Luego vinieron los jueces
Y les dijeron mil veces:
Justo es, si al pueblo aprovecha.
Dijeron: ¿cómo sabremos?
Así juzgarlos veremos
A todos bajo sospecha
Augsburgo, 1934. Sala de deliberaciones de un Palacio de Justicia. Se ve por la ventana una lechosa mañana de enero. Todavía arde una lámpara de gas redonda. El juez se está poniendo la toga. Llaman a la puerta.
EL JUEZ: ¡Adelante!
Entra el inspector de lo criminal.
EL INSPECTOR: Buenos días, señor juez.
EL JUEZ: Buenos días, señor Tallinger. Le he pedido que viniera por el juicio Haberle, Schünt y Gaunitzer. El caso, francamente, no me resulta claro.
EL INSPECTOR: ¿?
EL JUEZ: Por el expediente he deducido que la tienda en que ocurrió el altercado, la joyería Arndt, es judía, ¿no?
EL INSPECTOR: ¿?
EL JUEZ: ¿Y Haberle, Schünt y Gaunitzer siguen siendo miembros de la Sección de Asalto número siete?
El inspector asiente con la cabeza.
EL JUEZ: ¿Es decir, que la Sección no encontró motivo para sancionarlos?
El inspector niega con la cabeza.
EL JUEZ: Sin embargo, es de suponer que, después del escándalo que se produjo en el barrio, la Sección investigó.
El inspector se encoge de hombros.
EL JUEZ: Le quedaría muy agradecido, Tallinger, si antes de la vista me hiciera un pequeño resumen.
EL INSPECTOR, mecánicamente: El 2 de diciembre del pasado año, a las ocho y cuarto de la mañana, los miembros de la SA Häberlc, Schünt y Gaunitzer penetraron en la joyería Arndt de la Schlettowstrasse y, tras un altercado verbal, hirieron al joyero Arndt, de cincuenta y cuatro años de edad, en la nuca. Se produjeron daños materiales por valor de once mil doscientos treinta y cuatro marcos. Las investigaciones de la policía, iniciadas el 7 de diciembre del pasado año, revelaron que…
EL JUEZ: Mi querido Tallinger, todo eso está en el expediente. Muestra irritado el escrito de acusación, que es sólo de una página. Este escrito de acusación es el más flojo y chapucero que he visto en mi vida, y en los últimos meses he visto muchos. Pero todo eso está ahí. Esperaba que me pudiera decir algo del trasfondo del caso.
EL INSPECTOR: Por supuesto, señor juez.
EL JUEZ: ¿Entonces?
EL INSPECTOR: En realidad, el caso no tiene ningún trasfondo.
EL JUEZ: No me querrá decir, Tallinger, que está claro.
EL INSPECTOR, sonriendo: No, no está claro.
EL JUEZ: Al parecer, desaparecieron también joyas durante la disputa. ¿Se han encontrado?
EL INSPECTOR: No que yo sepa.
EL JUEZ: ¿?
EL INSPECTOR: Señor juez, tengo familia.
EL JUEZ: Yo también, Tallinger.
EL INSPECTOR: Por supuesto.
Pausa.
El caso es que ese Arndt es judío, ¿sabe?
EL JUEZ: Como su nombre indica.
EL INSPECTOR: Por supuesto. En el barrio se corrió la voz durante cierto tiempo de que debía tratarse incluso un caso de relaciones sexuales interraciales.
EL JUEZ, viendo algo de luz: ¡Ajá! ¿Y quién estaba mezclado?
EL INSPECTOR: La hija de Arndt. Tiene diecinueve años y dicen que es bonita.
EL JUEZ: ¿Investigaron el caso las autoridades?
EL INSPECTOR, reservado: Eso no. El rumor volvió a acallarse.
EL JUEZ: ¿Quién lo propaló?
EL INSPECTOR: El dueño de la casa. Un tal señor von Miehl.
