NINA sólo había tenido la mente de un niño grande para juzgar al resto de la Humanidad. Ahora se zambulló en los recuerdos de una persona que había vivido y sentido mucho más. Supo de otras formas de alegría y dolor, de amor y odio, de esperanza y desengaño. Y de solidaridad.
Vera no estaba acostumbrada al contacto mental. «Dos personas y una sola mente; ya sólo nos falta el Espíritu Santo para completar el equipo», fue la primera idea rara que la asaltó. Poco a poco logró orientarse, y penetró en la psique de Nina. Era una especie de tormenta de miedos y sentimientos contrapuestos, rodeados de confusión. Conoció a Iván Nikoláevich, y le pareció un auténtico mocoso malcriado y caprichoso.
—Te hizo daño, pobre criatura. Pobre, pobre Nina, tan sola —Vera sintió que irradiaba una ola de ternura que las envolvía.
El contacto mental duró mucho tiempo. Ambas se vaciaron la una en la otra. Cuando el proceso terminó, Vera descubrió que amaba a una máquina, que a su vez también la quería. Hasta la muerte.