—¿HA… ha oído eso, señor? —dijo una chica, nerviosa.
—Tranquila, Águila-5. Ese ordenador dispone de un magnífico emulador de voces; trata de confundirnos, apelando a nuestros sentimientos —oyó risas; eso estaba bien—. Que nadie le responda —pensó un momento—. Excepto yo.
Los jefes lo habían prohibido terminantemente, pero ¿qué podía perder? En algunas novelas de ciencia ficción, el héroe humano conseguía confundir al pérfido ordenador, y derrotarlo. Desgraciadamente, la vida real era mucho más prosaica. En fin, ¿por qué no?
—Atención, Cobra-6, responde —«si salgo de esta, derechito al consejo de guerra».
Para su sorpresa, le contestó:
—Mi nombre es Nina, Águila-1.
—Y el mío Andréi —»vaya un diálogo surrealista; por cierto, ¿cómo sabrá nuestro código?»
—Muy bien, Andréi. ¿Responderás a mi pregunta?
«He de ganar tiempo como sea, distraerla hasta que se ponga a tiro, pero ¿de qué puedo charlar con esa maníaca?»
—Escucha, Nina, ¿por qué no te haces a la idea de que Iván murió? —«dos minutos; sigue hablando dos minutos, puta».
—¿Cómo sé que no me engañas? —la voz parecía divertida, incluso provocadora.
«Figuraciones mías; es una máquina, no una mujer».
—¿Y si yo te dijera que sé dónde está Iván? —el capitán se felicitó por su idea. ¿Cómo no se le había ocurrido antes a nadie? Si tragaba el anzuelo y era conducida a una emboscada…
Pasaron los segundos, pero Nina contestó al fin:
—No sabes mentir, Andréi —giró sobre sí misma y se alejó.
«Maldita sea; faltaba tan poco…»
—Atención, Águilas. Maniobra de persecución —ordenó.
Los pilotos estaban excitados. El capitán confiaba en que ella («no es una mujer, recuérdalo») acelerara y desapareciera, quitándole así la responsabilidad. Sin embargo, Cobra-6 mantenía la velocidad justa para eludir el radio de acción de sus misiles, y seguía sin utilizar contramedidas electrónicas ni camuflaje.
«Está tramando algo, seguro. Juega con nosotros; podría marcharse cuando quisiera».
La Cordillera Lenin estaba cada vez más cerca. Cumbres de diez kilómetros de altura se alzaban como dientes de sierra cubiertos de nieve, en un cielo sin nubes; excepto por un viento helado de cien nudos, hacía un tiempo magnífico. Obviamente, estos datos no interesaban ni lo más mínimo a los pilotos. Todos habían quedado impresionados al ver cómo Nina se introducía en un desfiladero y emergía por el otro lado, sin rozar las paredes. Trataron de seguirla a mayor altura, y la cacería se convirtió en un juego del escondite.
Andréi Maximov sintió un escalofrío al ver al caza volar pegado a una pared vertical, provocando un alud a su paso. «Como siga así, nos va a hundir la moral más de lo que está. Tengo que hablarle, a ver si se distrae y se estrella. Ja, eso no me lo creo ni yo».
—Atiende, Nina. Tu huida no tiene sentido. Nadie va a devolverte a Iván, y tú lo sabes, aunque te niegues a admitirlo. Tarde o temprano alguien te derribará, tenlo por seguro. La Corporación no perdona —se estrujaba los sesos tratando de resultar convincente; nunca se le había dado muy bien la elocuencia—. Lo único que conseguirás será matar a inocentes. Nina, entrégate. Regresa a la base más próxima; no te dañarán, e incluso puede que te perdonen.
—No, Andréi. Tú y yo sabemos que eso no ocurrirá. Me liquidarán por lo que he hecho —la voz era triste.
El capitán, a su pesar, estaba sobrecogido. De todos modos, vio una oportunidad, y siguió razonando:
—Si crees eso, estarás de acuerdo en que no merece la pena prolongar tu agonía. Entrégate, Nina; en el peor de los casos, dejarás de sufrir. Piénsalo.
El avión guardó silencio unos minutos, mientras sorteaba unas peñas con escalofriante serenidad. Su silueta, negra sobre un fondo níveo, se perdió tras una cumbre, pero su voz se oyó clara en los receptores.
—Tienes razón, Andréi; no merece la pena.
El capitán notó cómo se le aceleraba el pulso. «¡La estoy convenciendo! ¡Se va a entregar! Dios mío, que sea verdad, por favor».
—Escúchame, Nina. La base más próxima está en las coordenadas 30SXH6004. Si te diriges hacia…
La voz femenina lo interrumpió, y sus palabras los dejaron en suspenso:
—Es inútil, Andréi. Los cerebros artificiales también sentimos dolor, y no quiero pasar por eso si me rindo. Créeme, es mejor así. Adiós.
Una tremenda explosión brotó detrás de la montaña por donde había huido Nina. Poco después, una nube en forma de hongo se alzó hacia el cielo, ocultando el sol.