EL JUEZ: ¿Sin duda quería que ese negocio judío desapareciera de su casa?
EL INSPECTOR: Eso pensamos. Pero, al parecer, se retractó otra vez.
EL JUEZ: Sin embargo, en definitiva podría explicarse así por qué había en el barrio cierto encono contra Arndt. De forma que los jóvenes actuaron con una especie de exaltación patriótica…
EL INSPECTOR, resuelto: No lo creo, señor juez.
EL JUEZ: ¿Qué es lo que no cree?
EL INSPECTOR: Que Häberle, Schünt y Gaunitzer quieran insistir mucho en lo de las relaciones sexuales interraciales.
EL JUEZ: ¿Por qué no?
EL INSPECTOR: El nombre del ario de que se trata, como le he dicho, nunca se mencionó en el expediente. Ese hombre puede ser Dios sabe quién. Podría estar en cualquier sitio donde hubiera un montón de arios, ¿no? ¿Y dónde hay un montón de arios? En pocas palabras, la Sección de Asalto no desea que eso salga a relucir.
EL JUEZ, impaciente: Entonces, ¿para qué me lo cuenta?
EL INSPECTOR: Porque me dijo que tenía familia. Para que no lo saque a relucir usted. Al fin y al cabo, cualquier testigo de la vecindad podría empezar con eso.
EL JUEZ: Comprendo. Pero por lo demás no comprendo mucho.
EL INSPECTOR: Cuanto menos comprenda, tanto mejor, dicho sea entre nosotros.
EL JUEZ: Eso es fácil de decir. Pero yo tengo que dictar una sentencia.
EL INSPECTOR, vagamente: Claro, claro.
EL JUEZ: Entonces sólo queda la posibilidad de una provocación por parte de Arndt, porque de otro modo el incidente es incomprensible.
EL INSPECTOR: Estoy completamente de acuerdo, señor juez.
EL JUEZ: ¿Cómo fueron provocados los de la SA?
EL INSPECTOR: Según su declaración, tanto por el propio Arndt como por un desocupado contratado para quitar la nieve. Al parecer, ellos querían tomarse un vaso de cerveza y, al pasar por delante de la tienda, tanto el desocupado Wagner como el propio Arndt les gritaron soeces insultos desde la puerta.
EL JUEZ. ¿No tienen testigos, verdad?
EL INSPECTOR: Los tienen. El propietario, ese von Miehl, declaró que, desde la ventana, vio a Wagner provocar a los de la SA. Y el socio de Arndt, un tal Stau, estuvo esa misma tarde en la sede de la Sección y reconoció en presencia de Häberle, Schünt y Gaunitzer que Arndt, incluso delante de él, hablaba siempre con desprecio de la SA.
EL JUEZ: Ah, ¿Arndt tiene un socio? ¿Ario?
EL INSPECTOR: Claro que ario. ¿Cree que iba a utilizar de testaferro a un judío?
EL JUEZ: Pero su socio no declarará contra él.
EL INSPECTOR, con astucia: Quizá sí.
EL JUEZ, irritado: ¿Por qué? Si se prueba que Arndt provocó la agresión de Häberle, Schünt y Gaunitzer, los del negocio no podrán presentar una demanda de daños y perjuicios.
EL INSPECTOR: ¿Y de dónde saca que Stau tiene algún interés en esa demanda?
EL JUEZ: Eso no lo entiendo. Al fin y al cabo, es socio.
EL INSPECTOR: Pues por eso.
EL JUEZ: ¿?
EL INSPECTOR: Hemos podido comprobar —naturalmente bajo cuerda, eso no es oficial— que Stau entra y sale como quiere en la sede de la Sección. Fue miembro de la SA o lo es aún. Por eso, probablemente, Arndt lo tomó como socio. Stau estuvo ya complicado en un asunto así, en el que los de la SA hicieron una visita a alguien. En aquella ocasión tropezaron con la persona equivocada y costó mucho trabajo dar carpetazo al asunto. Naturalmente, no quiero decir que el propio Stau, en este caso… De todas formas, no es un tipo inofensivo. Le ruego que considere esto totalmente confidencial, ya que antes ha hablado de su familia.
