52

—PUEDE hacerlo, señor —dijo Smirnov, una vez que el robot médico se hubo marchado, tras reparar la mano del general—. Si manipula el reactor, la explosión será tremenda, pero eso no es lo peor. La nube radiactiva será dispersada por los vientos dominantes —en un holograma se trazaron unas líneas amarillas—, y las zonas más pobladas de Ródina se verán afectadas. Esa cosa lo ha calculado muy bien.

—Nunca me gustaron las centrales nucleares de fisión —gruñó el viejo—. Por más medidas de seguridad que establezcamos, siempre queda el peligro de que algún saboteador inteligente… —su voz menguó hasta un murmullo ininteligible.

—Son necesarias, señor —terció el teniente—. Hacen falta isótopos para muchas tareas médicas, científicas y militares.

—Sí; será por eso que en la Vieja Tierra no queda ninguna en pie, y nos las endosaron todas a los planetas de los sistemas periféricos. Como hay mucho sitio libre, y estamos lejos… —el general soltó una blasfemia—. Bueno, señoras y señores, y ahora ¿qué?

Vera había permanecido a un lado durante la discusión, pero mientras había madurado una idea.

—Señor, si me permite…

—Habla, Vera Aleksandrovna; tú eres la única mente lúcida que debe de quedar en este mundo —dijo el general, no sin ironía.

—Señor, déjeme ir a esa central. Creo que podría convencer a Nina para que depusiera su actitud.

El general la miró como si la viera por primera vez; el teniente también estaba perplejo.

—¿Estás segura? —preguntó Bubrov—. Lo más probable es que ocurra una catástrofe, y que mueras.

—¿Y si no lo intento, señor, y pasa el plazo, y no tiene a Iván? Ninguna estratagema la engañará, y usted lo sabe. Creo que conozco cómo piensa, y trataré de razonar con ella. Nadie más sería capaz, no con tan poco tiempo para estudiarla. Distráigala un poco, mientras llego allá.

—Muy arriesgado —murmuró Smirnov, aunque su comentario fue audible.

Vera desvió su atención hacia el teniente, y eso le impidió ver cómo el general empalidecía y clavaba su mirada en ella. Cuando se volvió, no se percató de nada. Bubrov sonreía:

—Necesitarás una revisión médica de urgencia, querida —dijo amablemente.

Vera y Grisha quedaron sorprendidos por la sugerencia, aunque este último no lo demostró. Bubrov prosiguió:

—Desconocemos las circunstancias en las que tendrás que desenvolverte, y por allí el clima es muy duro; debes ir bien preparada.

—¿Eso quiere decir que acepta mi idea, señor? —Vera sentía latir su corazón aceleradamente.

—Por supuesto, querida. Eres nuestra última oportunidad. Preséntate en el centro médico dentro de quince minutos; lo tendrás todo listo.

En cuanto se hubo marchado, Smirnov fue a preguntar algo, pero el general no le dio tiempo.

—Grisha, tenemos mucho que hacer y el plazo es muy corto. Necesito un informe inmediato sobre el personal médico, y su colaboración absoluta.

—A la orden, señor.