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«Dios mío, ¿cómo puede una máquina decir algo así?» Vera sentía una repulsión visceral ante una escena tan antinatural como la que estaba viviendo. Lo que tenía delante era una mole de varias toneladas cargada de bombas, que hablaba como una actriz acerca de sus problemas metafísicos. Por un instante fue incapaz de reaccionar, y el avión siguió descargando su conciencia:

—¿Sabes lo que es querer a alguien y ver que no te hace caso, y cuidarlo a pesar de todo? ¿Ser feliz, conseguir que todo marche bien, y darte cuenta de repente de que eso se ha esfumado? ¿De que todo está cerrado para ti, y sentir miedo ante un futuro vacío?

Aquello era demasiado. Vera, a despecho de la amenaza que pendía sobre ella, se dirigió resuelta hacia el avión, se plantó delante del morro, lo señaló con un dedo y le espetó:

—Pero… ¿Quién te has creído que eres, para nombrarte depositaria del dolor del mundo? Tienes cuatro días y pretendes darme lecciones de sufrimiento y autocompasión… Pues podemos hacer una competición, ¿quieres, muñeca? —puso los brazos en jarras—. ¿Sabes lo que supone tirar veinte años de tu vida por la borda? ¿Y descubrir que te estás haciendo vieja? No, claro que no, la señorita no tiene que pasar por eso; una revisión, y ya está de nuevo limpia, lisa y reluciente, como recién salida de fábrica. Desconoces lo que es mirarte al espejo y constatar que eres incapaz de despertar la pasión de quien tienes a tu lado. Y perder a alguien, ¿quieres que te diga lo que eso significa realmente?

Vera descargó todo lo que había guardado dentro de sí y que la iba royendo lentamente por dentro. No supo cuánto tiempo siguió así, hablando y gritando alternativamente, diciendo cosas que nunca confió a nadie, ni a Yuri siquiera. Cuando terminó estaba exhausta, pero se sentía más libre, como si se hubiera quitado un lastre de encima. Miró con más atención a Nina, y se percató de dos detalles extraños, que en su enfado le pasaron desapercibidos: el caza había cerrado los domos de las ametralladoras, y mostraba la cabina abierta.

—Sube, por favor —le rogó con voz tranquila.