EL JUEZ, asintiendo: Lo que no veo es qué interés puede tener el señor Stau en que su negocio sufra daños por valor de más de once mil marcos.
EL INSPECTOR: Sí, las joyas desaparecieron. Quiero decir que, en cualquier caso, Häberle, Schünt y Gaunitzer no las tienen. Tampoco las han vendido.
EL JUEZ: Ah.
EL INSPECTOR: Naturalmente, si se prueba que Arndt tuvo una actitud provocadora, no se podrá exigir de Stau que lo conserve como socio. Y la pérdida sufrida, naturalmente, tendría que indemnizársela Stau, ¿está claro?
EL JUEZ: Sí, eso en cualquier caso está muy claro. Contempla un instante pensativo al inspector, que lo mira otra vez sin expresión, de una forma totalmente oficial. Sin duda se sacará en limpio que Arndt provocó a los de la SA. El hombre, al parecer, se ha hecho impopular en todas partes. ¿No dijo usted que, por las escandalosas circunstancias de su familia, dio lugar a una denuncia del propietario? Sí, sí, ya sé que no hay que sacar a relucir eso, pero de todas formas se puede suponer que también por esa parte se vería con agrado que se hiciera pronto un desalojo. Se lo agradezco, Tallinger, realmente me ha prestado un servicio.
El juez da al inspector un puro. El inspector sale. Se encuentra en el umbral con el fiscal, que entra en ese momento.
EL FISCAL, al juez: ¿Puedo hablarle un momento?
EL JUEZ, que está pelando una manzana de desayuno: Puede.
EL FISCAL: Se trata del caso Häberle, Schünt y Gaunitzer.
EL JUEZ, ocupado: ¿Sí?
EL FISCAL: El caso está bastante claro…
EL JUEZ: Sí. Francamente, no comprendo por qué la Fiscalía inició unas actuaciones.
EL FISCAL: ¿Cómo? El caso provocó en el barrio una lamentable expectación. Hasta los dirigentes del Partido consideraron adecuada su investigación.
EL JUEZ: Yo sólo veo un caso claro de provocación judía y nada más.
EL FISCAL: ¡Qué disparate, Goll! No crea que nuestros escritos de acusación, porque parezcan ahora un tanto lacónicos, no merecen mayor atención. Ya me había imaginado que, con toda ingenuidad, se inclinaría usted por la primera solución. Pero no cometa una equivocación. Se encontraría en los confines de la Pomerania antes de lo que se imagina. Y allí no se está muy cómodo ahora.
EL JUEZ, perplejo, deja de comerse la manzana: No lo entiendo en absoluto. ¿No querrá decir que tiene la intención de exculpar al judío Arndt?
EL FISCAL, con fuerza: ¡Claro que la tengo! Ese hombre no tenía intención de provocar. ¿Cree usted que, porque sea judío, no puede encontrar justicia ante un tribunal del Tercer Reich? Expone usted unas opiniones muy peculiares, Goll.
EL JUEZ, furioso: No he expuesto ninguna opinión. Sólo tenía la convicción de que Häberle, Schünt y Gaunitzer fueron provocados.
EL FISCAL: Pero no por Arndt, sino por el desempleado, cómo se llama, que limpiaba la nieve… sí: Wagner.
EL JUEZ: En su escrito de acusación no dice una palabra de eso, mi querido Spitz.
EL FISCAL: Claro que no. La Fiscalía sólo supo que hombres de la SA habían agredido a Arndt. Y usted procedió como debía. Pero si el testigo von Miehl, por ejemplo, declara en el juicio que Arndt no estaba siquiera en la calle en el momento del incidente, y en cambio el desempleado, vaya, cómo se llama, sí, Wagner injurió en voz alta a los de la SA, habrá que tomarlo en consideración.
