OTRO día, otro vuelo.
—Nina, estás muy callada —pensó él, aburrido.
—No hay novedades, Iván Nikoláevich —respondió—. Iván —prosiguió al rato, con un tono mental que pretendía ser tímido, para activar los resortes emotivos del chico—, me estoy comunicando ahora contigo por un canal que los técnicos de la base no pueden detectar ni interferir. Lo solemos emplear entre nosotros, ¿sabes? Los ordenadores también aspiramos a una parcelita de intimidad. Por favor, no se lo dirás a nadie, ¿verdad? Tú también puedes usarlo…
La suerte estaba echada. Nina leyó como loca la mente de Iván, muerta de miedo. Pero poco después, un profundo alivio la invadió, y tuvo que luchar con todas sus fuerzas para no delatarse.
—¡Es fantástico, chica! —pensó él, por el canal oculto—. ¡Pues claro que no iré con el cuento a los jefes! Será nuestro gran secreto, ¿eh, Nina?
—Por supuesto, Iván Nikoláevich.
En el fondo, este humano era un encanto.