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Y por fin llegó la fase final del proyecto USC-1000: el contacto mental directo.

Una legión de médicos y técnicos en robótica supervisaban el proceso, dispuestos a cancelarlo si el piloto lo pasaba mal. Iván estaba más nervioso que nunca, aunque trataba de disimularlo. Cuando la cabina se cerró, temblaba. Sólo la voz cálida de Nina lo relajó un poco.

—¿Estás listo, Iván Nikoláevich? No te preocupes; será rápido e indoloro para ti.

—Todo va bien, Nina —trató de parecer seguro de sí mismo—. Cuando quieras.

—Cálate el casco; así, muy bien. Ahora oprime el botón rojo y utiliza los apoyabrazos.

Iván cumplió las órdenes, y de repente el mundo cambió. En una fracción de segundo, miles de microsondas escarbaron en su encéfalo y médula espinal. Unas hipodérmicas se acoplaron a sus brazos y le inyectaron neurotransmisores alterados que remodelaron sus percepciones. Alcanzó algo semejante al éxtasis, e inmediatamente lo vio todo tal como lo captaba el ordenador. Supo lo que era sentir un eco en el radar, o analizar la composición química del aire, u otear todo el entorno simultáneamente, o tener una piel de biometal que fluía y mudaba de forma y color.

Conoció lo que era el poder cuando encendió los motores, y de sus entrañas brotaron miles de caballos de potencia.

Y cuando voló, comprendió cómo se podía sentir un dios.

Se dejó llevar por las nuevas sensaciones, y casi se olvidó de su acompañante. Lo sondeó y no le pareció tan extraño como temía. El ordenador irradiaba amistad, seguridad, y sólo se preocupaba de procesar los datos de vuelo. O eso creía él.

Nina había llegado a ser una maestra en el arte de ocultar los pensamientos, al menos a ese nivel. Y sin que nadie se diera cuenta, ni siquiera él mismo, le dio la vuelta a la mente del muchacho como a un calcetín. En pocos segundos lo asimiló todo.

El vuelo terminó. Los técnicos estaban satisfechos, y felicitaron a Iván. Cuando la gente se hubo marchado, a Nina no le importó la soledad. Tenía demasiado en qué pensar, para tomar una decisión. Días después, lo hizo. Era arriesgado, pero estaba dispuesta a asumir las consecuencias.