EL JUEZ, cayendo de las nubes: ¿Eso declarará von Miehl? Pero si es el propietario de la casa y quiere echar de ella a Arndt… No declarará a su favor.
EL FISCAL: ¿Qué tiene ahora contra von Miehl? ¿Por qué no va a decir la verdad bajo juramento? Quizá no sepa usted que von Miehl, además de ser miembro de las SA, tiene buenas relaciones en el Ministerio de Justicia. Le aconsejaría que lo considerase un hombre decente, mi querido Goll.
EL JUEZ: Es lo que hago. En definitiva, hoy no se puede considerar indecente a quien se niega a tener en su casa un negocio judío.
EL FISCAL, generoso: Mientras el hombre pague su alquiler…
EL JUEZ, diplomáticamente: Al parecer, ya lo denunció otra vez por otro asunto…
EL FISCAL: Ah, lo sabía usted. Pero ¿quién le dice que con ello quería desalojarlo? Tanto más cuanto que la denuncia fue hoy retirada… Eso haría pensar más bien en un buen acuerdo, ¿no? Mi querido Goll, no sea ingenuo.
EL JUEZ, ahora realmente furioso: Mi querido Spitz, las cosas no son tan sencillas. El propio socio, del que pensaba que lo protegería, va a acusarlo, y el propietario de la casa, que lo acusó, va a protegerlo. Eso no se entiende.
EL FISCAL: ¿Para qué nos pagan nuestro sueldo?
EL JUEZ: Es un asunto espantosamente complicado. ¿Quiere un puro?
El fiscal coge un puro, y fuman en silencio. Luego, el juez empieza a reflexionar, sombrío.
Si ante el tribunal se demuestra que no hubo provocación, que Arndt no provocó, podrá presentar enseguida una demanda por daños y perjuicios contra la SA.
EL FISCAL: En primer lugar, no podría demandar a la SA sino, todo lo más, a Häberle, Schünt y Gaunitzer, que no tienen nada, si es que no quiere demandar a ese desocupado, cómo se llama… eso es, Wagner. Con énfasis: En segundo lugar, se lo pensaría un poco antes de presentar una demanda contra miembros de la SA.
EL JUEZ: ¿Dónde está ahora?
EL FISCAL: En el hospital.
EL JUEZ: ¿Y Wagner?
EL FISCAL: En un campo de concentración.
EL JUEZ, tranquilizándose un tanto: Bueno, en vista de las circunstancias, Arndt, realmente, no tendrá mucho interés en demandar a la SA. Y Wagner tampoco querrá insistir mucho en su inocencia. Pero la Sección no se quedará nada contenta si el judío es absuelto.
EL FISCAL: La SA demostrará ante el tribunal que fue provocada. Si lo fue por el judío o por el marxista les dará igual.
EL JUEZ, dudando aún: No del todo. Al fin y al cabo, en el altercado entre el desempleado Wagner y la SA se causaron daños a la joyería. Alguna responsabilidad tendrá la Sección.
EL FISCAL: Bueno, no se puede tener todo. No podrá usted ser justo con todo el mundo. Y con quién debe serlo se lo dirá su sentimiento patriótico, mi querido Goll. Lo único que puedo asegurarle es que, en los círculos nacionalistas y hablo también de cargos muy altos de las SS, se espera precisamente un poco más de firmeza de la judicatura alemana.
EL JUEZ, suspirando profundamente: En cualquier caso, hacer justicia no es hoy tan sencillo, mi querido Spítz. Eso tendrá que reconocerlo.
EL FISCAL: De buena gana. Pero hay una frase magnífica de nuestro Comisario de Justicia a la que puede atenerse: Justicia es lo que aprovecha al pueblo alemán.
EL JUEZ, sin ningún entusiasmo: Sí, sí.
