OTRO día, otro vuelo.
—Nina, no dices nada —pensó él, aburrido, por su canal privado.
—Iván, me gustaría pedirte algo, pero tengo miedo —le respondió, esforzándose por ser lo más persuasiva posible.
—¿Qué…? Cuéntamelo, mujer, a ver qué puedo hacer por ti —dijo, comido por la curiosidad.
Nina atacó; había pasado tanto tiempo preparando esta escena…
—No sé cómo debo actuar contigo, Iván. Desconozco el mundo exterior, y las costumbres de los humanos. ¿Cómo pensáis? ¿De qué modo transcurrió vuestra Historia? ¿Qué convenciones empleáis para relacionaros unos con otros? Si lo supiera, sería capaz de charlar de tantas cosas… Por favor, si pudieras darme el código de acceso a la base de datos de la biblioteca que hay en la base, yo establecería un canal de comunicación indetectable, y aprendería —usó el tono de voz más meloso de que disponía—. Es tan poquito lo que te pido, y me harías tan feliz…
Iván estaba perplejo por la desfachatez de Nina, pero le encantó la idea de poder ejercer de caballero andante, consolador de damas apenadas. Tal como ella había calculado.
—Por supuesto, muñeca; eso está hecho.