53

«Uf, qué frío hace aquí», se dijo Vera, al tiempo que se arrebujaba en su abrigo y activaba los calentadores. Su aliento se condensaba en nubes que flotaban en la clara atmósfera de la Meseta de Leng. Cerró la portezuela del vehículo que la había llevado hasta allí; era un transporte automático, sin piloto, tal como había exigido Nina. De hecho, lo había controlado en los kilómetros finales. Ningún otro aparato circulaba en toda la planicie.

Vera contempló la central Sajarov y sintió un escalofrío, no atribuible a la baja temperatura. Consistía en una serie de edificios masivos, incongruentes, puestos en medio de ningún sitio, en una llanura plana como una tabla.

No se veía un alma.

—Nina, soy Vera Kulagina, tu interlocutora —anunció por el comunicador—. Hemos cumplido todas tus condiciones. Vengo sola, sin armas. Solicito permiso para pasar.

—De acuerdo, Vera; tienes vía libre —la respuesta no había tardado ni un segundo.

«Parece una mujer. ¿Hasta qué punto razonará como una?»

Penetró lentamente en el perímetro externo de la central. No le temblaba el pulso, y se sentía bien. «Me hicieron una buena revisión en el centro médico, aunque no recuerdo nada de cuando me introdujeron en el escáner». Pero muy pronto dejó de pensar en sí misma.

«¿Dónde está la gente?»

No tardó en averiguarlo. En la entrada tropezó con el primer cadáver.

Para su sorpresa, no sintió miedo, ni horror; sólo curiosidad. «Me debieron de dar un tranquilizante. Bienvenido sea, porque esto…» Se acercó. Era un hombre de edad mediana, y algo le había seccionado la garganta. «¿Cómo puede un ser humano contener tanta sangre?» Trató de no pisar el gran charco en el suelo. «¿Qué lo habrá matado?»

Al poco lo encontró. «¿La máquina jardinera? Sí, hay sangre en la sierra de podar el seto. Dios Santo, Nina controla los robots de servicio. ¿Quedará alguien vivo?» Sólo vio más cuerpos muertos, todos por causa de las máquinas de mantenimiento. Algunas de éstas, aún cubiertas de manchas rojas, se situaron tras ella para cortarle la retirada. Su sincronización era perfecta.

—¿Era todo esto necesario, Nina?

—Lamentablemente, los robots se extralimitaron al cumplir mis órdenes. Dirígete hacia la sala de control del reactor, Vera. Ellos te guiarán.

Una máquina que semejaba un cubo de basura con antenas se puso delante de ella y flotó lentamente. Vera la siguió, alerta.

El paseo fue breve. Una puerta se abrió como un iris, y la mujer se enfrentó a su destino.