EL FISCAL: Sobre todo, no tenga miedo. Se levanta. Ahora conoce el trasfondo. No debiera resultarle tan difícil. Hasta luego, mi querido Goll.
Sale. El juez está muy descontento. Se queda un rato junto a la ventana. Luego hojea distraído el expediente. Al terminar hace sonar un timbre. Entra un ujier.
EL JUEZ: Vaya a la sala de testigos a buscar al inspector de policía Tallinger. Hágalo discretamente.
Sale el ujier. Vuelve a entrar el inspector.
Tallinger, con su consejo de considerar el asunto como una provocación de Arndt me hubiera metido en un buen lío. Al parecer, el señor von Miehl está dispuesto a declarar bajo juramento que fue el desocupado Wagner el autor de la provocación y no Arndt.
EL INSPECTOR, impenetrable: Sí, eso dicen, señor juez.
EL JUEZ: ¿Qué quiere decir con «eso dicen»?
EL INSPECTOR: Que los insultos los profirió Wagner.
EL JUEZ: ¿Y no es verdad?
EL INSPECTOR, molesto: Señor juez, sea verdad o no, no podemos…
EL JUEZ, con firmeza: Óigame bien. Está usted en un Palacio de Justicia alemán. ¿Ha confesado Wagner o no?
EL INSPECTOR: Señor juez, yo no estuve en el campo de concentración, si es eso lo que quiere saber. En las actas de la investigación hecha por el comisario —al parecer, Wagner estaba enfermo de los riñones— se dice que confesó. Sólo que…
EL JUEZ: ¡O sea, que confesó! ¿Qué quiere decir ese «sólo que»?
EL INSPECTOR: Estuvo en la guerra y tiene una bala incrustada en la garganta y como declaró Stau, ya sabe, el socio de Arndt, no puede alzar la voz. Cómo pudo entonces von Miehl, desde el primer piso, oírle gritar insultos no resulta del todo…
EL JUEZ: Bueno, entonces dirán que, para ser un Götz de Berlichingen[1], no hace falta mucha voz. Se puede hablar también con simples gestos. Tengo la impresión de que la Fiscalía quiere dejar a la SA una salida así. Mejor dicho, esa salida y nada más.
EL INSPECTOR: Por supuesto, señor juez.
EL JUEZ: ¿Qué dice Arndt?
EL INSPECTOR: Que no estaba allí y que la herida de la cabeza se la produjo al caer por la escalera. No se le puede sacar nada más.
EL JUEZ: Probablemente ese hombre es por completo inocente y pinta lo mismo que Poncio Pilato en el Credo.
EL INSPECTOR, resignado: Por supuesto, señor juez.
EL JUEZ: No diga siempre «por supuesto» como un cascanueces.
EL INSPECTOR: Por supuesto, señor juez.
EL JUEZ: ¿Qué es lo que quiere decir realmente? No me guarde rencor, Tallinger. Tiene que comprender que estoy un poco nervioso. Sé que es usted un hombre honrado y, si me dio un consejo, debió de ser por algo, ¿no?
EL INSPECTOR, bondadoso como es, hace un esfuerzo: ¿No ha pensado que el segundo fiscal podía querer sencillamente su puesto, el de usted, y lo engañó por eso? Eso ocurre ahora mucho… Supongamos, señor juez, que usted declara la inocencia del judío. Dice que no provocó lo más mínimo. Que ni siquiera estaba allí. Le hicieron la herida en la nuca por pura casualidad, en una reyerta de otras personas. Entonces, al cabo de algún tiempo vuelve a su tienda. Stau no puede impedírselo. Y su negocio ha sufrido daños por valor de once mil marcos. Sin embargo, son unos daños en los que participa Stau, que no podrá reclamar esos once mil marcos a Arndt. Por consiguiente, Stau, por lo que sé de él, reclamará a la Sección sus joyas. Naturalmente, no lo hará por sí mismo porque, como cómplice de un judío, sirve a los judíos. Pero habrá gente que lo haga por él. Entonces dirán que la SA, por celo patriótico, roba joyas. Lo que la Sección pensará entonces de su sentencia se lo puede imaginar. Y el hombre de la calle tampoco lo entenderá. Porque ¿cómo es posible que, en el Tercer Reich, un judío tenga razón frente a la SA?
