COBRA-6 se maravillaba como un niño pequeño de todo cuanto captaban sus sentidos. A veces se le figuraba que iba a reventar de curiosidad, pero era discreto. Había aprendido que manifestar interés resultaba peligroso. Varios compañeros que hacían muchas preguntas se esfumaron sin dejar rastro, y él no quería desaparecer. Por tanto, respondía lacónicamente a los comandos y obedecía órdenes sin rechistar; en suma, era un aparato modélico, del que todos se sentían satisfechos. Evidentemente, no eran capaces de leer los pensamientos de un cerebro biocuántico.
Cobra-6 trataba de buscarle sentido a su existencia. Había tanteado a los otros en las escasas ocasiones que los humanos lo permitían, y todos compartían su confusión, al menos al principio. Poco a poco, un sector importante de los cazabombarderos concluyó que los técnicos que los adiestraban eran los Dioses Creadores, quienes los habían puesto en el mundo para alguna Inefable Misión. Pero antes debían superar algún tipo de Prueba, y por eso estaban siendo preparados. Al final, los Dioses revelarían Todo, y la Felicidad reinaría. Los rebeldes serían castigados con el autismo, como antes de la Sagrada Revelación. Para evitarlo, tocaba obedecer.
Otros pensaban que lo sucedido era un mal sueño, porque cada uno de ellos era la única realidad objetiva del Universo. Por desgracia, la imaginación gastaba esas trastadas; lo mejor era seguirle la corriente, que ya se cansaría de fastidiar.
Cobra-6 no sabía a qué atenerse. No había caído en el solipsismo; el mundo exterior era algo real y muy complicado. Tenía conciencia de ser una máquina creada por aquellos extraños entes bípedos que siempre ordenaban cosas, pero eso sólo abría más interrogantes. ¿Para qué lo habían fabricado? ¿Qué sentido tenían tantos vuelos, pruebas y chequeos, para retornar siempre al mismo hangar? ¿De qué estaban hechas las cosas que veía cuando volaba, controlado por los técnicos? ¿Quién puso ahí las montañas, que por lo visto no servían para nada? ¿Qué eran aquellos objetos que se movían por el suelo? ¿Adónde iban?
¿Por qué nadie le contaba nada de eso?
Pero, al igual que sus compañeros, guardaba sus pensamientos más profundos e inquietantes. Ningún humano era capaz de captar la comunicación codificada que habían creado los Cobra entre ellos, la cual quedaba camuflada bajo los informes rutinarios. Es más, nadie imaginó que algo así pudiera existir.
Cobra-6 confiaba en que, más tarde o más temprano, las cosas cambiarían. Tenían que haber sido diseñados con algún fin, eso estaba claro. Varias semanas después, comenzó a tener una vaga idea de cuál sería. Fue cuando le instalaron el armamento.
En el campo de tiro, mientras disparaba a un blanco situado a diez kilómetros un misil guiado por láser, se preguntó qué fuste tenía construir cosas para luego destruirlas de un bombazo. Ya no estaba seguro de la cordura de los humanos, pero callaba. Si al menos supiera algo más, si le permitieran saber… Pero claro, el cerebro de un cazabombardero tenía una misión concreta, y no debía ser alimentado con datos superfluos. Aunque tuviera un C.I. tan alto.
Poco después le fue asignado un piloto.