18

OTRO día, otro vuelo.

—He leído muchas cosas sobre el sexo, Iván Nikoláevich. Desde luego, yo no puedo experimentarlo; conozco mis limitaciones de diseño —Iván rió mentalmente por la imagen que esas palabras evocaban—. Mas no comprendo cómo el deseo de dar rienda suelta a un simple instinto os puede volver tan locos, e impulsar a cometer acciones poco sensatas.

El muchacho se felicitó; por fin iba a tener un tema de conversación en el que Nina no pudiera replicarle. Adoptó un tono docto, no exento de pedantería:

—Desde luego, es imposible que lo entiendas. En algo teníamos que ser los humanos superiores a vosotras, máquinas presuntuosas. ¿Cómo te lo explicaría? Es… —recordó unos párrafos de una novela erótica que había devorado hacía poco—. No se trata sólo de que uno pase un rato placentero, sino de compartir ese placer, de procurar hacer feliz a alguien —suspiró—. Es hermoso.

—Ese propósito se puede lograr de muchas maneras; a veces, basta con hablar. Además, ciertas costumbres sexuales que he revisado son ridículas.

—Es inútil tratar de explicar los colores a un ciego.

Nina guardó un silencio prolongado. A veces le irritaba ese afán por zaherirla. Era algo mezquino, pero se había acostumbrado a transigir; en el fondo, no era mal chico. Decidió estar callada un poco más, para que él se sintiera culpable.

Al cabo de un rato Iván, incómodo, preguntó, siempre por el canal de seguridad:

—No te habrás ofendido, ¿verdad?

—No, Iván Nikoláevich. Tienes razón, hay cosas que una máquina nunca podrá experimentar —decidió agasajarlo—. Por cierto, un muchacho como tú no debe de tener problemas al respecto…

Aunque sea algo extraño de imaginar, Iván pareció hincharse mentalmente y pensar, con tono jactancioso:

—Pse, no me puedo quejar.

Nina echó un vistazo a sus recuerdos, y lo que halló resultó más bien patético. Estuvo a punto de soltarle un comentario sarcástico, pero se contuvo. Iván era un encanto, pero un crío en el fondo, y si se ofendía podría tomar represalias impremeditadas, de puro despecho. El arrepentimiento posterior no serviría para nada. Por el bien de los dos, había de ser cuidadosa:

—Desde luego, Iván Nikoláevich, a veces envidio a los humanos.

Como esperaba, eso lo halagó. Era fácil de manejar.