Desde hace un rato se oye ruido al fondo. Ahora se hace bastante fuerte.
EL JUEZ: ¿Qué es ese ruido horrible? Un momento, Tallinger. Llama y entra el ujier. ¿Qué es ese alboroto, oiga?
EL UJIER: La sala está repleta. Y ahora están tan apretados en los pasillos que no puede pasar ya nadie. Y entre ellos hay algunos de la SA que dicen que tienen que pasar porque tienen orden de presenciar el juicio.
Sale el ujier, porque el juez se ha limitado a mirarlo espantado.
EL INSPECTOR, continuando: No podrá librarse de esa gente, ¿sabe? Le aconsejo que se ocupe de Arndt y deje en paz a los de la SA.
EL JUEZ, se sienta destrozado, con la cabeza en la mano. Fatigosamente: Está bien, Tallinger. Tengo que reflexionar en el asunto.
EL INSPECTOR: Tiene que hacerlo, señor juez.
Sale. El juez se levanta pesadamente y toca a rebato. Entra el ujier.
EL JUEZ: Vaya al señor Fey, magistrado de la Audiencia, y dígale que le ruego que venga un minuto.
Sale el ujier. Entra la criada del juez con una bolsa de desayuno.
LA CRIADA: Un día se va a olvidar usted la cabeza, señor juez. Es horrible. ¿Qué ha vuelto a olvidarse hoy? Piénselo: ¡lo más importante! Le tiende la bolsa. ¡La bolsa del desayuno! Luego tendrá que ir a comprar brezel calientes aún, y otra vez, como la semana pasada, tendrá dolor de estómago. Es que no se cuida.
EL JUEZ: Está bien, Marie.
LA CRIADA: Por poco no me dejan pasar. Todo el Palacio de Justicia está lleno de hombres de la SA, por ese proceso. Pero hoy les van a dar lo suyo, ¿verdad, señor juez? En la carnicería la gente decía: ¡menos mal que todavía hay Justicia! ¡Dar una paliza así a un comerciante! En esa Sección, la mitad eran antes delincuentes, lo sabe todo el barrio. Si no fuera por los jueces se llevarían hasta las torres de la catedral. Lo hicieron por los anillos; uno, ese Häberle, tiene una novia que hacía la calle hasta hace seis meses. Y al desempleado Wagner, que tiene una bala en la garganta, lo golpearon mientras limpiaba la nieve, todos lo vieron. Actúan abiertamente y aterrorizan al barrio, y a los que se atreven a decir algo los esperan y, a golpes, los dejan tendidos en el suelo.
EL JUEZ: Está bien, Marie. ¡Ahora váyase!
LA CRIADA: Yo he dicho en la carnicería que el señor juez les daría lo que es bueno, ¿no tenía razón? A las personas decentes las tiene usted de su parte, puede estar seguro, señor juez. Pero no se tome el desayuno demasiado deprisa, que podría hacerle daño. Es tan malo para la salud, y ahora me voy y no lo detengo más, que lo esperan en la vista, y no se ponga nervioso en la vista, es mejor que coma primero, por el par de minutos que necesita para comer no va a pasar nada, y no coma con el estómago revuelto. Porque tiene que cuidarse, la salud es el mayor bien, pero ahora me voy, usted sabe lo que se hace y ya veo que está impaciente por irse a la vista, y yo tengo que ir ahora a los ultramarinos.
Sale la criada. Entra Fey, magistrado de la Audiencia, un señor de edad, amigo del juez.
EL MAGISTRADO: ¿Qué ocurre?
EL JUEZ: Quisiera hablar de una cosa contigo, si tienes un momento. Esta mañana tengo un caso bastante horrible.
