—¿QUE hizo qué? —chilló Bubrov.
—A los cinco minutos justos dio media vuelta, bajó a ras de tierra y huyó. Los Mitsubishi lo persiguieron, pero antes de que se aproximaran lo suficiente para mandarle los misiles, llegó a la ciudad de Nueva Moscú y se metió entre los edificios.
—A velocidad supersónica —comentó distraídamente el general.
—Mach-2, sí, señor; rompió casi todos los vidrios de la ciudad y dejó sordas a varios miles de personas. En esas condiciones, los Mitsu no podían lanzar las cabezas nucleares; puede usted imaginarse la masacre. Cobra-6 callejeó un rato…
—A velocidad supersónica.
—Mach-2, sí, señor. Poco después se dirigió al Bosque del Oeste. Se precipitó bajo los árboles y desapareció en la floresta.
—A velocidad supersónica.
—En esta ocasión fue más prudente y bajó a mach-1,3, señor. A partir de ahí, lo perdimos; desde luego, no está en el bosque. Ese avión es una maravilla, señor; su capacidad de reacción resulta pasmosa.
—…
El teniente Smirnov sonrió para sus adentros. Al menos, disfrutaba viendo sufrir al viejo.