POR fin salieron al exterior, y el sol poniente arrancó destellos del negro fuselaje del cazabombardero. Rodaron hacia el perímetro exterior, seguidos sólo por su sombra alargada y deforme.
—Llegó el momento, Vera. Creo que ésta es la última vez que vuelo. No me permitirán hacerlo otra vez —su tono era triste, casi un lamento.
—No te preocupes, pequeña. Has demostrado demasiadas habilidades como para que las desperdicien. Te pueden reconvertir en un prototipo desarmado, o en un modelo de pruebas. Además… No te abandonaré, Nina. Me tendrás a tu lado, luchando por ti. Los amigos son demasiado escasos, para dejarlos escapar —trató de reír, aunque estaba emocionada.
—Gracias Vera. Saldremos de ésta, y aún nos quedan muchos días que compartir.
—Así me gusta, verte alegre, pequeña. ¿Y bien?
—Prepárate, Vera. Despegamos.
Si la mujer había creído que el contacto mental era maravilloso, ahora entró en éxtasis. Nina volaba muy bajo, a pocos metros del suelo de la Meseta, una alta llanura cubierta de nieve, como un lienzo brillante e inmaculado. El aire le acariciaba el fuselaje, y el cielo se teñía de anaranjado en poniente.
—Nunca imaginé que existiera algo tan hermoso —musitó—. Me gustaría que este momento durara eternamente, no salir jamás de este cuerpo de metal.
La parte delantera del USC-1000 estalló, desintegrándose en fragmentos. Los restos del aparato cayeron sobre la nieve, abriendo un surco negruzco muy largo sobre un fondo blanco. Los despojos de la máquina y su tripulante desprendían volutas de humo, pero éstas cesaron pronto. Hacía mucho frío, y el sol se estaba ocultando.