2

NACER suele ser algo traumático para un ser vivo, sobre todo si presume de inteligente. Aunque no quieran admitirlo, muchas religiones humanas están marcadas por ello: la plácida vida del Paraíso se ve truncada por alguna catástrofe más o menos tonta y hala, a buscarse el sustento en el frío y hostil mundo exterior, donde siempre lo reciben a uno a palos y todo son dificultades. Curioso paralelismo.

¿Y para un ordenador?

Un centenar de bloques que parecían hechos de cuarzo ahumado reposaban al final de la cadena de montaje de la compañía CYBINTEL — VAN RIJN. La sala carecía de ventanas, aunque tampoco había mucho que ver en una estación espacial que vagaba por el cinturón de asteroides; sólo estrellas, lejanas y quietas.

Cada bloque era en realidad uno de los artefactos más complejos jamás creados. Una matriz de silicio y resinas sintéticas hiperestables encerraba una red de superconductores orgánicos y cristales de memoria tan compleja como un cerebro humano. Eran extremadamente caros, y su diseño había estado rodeado del máximo secreto. Como es sabido, los militares se toman estas cosas muy en serio.

Unos técnicos embutidos en trajes estériles penetraron en la sala. Examinaron con parsimonia y meticulosidad los datos que mostraban unas consolas parpadeantes, y los hallaron buenos. El soporte físico era impecable, perfecto; sólo restaba llenarlo de conocimientos.

Una cinta transportadora llevó los bloques a otro habitáculo. En cuestión de horas, el proceso terminó; los cerebros artificiales eran operativos. Los técnicos y operarios respiraron aliviados, brindaron y se fueron, deseosos de salir de aquel lugar, perdido en medio de ninguna parte. Muchos comentaron las juergas que se iban a correr con el dinero ganado y su nueva libertad; otros eran más discretos, aunque sonreían. Los bloques quedaron solos, a la espera de ser embalados por robots serviciales y enviados a un remoto destino.

Ninguno de los diseñadores y responsables del proyecto demostró preocupación acerca de lo que pasaba por las mentes artificiales que habían creado. Al fin y al cabo, sólo eran máquinas, cien cosas con aspecto de cajas, rotuladas con las letras CIVR-BQ y un número de serie.

Cien cosas recién nacidas que pensaban, que se preguntaban, que buscaban respuestas, y que se creían solas en el Universo. No estaban conectadas a periférico alguno, ni tenían contacto con el exterior, ni tan siquiera entre ellas, ya que aún no se estimaba necesario para su futura misión. Se hallaban absolutamente encerradas en sí mismas, en un perfecto autismo. ¿Qué puede ocurrir en la mente de un ser inteligente, en tales circunstancias? ¿Nada? ¿Angustia? ¿Tal vez miedo?

¿Y quién se iba a plantear una pregunta tan absurda?

Cien paquetes muy bien custodiados fueron repartidos en varios cargueros hiperluz, que se dirigieron a sus objetivos siguiendo rutas de alta seguridad.

Nadie se fijó especialmente en el bloque etiquetado como CIVR-BQ-25. No había motivo para ello.