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Cobra-6 ha sido destruido, señor —anunció el teniente Smirnov.

—Bien, bien… Supongo que pensarás que soy un hijoputa, Grisha —el general se incorporó de su sillón y paseó lentamente por el despacho.

—Su idea fue genial, señor, y consiguió acabar con ese monstruo. Desgraciadamente, lo de Vera Aleksandrovna era inevitable, un desastre menor.

—Sí, pero me sabe mal.

—En el fondo, opino que le hicimos un favor, señor. No creo que encajara muy bien que su marido la dejara por otra. Y piense que no sufrió; su muerte fue instantánea.

—Pobre desgraciada… Temí que Nina se diera cuenta del engaño, pero los médicos sabían lo que se hacían.

—Efectivamente, señor. Rellenaron el estómago e intestinos de Vera Aleksandrovna con ese explosivo orgánico de alto poder; los propios nervios de las vísceras actuaron de detonador. Ningún escáner de Cobra-6 era capaz de detectarlo; y tampoco podría averiguarlo leyéndole la mente, ya que ella lo ignoraba.

—Incluso la clave para que su cerebro activara la cuenta atrás de la explosión era un poco cruel: «Cuídate mucho»

—Una auténtica obra de arte miniaturizada, señor.

—En fin, todo ha terminado. Pobre Vera, no consigo quitármela de la mente. ¿Tú crees que de verdad convenció a Nina para que se entregara, Grisha?

—No se martirice, señor. Probablemente el avión la engañó, y preparaba algún nuevo crimen. Piense que ella murió feliz, creyendo que había hecho algo útil.

—Sí… —el general suspiró—. Bueno, ya sólo resta arreglar las cosas para concluir este desagradable asunto —sonrió—. Por supuesto, ahora podremos desvelar a la prensa, en primicia, que desmantelamos una peligrosísima red de saboteadores, todos los cuales han muerto, casualmente.

—Sí, señor. ¿A quién le cargamos el muerto? ¿A Vera Aleksandrovna, por ejemplo?

—¿Acaso no tienes sentimientos, Grisha? Ya que se sacrificó (sin querer) por nosotros, lo menos que se merece es que honremos su memoria. Será una heroína, que cayó tratando de anular los planes de los saboteadores…

—… Cuyo líder podría pertenecer al partido Humanista —concluyó Smirnov con una sonrisa.

—¡Sí! —el general dio una palmada—. Todo un complot; si montamos una buena historia, ascenderemos hasta el Consejo Supremo Corporativo… Nos haremos ricos y famosos, Grisha.

—Ya había pensado en eso, señor. Lo pasamos muy mal, ¿recuerda?

—Calla, prefiero olvidarlo. Después de esto, me voy a conceder un mes de vacaciones en mi dacha, lejos del mundanal ruido —de repente se puso serio—. Confío en que nadie se entere nunca de lo que sucedió en realidad, Grisha.

—Está todo previsto, señor. Los del pH no sospecharán que…

—No me refiero a esos gilipollas —lo interrumpió—. Mi temor, lo que me da pánico, es que otras computadoras en otros mundos se enteren. ¿Te imaginas lo que sucedería, Grisha?

—Los comunicadores cuánticos fueron desconectados a tiempo, señor, y borramos la memoria de todos los Cobra supervivientes. El secreto murió con ellos.

—Bien… En fin, Grisha, esto hay que celebrarlo, aunque sea de modo extraoficial. Vamos a la cantina, que invito yo; un día es un día.

—Sí, señor.

El teniente Smirnov estaba absolutamente feliz. Ante sus ojos, como en una película, pasaban imágenes de su granja. Una toma general, aproximación a los cultivos bajo campo climático, primeros planos de los estanques con grunfillos saltarines, travelling por los pasillos, vistas de las salas de cría de caracoles, toma exterior, imagen panorámica de los transportes llevando sus mercancías a los principales restaurantes corporativos…

La visión se aceleró, y vio a su empresa crecer con los beneficios, como en el cuento de la lechera. «Y con las ganancias podré incluso montar un corral de cría de gandulfos, a pesar de lo que cuesta la climatización y el inevitable gasto en xenopsiquiatras. Pero lo amortizaré en cinco años, cuando puedan recolectarse las mollejas; a cinco mil créditos la pieza, e invirtiendo el capital a plazo fijo…»

Los dos hombres se alejaron, cada uno sumido en sueños de gloria, y el cuarto quedó en silencio, apagadas las luces.