir de hambre.

LA MUJER: La verdad es que tiene muchas cosas que hacer.

EL MARIDO: De eso no tiene culpa la rana.

LA MUJER: Pero no ha vuelto a hablar de eso, y yo acababa de darle diez pfennig. Tiene todo lo que quiere.

EL MARIDO: Sí, pero eso es un soborno.

LA MUJER: ¿Qué quieres decir?

EL MARIDO: ¡Todo! ¡Que ya no hay límites! ¡Santo Dios! ¡Y uno tiene que ser maestro! ¡Educar a la juventud! ¡Me da miedo!

LA MUJER: Un niño no es testigo de fiar. Un niño no sabe lo que dice.

EL MARIDO: Eso dices tú. Pero ¿desde cuándo necesitan testigos para nada?

LA MUJER: ¿No podríamos pensar en qué querías decir tú con tus comentarios? Quiero decir que el chico te habría entendido mal.

EL MARIDO: ¿Qué puedo haber dicho? Ni siquiera me acuerdo. La culpa de todo la tiene esta maldita lluvia. Le pone a uno de mal humor. Al fin y al cabo, yo sería el último en decir algo contra el impulso espiritual que hoy anima al pueblo alemán. Ya a finales de 1932 lo predije todo.

LA MUJER: Karl, no tenemos tiempo de hablar de eso ahora. Tenemos que ponernos de acuerdo en todos los detalles, y enseguida. No podemos perder ni un minuto.

EL MARIDO: No puedo creerlo de Klaus-Heinrich.

LA MUJER: Bueno, primero lo de la Casa Parda y las porquerías.

EL MARIDO: Yo no he dicho nada de porquerías.

LA MUJER: Dijiste que el periódico no decía más que porquerías y que ibas a dejar de comprarlo.

EL MARIDO: ¡El periódico sí, pero no la Casa Parda!

LA MUJER: ¿No puedes haber dicho que desapruebas las porquerías que pasan en las iglesias? ¿Y que consideras muy posible que esas personas que hoy están ante los tribunales hayan sido las que han difundido infamias sobre la Casa Parda, diciendo que no todo estaba en ella tan limpio? ¿Y que más les hubiera valido barrer su propia casa? Y al chico le dijiste que dejara la radio y leyera el periódico, porque tú eres partidario de que la juventud del Tercer Reich mire con los ojos muy abiertos lo que ocurre a su alrededor.

EL MARIDO: Todo eso no sirve de nada.

LA MUJER: ¡Karl, no debes bajar la cabeza! Debes ser fuerte, como el Führer dice siempre…

EL MARIDO: No puedo presentarme ante el tribunal y ver que en el estrado de los testigos hay alguien de mi propia sangre testificando contra mí.

LA MUJER: No tienes que tomártelo así.

EL MARIDO: Ha sido una gran ligereza tratar con los Klimbtsch.

LA MUJER: A él no le ha pasado nada.

EL MARIDO: Sí, pero la investigación sigue adelante.

LA MUJER: Si todos los que han sufrido alguna vez una investigación se desesperaran…

EL MARIDO: ¿Crees que el vigilante de la manzana tiene algo contra nosotros?

LA MUJER: ¿Quieres decir, por si le preguntan? Por su cumpleaños recibió una caja de puros y en Año Nuevo le dimos un buen aguinaldo.

EL MARIDO: ¡Los Gauff de al lado le dieron quince marcos!

LA MUJER: Pero en el 32 leían todavía Vorwärts y en mayo del 33 pusieron la bandera negra, blanca y roja.

Suena el teléfono.

EL MARIDO: ¡El teléfono!

LA MUJER: ¿Lo cojo?

EL MARIDO: No Sé.

LA MUJER: ¿Quién puede ser?

EL MARIDO: Espera un poco. Si llaman otra vez, lo coges.

Esperan. El teléfono no suena más.

EL MARIDO: ¡Esto no es vida!

LA MUJER: ¡Karl!

EL MARIDO: ¡Me has dado por hijo a un judas! Se sienta ahí a la mesa y, mientras se come la sopa que le damos, escucha y toma nota de todo lo que dicen sus progenitores, ¡el muy chivato!

LA MUJER: ¡No debes decir eso!

Pausa.

¿Crees que deberíamos hacer algunos preparativos?

EL MARIDO: ¿Tú crees que vendrán enseguida?

LA MUJER: ¡Es posible!

EL MARIDO: Tal vez debería ponerme la Cruz de Hierro…

LA MUJER: ¡Desde luego, Karl!

Él va a buscar la cruz y se la pone con mano temblorosa.

Pero en el colegio no tienen nada contra ti, ¿verdad?

EL MARIDO: ¿Cómo puedo saberlo? Yo estoy dispuesto a enseñar todo lo que quieran que enseñe, pero ¿qué quieren que enseñe? ¡Si lo supiera! ¡Qué sé yo cómo quieren que haya sido Bismarck! Tardan tanto en sacar los nuevos libros de texto… ¿No podrías darle a la muchacha diez marcos más? Está siempre escuchando también.

LA MUJER, asintiendo: ¿Ponemos sobre tu escritorio el retrato de Hitler? Estará mejor.

EL MARIDO: Sí, hazlo.

La mujer se dispone a cambiar el cuadro.

Pero si el chico les dice que lo hemos cambiado de sitio, eso indicaría que tenemos conciencia culpable.

La mujer vuelve a colgar el cuadro en su antiguo lugar.

¿No es eso la puerta?

LA MUJER: No he oído nada.

EL MARIDO: ¡Yo Sí!

LA MUJER: ¡Karl!

Lo abraza.

EL MARIDO: No pierdas la cabeza. Prepárame alguna muda.

Se oye abrirse la puerta de la casa. El marido y la mujer, el uno junto al otro, están paralizados en un rincón del cuarto. Se abre la puerta y entra el niño, con una bolsa en la mano… Pausa.

EL NIÑO: ¿Qué os pasa?

LA MUJER: ¿Dónde has estado?

El niño señala la bolsa con los bombones.

LA MUJER: ¿Sólo has ido a comprarte chocolate?

EL NIÑO: Claro. ¿Qué otra cosa podía hacer?

Atraviesa la habitación masticando. Los padres lo siguen con mirada inquisitiva.

EL MARIDO: ¿Crees que dice la verdad?

La madre se encoge de hombros.