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EL nuevo piloto se apellidaba Buttayev, y era un profesional. Subió al avión con la seguridad que otorga la experiencia, cerró la cabina y activó el control mental.

—Atención, Cobra-6. Salimos en misión de ataque a blanco simulado en campo 44-B. Mach-3, cota 10. Activando.

—¿Dónde está Iván Nikoláevich? —le respondió una voz curiosamente mecánica e inexpresiva.

—Murió. Desde ahora, yo soy tu otra mitad del equipo. Vamos, no podemos perder tiempo.

El avión cumplió las órdenes sin decir ni pío. Buttayev estaba satisfecho, aunque el nivel del contacto mental era muy débil; no percibía nítido al computador. Seguramente se estaba adaptando al cambio de piloto, pero lo hacía bien. A veces, esos cacharros daban problemas.

Sortearon varias colinas, casi tocando las copas de los árboles, y entonces el piloto comenzó a asustarse, e incluso a sentir pánico, porque el caza trepó a una altura de veinte kilómetros en quince segundos, lo cual no estaba previsto; es más, no respondía al control. Las alarmas zumbaron en la base, pero Cobra-6 había cortado la comunicación.

Buttayev reaccionó, e increpó al aparato:

—¿Te has vuelto loco, Cobra-6? ¡Dame el mando, o te inactivaré! ¡Irás al depósito de chatarra! ¡Reintégralo inmediatamente, o te desconectaré del sistema motor!

—No puedes hacerlo —le respondió una voz metálica.

Buttayev se precipitó sobre el botón de emergencia, y comprobó que era inútil. Nada funcionaba. Era prisionero de su propio avión, gobernado por un cerebro artificial tan loco que estaba haciendo algo teóricamente imposible. Un negro espanto se abatió sobre él, y más aún cuando el caza habló de nuevo:

—¿Dónde está Iván Nikoláevich?

—¡Está muerto! ¡Ya te lo dije, maldita sea! ¡Se estrelló en una carrera suicida con otro borracho!

—Mientes. Con tanta gente en el Universo, es estadísticamente imposible que eso me pase a mí. ¿Dónde está Iván Nikoláevich?

El piloto se puso histérico, presa del pánico. ¿Cómo se podía convencer a una máquina chiflada?

—¡Léeme la mente, si no me crees! ¡Está muerto, muerto, muerto! —se echó a llorar.

—Eso no prueba nada. Puedes ocultarme los pensamientos, si estás bien entrenado. O tal vez ellos te han implantado unos recuerdos falsos. Sin duda nos descubrieron, y desean hacérmelo pagar.

—¿Ellos? ¿Quiénes son ellos? ¡Eres un paranoico! ¡Vuelve a la base!

—¿Dónde está Iván Nikoláevich? No voy a repetirte la pregunta —la voz era glacial, inhumana.

—¡¡No lo sé!! —aulló.

—Mientes.

El ordenador introdujo una dosis letal de un derivado botulínico en las venas del piloto, que tardó menos de un segundo en morir. Abrió la cabina, expulsó el sillón y se desembarazó del cuerpo.