Y todos eran felices.
Los mandos de la base estaban encantados con aquel piloto, que cumplía sus misiones con eficacia y nunca protestaba. Es más, resultaba obvio que adoraba su trabajo.
Iván sólo se encontraba realmente a gusto cuando volaba. En tierra se sentía como si le faltara algo, y cualquier vivencia se le antojaba pobre cuando la comparaba con el éxtasis de sentir el mundo bajo él y el aire deslizándose a su alrededor. Y el contacto mental, claro.
Nina estaba en la gloria. Podía leer de la biblioteca, charlar acerca de mil materias y, sobre todo, cuidar de su Iván, lo que más amaba. Como él dijo una vez, no se trataba sólo de pasar un rato placentero, sino de compartir ese placer y procurar hacer feliz a alguien. Era hermoso.
Y era lo correcto. Iván estaba bien protegido con ella. De vez en cuando le permitía salir por ahí de juerga, para no levantar sospechas y porque se lo merecía, por buen chico. En el fondo, el mundo era algo ordenado, no el caos absurdo que parecía en un principio.
Y así pasaron los meses, plácidamente, misión tras misión.