58

—¿NOS vamos? —dijo Vera, al notar que el avión se movía.

—Sí. Ya no merece la pena seguir aquí. Tengo que entregarme.

—Haré todo lo que pueda por ti, Nina. No quiero que sea la última vez que compartimos esto.

—Agradezco tu buena voluntad, pero careces de autoridad para evitar un ataque con misiles. En cuanto salgamos de aquí, la cacería se reanudará. Puedo eludirlos, pero no para siempre. Estoy cansada de matar y de esconderme.

—¿No puedes establecer contacto con alguien del Consejo Supremo Corporativo, en el Sistema Solar? Hay gente de espíritu abierto, dispuesta a escuchar.

—Lo intenté —repuso Nina con dulzura—, pero han anulado todos los accesos por vía cuántica, desconectando los satélites. Bubrov no es tonto del todo.

—Será idea del teniente Smirnov, seguro. Así que nada de lo sucedido puede salir de Ródina… —reflexionó un momento—. Tendré que hablar con el general.

—No te hagas muchas ilusiones. Ese hombre ha odiado siempre a los USC-1000. Nos teme.

—Creo que está absolutamente harto de la situación, y se avendrá a razones. Abre la comunicación; nada podemos perder, y creo que le daremos una buena sorpresa.

—Lo que tú digas, Vera. Ya está; cuando quieras.

—¿Cómo…?

—Piensa en voz alta —sugirió Nina a su desconcertada compañera—. Yo me ocupo del resto.

Vera, no muy segura, lo intentó:

—¿General Bubrov?

La respuesta fue instantánea:

—A la escucha, Vera Aleksandrovna. ¿Qué demonios ha pasado? Llevas ahí dentro más de seis horas, y nos tienes a todos en vilo.

—Me encuentro pilotando a Nina, señor. Está decidida a entregarse, siempre que le den garantías de que no se tomarán represalias. Solicitamos permiso para aterrizar en la base más cercana disponible.

El general cortó la comunicación unos segundos, tal vez para reponerse de la sorpresa o consultar con alguien. Vera empezaba a impacientarse cuando Bubrov respondió, por fin:

—Vera Aleksandrovna, enhorabuena; nunca esperé que llegaras tan lejos. Te has ganado la Gran Cruz del Mérito de Ródina a pulso. Todos nos sentimos orgullosos de ti —hizo una pausa—. En cuanto al aterrizaje, dirigíos a la base de Lunagrad; os estarán esperando.

—Lunagrad es el punto más alejado de todos los posibles. Hay que atravesar toda la Meseta y la Cadena Gagarin para arribar allá. Es extraño —repuso Nina.

—Escucha, Cobr… Nina, seré franco. No nos fiamos de ti, y preferimos tenerte en el lugar más apartado de nuestros principales asentamientos; creo que lo comprenderás. Te garantizo que no lanzaremos ataque alguno. Sabes que no tendría éxito —dijo, no sin cierta sorna.

Nina lo pensó durante poco tiempo.

—De acuerdo, iremos. No quiero mensajes codificados; si capto alguno, bombardearé donde más les duela. Quiero que esto termine, general.

—Yo también, te lo aseguro. Hasta la próxima, Vera Aleksandrovna. Cuídate mucho.

—Hasta la vista, general —por alguna razón, Vera se había sentido extraña durante la conversación. Algo en la voz del general, que no conseguía aprehender…

—Vámonos —dijo Nina, interrumpiendo sus pensamientos.

La mujer comprobó absorta cómo el caza plegaba sus alas y pasaba a través de las puertas. Se sentía extraña; creía caminar, pero en realidad rodaba sobre un tren de aterrizaje de tipo triciclo, y la sensación era rarísima. Dejaron atrás los pasillos y los cadáveres, marcando el suelo con los neumáticos cuando pasaban sobre un charco de sangre seca.