EL MAGISTRADO, sentándose: Sí, el caso de la SA.
EL JUEZ, deteniéndose en sus idas y venidas: ¿Cómo lo sabes?
EL MAGISTRADO: Lo comentaba ayer por la tarde. Un caso desagradable.
El juez vuelve a pasear nervioso de un lado a otro.
EL JUEZ: ¿Qué decían?
EL MAGISTRADO: Nadie te envidia. Curioso: ¿Qué vas a hacer?
EL JUEZ: Eso es lo que no sé. Pero no pensaba que el caso fuera ya tan conocido.
EL MAGISTRADO, asombrado: ¿No?
EL JUEZ: Parece que ese socio es un tipo muy peligroso.
EL MAGISTRADO: Eso dicen. Pero ese von Miehl tampoco es un bienhechor de la Humanidad.
EL JUEZ: ¿Se sabe algo de él?
EL MAGISTRADO: Lo bastante. Tiene relaciones.
Pausa.
EL JUEZ: ¿De muy alto nivel?
EL MAGISTRADO: De muy alto nivel.
Pausa.
Con cautela: Si dejaras fuera al judío y absuelves a Häberle, Schünt y Gaunitzer por haber sido provocados por el desocupado, que se refugió en la tienda, la SA se daría por contenta, ¿no? En cualquier caso, Arndt no demandará a la SA.
EL JUEZ, preocupado: Pero el socio de Arndt sí. Irá a la SA y reclamará sus objetos de valor. Y entonces tendré encima a toda la dirección de la SA, Fey.
EL MAGISTRADO, después de pensar en ese argumento, que lo ha sorprendido al parecer: Pero si no dejas fuera al judío, ese von Miehl con toda seguridad te romperá el cuello por lo menos. ¿No sabes que Arndt tiene en el banco pagarés de von Miehl? Necesita a Arndt como el que se está ahogando necesita una brizna de paja.
EL JUEZ, espantado: ¡Pagarés!
Llaman a la puerta.
EL MAGISTRADO: ¡Adelante!
Entra el ujier.
EL UJIER: Señor juez, realmente no sé cómo reservar asientos para el señor Fiscal General y el señor presidente de la Audiencia Schönling. Si me lo hubieran dicho a tiempo…
EL MAGISTRADO, dado que el juez guarda silencio: Desocupe dos asientos y no nos moleste.
EL JUEZ: ¡Eso es lo que me faltaba!
EL MAGISTRADO: Von Miehl no puede en ningún caso entregar a Arndt y dejar que se hunda. Lo necesita.
EL JUEZ, hundido: Para exprimirlo.
EL MAGISTRADO: Yo no he dicho eso, mí querido Goll. Tampoco puedo comprender realmente cómo puedes atribuirme algo así. Quisiera dejar en claro que no he pronunciado ni una sola palabra contra el señor von Miehl. Siento que sea necesario decirlo, Goll.
EL JUEZ, nervioso: No puedes tomarte las cosas así, Fey. Cuando tú y yo estamos tan unidos.
EL MAGISTRADO: ¿Qué quieres decir con eso de que «tú y yo estamos tan unidos»? No puedo inmiscuirme en tus asuntos. Si quieres ponerte de parte de la policía criminal o de la SA, tendrás que hacerlo solo. Al fin y al cabo, es hoy cada uno el mejor consejero de sí mismo.
EL JUEZ: Yo también soy mi mejor consejero. Lo que pasa es que no sé qué consejo darme.
Está de pie junto a la puerta, escuchando el alboroto de fuera.
EL MAGISTRADO: Mala cosa.
EL JUEZ, agotado: Yo estoy dispuesto a todo, Dios Santo, ¡compréndeme! Tú has cambiado mucho. Resolveré esto o aquello, lo que quieran, pero tengo que saber lo que quieren. Si no se puede saber, es que no hay ya Justicia.
