LOS cinco Mitsubishi pronto quedaron reducidos a cuatro, merced a un certero disparo de plasma. A su pesar, Andréi admiraba fascinado las evoluciones de Nina. Estaba claro que los consideraba inferiores, casi indignos de su atención, y disfrutaba humillándolos. Se había desembarazado del camuflaje gris de combate aéreo, y sus escudos se hallaban desactivados. No le hacían falta.
Águila-2, en una inútil muestra de arrojo, lanzó dos misiles. Sus trayectorias convergieron hacia Nina, pero antes de que se aproximaran peligrosamente se precipitaron hacia el suelo. En cambio, la respuesta no falló; Águila-2 recibió un impacto directo y saltó en pedazos, tripulante incluido.
«Virgen Santa, ¿qué contramedidas llevará ese bicho?» Andréi no perdió mucho tiempo en reflexiones ociosas. Rastreó a los supervivientes, y fue entonces cuando todo el peso de la culpa cayó sobre él. Cinco muertos, a los cuales recordaba ahora dolorosamente; unas criaturas cuya mayor ilusión días atrás era hacer un buen papel en el Desfile de Primavera. Las anécdotas e incidentes que había tenido con ellos pasaron ante sus ojos en un momento. «Dicen que esto les sucede a los que van a morir». Se alzó la visera del casco para enjugarse una lágrima que le enturbiaba la visión, e inmediatamente se repuso. En unos instantes había localizado a sus dos pilotos aún vivos.
Desgraciadamente para ellos, Nina también.
Águila-5 no aguardó a que el misil que se dirigía hacia ella la redujera a vapor. Estimando que aquello de que más vale ser un cobarde vivo que un héroe muerto era una verdad como un templo, saltó en su equipo de emergencia y planeó hacia terrenos más seguros. A sus espaldas, el avión estallaba en fragmentos.
Águila-4 había huido a la máxima velocidad que permitían sus motores. Nina lo persiguió, y se dedicó a jugar con él. Resultaba patético observar los intentos del Mitsu por esquivar aquel monstruo negro, que bailaba a su alrededor como un derviche.
El capitán se compadeció del piloto, que debía de estar muerto de miedo, y analizó la situación. Águila-4 no tenía escapatoria, por supuesto; ningún arma podía burlar las contramedidas de Nina. De pronto, un pensamiento lo asaltó:
«Ningún arma con sistema de guía».
Su modesto ordenador de vuelo calculó trayectorias, y confirmó que su desesperado plan era factible. Puso los motores a máxima potencia y se dirigió hacia los dos aviones. Nina no alteró su rumbo.
«No te importa que acuda, ¿verdad? Sabes que no te dispararé un misil con Águila-4 tan cerca de ti; incluso puede que te divierta mi acción».
Nina pareció cansarse de tanta maniobra y lanzó un misil al agobiado caza. Su piloto no esperó a verlo venir, y saltó justo a tiempo en su vehículo de emergencia, escapando de la destrucción.
Justo en ese momento, Andréi tuvo a su enemiga en el punto de mira. Nunca había efectuado un disparo así, a un blanco móvil y sin la asistencia de una computadora. Murmurando un híbrido entre plegaria y blasfemia, apretó el gatillo.
El haz de plasma, a muy alta velocidad, golpeó de lleno a la sorprendida Nina, ocultándola tras una cortina de fuego amarillo. Andréi, que a decir verdad nunca creyó que fuera a acertar, lanzó un grito de triunfo.