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EL habitáculo del piloto era confortable; parecía haber sido diseñado para ella. Se hundió en el sillón con alivio.

—Faltan algunas cosas, que se perdieron cuando me deshice de Buttayev —se excusó—. Repuse todo lo que pude en la base principal; espero que estés cómoda.

—Mucho; gracias. ¿Qué quieres de mí? —a pesar de todo no tenía miedo; sentía que nada la amenazaba.

—Ponte el casco. Deseo leerte la mente —el tono era amable, pero firme—. Necesito más elementos de juicio; estoy hecha un lío.

—¿Vamos a integrarnos?

—Sí. No temas, el proceso es indoloro.

Fascinada, se caló el casco, que no era opresivo ni molesto. La cabina se cerró, y multitud de luces se encendieron en el cuadro de mandos.

—Deja los brazos reposar en los soportes que hay a los lados, por favor.

Vera observó cómo una batería de cables y tubos se adosaba entre las muñecas y los codos. Unos líquidos fluían por ellos, aunque no sentía molestia alguna.

—Integración en marcha —anunció Nina.

Vera sufrió un momento de total desorientación. «¿Y mi cuerpo? ¿Dónde se ha ido?», pensó, más divertida que otra cosa. Por unos instantes flotó en un limbo gris, pero al poco sus percepciones volvieron, aunque totalmente distorsionadas. «Debería estar asustada».

Ya no era una mujer. Intentó flexionar los dedos, pero descubrió que sus brazos se habían convertido en unas alas de biometal. Trató de moverse, y sólo logró que los flaps del lado derecho se abrieran. Además, el disponer de un ángulo de visión de 360° la desconcertaba.

—Será mejor que yo me responsabilice de las funciones motoras —sugirió Nina.

—¿Qué vamos a hacer? —Vera se dio cuenta de que no se estaban comunicando verbalmente, y lo halló excitante.

—Contacto mental directo, y sin barreras. Prepárate.

Un instante después, las dos eran una.