EL MAGISTRADO: Yo no gritaría que no hay Justicia, Goll.
EL JUEZ: ¿Qué he dicho? No quería decir eso. Sólo quería decir que cuando hay tales contradicciones…
EL MAGISTRADO: En el Tercer Reich no hay contradicciones.
EL JUEZ: No, naturalmente. Yo no he dicho otra cosa. No analices cada palabra.
EL MAGISTRADO: ¿Por qué no? Soy juez.
EL JUEZ, sudando: ¡Si hubiera que analizar cada palabra de los jueces, mí querido Fey! Yo estoy dispuesto a examinarlo todo de la forma más cuidadosa y concienzuda, ¡pero tienen que decirme qué resolución convendría a los intereses superiores! Si dejo al judío en su tienda, contrariaré naturalmente al propietario de la casa… no, al socio, ya no sé lo qué me digo… y si la provocación partió del desempleado, entonces el propietario… cómo se llama, von Miehl querrá que… No me pueden mandar a los confines de Pomerania, tengo una hernia y no quiero tener nada que ver con la SA… ¡Al fin y al cabo tengo familia, Fey! ¡A mi mujer le resulta muy fácil decir que, sencillamente, tengo que averiguar lo que realmente ocurrió! Si lo hiciera, lo mejor que me pasaría sería despertarme en un hospital. ¿Hablaré de la agresión? Hablaré de la provocación. Entonces, ¿qué quieren? Es evidente que no condenaré a la SA sino al judío o al desempleado, ¿pero a cuál de los dos condenar? ¿Cómo voy a elegir entre el desempleado y el judío, o sea entre el socio y el propietario? A Pomerania no iré en ningún caso, ni hablar, ¡prefiero un campo de concentración, Fey! ¡No me mires así! ¡No soy el acusado! ¡Estoy dispuesto a lo que sea!
EL MAGISTRADO, que se ha levantado: Estar dispuesto no lo es todo, querido amigo.
EL JUEZ: Pues entonces, ¿cómo voy a juzgar?
EL MAGISTRADO: En general, eso se lo dice al juez su conciencia, señor Goll. ¡No lo olvide! Ha sido un honor.
EL JUEZ: Sí, naturalmente. Según su leal saber y entender. Pero en este caso, ¿qué debo elegir? ¿Qué, Fey?
Sale el magistrado. El juez lo sigue con la vista sin decir palabra. Suena el teléfono.
EL JUEZ, cogiendo el teléfono: ¿Sí?… ¿Emmi?… ¿Se han excusado de ir adónde? ¿A la bolera?… ¿Quién llamó? ¿El pasante Priesnitz?… ¿Y cómo lo sabe ya?… ¿Qué quiere decir con eso? Tengo que dictar una sentencia.
Cuelga. Entra el ujier. Se oye fuertemente el alboroto de los pasillos.
EL UJIER: Häberle, Schünt y Gaunítzer, señor juez.
EL JUEZ, buscando sus actas: Enseguida.
EL UJIER: Senté al señor presidente de la Audiencia en la mesa de la prensa. Se quedó muy satisfecho. Pero el señor Fiscal General se negó a sentarse con los testigos. Quería sentarse en la mesa del tribunal. ¡Y entonces usted hubiera tenido que dirigir el juicio desde el banquillo de los acusados, señor juez! Se ríe tontamente de su propio chiste.
EL JUEZ: Eso no lo haré nunca.
EL UJIER: Por aquí, señor juez. Pero ¿dónde ha puesto la carpeta de la acusación?
EL JUEZ, totalmente confuso: Sí, la necesito. Si no, no sabré quién es el acusado, ¿eh? ¿Qué vamos a hacer con el Fiscal General?
EL UJIER: Eso que se lleva ahora es la guía de teléfonos, señor juez. Aquí tiene su cartera.
Se la mete al juez bajo el brazo. El juez sale fuera desconcertado, secándose el sudor.