—¿QUÉ se llevó, exactamente? —Bubrov estaba abatido.
—Doce misiles aire-aire de largo alcance, cuatro de corto, varios miles de cargas para las ametralladoras, diez bombas no inteligentes de alto explosivo y dos nucleares, de diez kilotones cada una. Afortunadamente, no agotó su capacidad de carga, señor. Su autonomía es ilimitada.
El general le lanzó a su ayudante una mirada asesina, pero inmediatamente volvió a deprimirse.
—Si tuviera aquí delante al inventor de esos engendros, lo despellejaría poco a poco con papel de lija, le cortaría los… —se pasó la mano por la cara—. ¿Dónde está ese caza, Grisha?
—No lo sabemos, señor, pero tenemos a todos los satélites militares escrutando cada kilómetro cuadrado del planeta. Es cuestión de horas que lo localicemos y lo derribemos.
—¿Se dejará? —rió sin ganas—. En fin, Grisha, no retrasemos lo inevitable. Haz pasar a los periodistas.